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Opinión / In foro domestico

Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga: mártires modestos en la atribulada Navarra del siglo XVI

Por Ángel Luis Fortún Moral

Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga fueron martirizados el 15 de julio de 1570 por un corsario hugonote a las órdenes de Juana III de Navarra.

Imagen del mar. ARCHIVO
Imagen del mar. ARCHIVO

En la memoria popular de Navarra (cada vez más residual) se ha mantenido el recuerdo de estos mártires jesuitas: Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga, natural de San Juan de Pie de Puerto. El 15 de julio de 1570 estos dos sencillos navarricos fueron torturados y lanzados al mar por un corsario hugonote con patente de la reina Juana III de Navarra.

Mientras se vierten ríos de tinta sobre el fotograma de 'Noáin 1521', nuestra simplona conciencia colectiva ni se esmera en tratar de apreciar la película completa. Si resulta relevante seguir el rastro de la sociedad y de las instituciones de la Navarra y de las Vascongadas en el periodo de los Austrias, no es menos relevante hacer lo propio con Ultrapuertos y el llamado Iparralde donde, tal cueva de Alí Babá, tratan de esconder las vergüenzas de su castellanización voluntaria y muy querida los mismos territorios que ahora pretenden pasar por ser vanguardia y euskotesoro del ficticio y ensoñado estado vasco original. Dime de qué presumes…

En Zudaire y en San Juan de Pie de Puerto se ha venerado a Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga, lo que constituye un testimonio de la compleja realidad de esta tierra, que choca con ese universo panvasquista ideal que todo lo reduce a la perversidad española.

Juan de Mayorga, católico y tal vez vasco parlante, huiría de su pueblo natal, por mucho que ahora no entiendan los legitimistas que pudiera huirse de la que consideran capital de las esencias del eusko-reino de Navarra. La huida de Juan de Mayorga se entiende perfectamente por la persecución religiosa impuesta por Juana III a partir de 1555. Efectivamente, ese idealizado reducto napartarra se convirtió en tierra calvinista, persiguiéndose a sangre y fuego el catolicismo, tan supuestamente euskoarraigado.

Poco se menciona esta persecución contra lo vasco y la diáspora que provocó, en la que se entiende la marcha de Juan de Mayorga. Resultaría muy esclarecedor seguir el rastro a la sociedad de aquellos territorios durante este periodo, serán fotogramas tan relevantes o más que cualesquiera de los que ahora se divinizan en el supremo credo del panvasquismo.

A las órdenes de la reina Juana III y de su hijo, futuro Enrique IV de Francia, mandos militares hugonotes arrasaron el suroeste de Francia hasta conquistar La Rochelle, convirtiendo al calvinismo toda la región. Entre estos militares, Jacques de Sourie o de Sores, conocido como el ángel exterminador, al que los reyes de Navarra dieron patente de corso para arrasar las flotas católicas que se dirigían al Nuevo Mundo. En sus correrías llegó a atacar la Habana y numerosos puntos de las islas y costas del Caribe, alcanzando Brasil. Fue repelido en Madeira y en Santa Cruz de Tenerife. En este escenario se enmarca el martirio de Taracorte.

Se les conocen como Mártires de Tazacorte al grupo de 40 jesuitas que se dirigían a Brasil (mártires de Brasil) para evangelizar los dominios portugueses, con expreso permiso del rey Sebastián I. Formaban parte de una expedición que se había preparado en Lisboa con más de un centenar de jesuitas. Al parecer, en torno a Madeira el barco en el que iban los navarros y el provincial portugués, Ignacio de Azevedo, fue perseguido por una flota de corsarios hugonotes que, una vez apresado, liberó a la tripulación, torturó a los religiosos y los arrojó al mar moribundos entre Tazacorte y Fuencaliente de la Palma.

¿Qué interés tenían los reyes de Navarra en atacar posesiones portuguesas como Brasil y Madeira? Pues el mismo interés que el padre de Juana III, Enrique II, al guerrear en Italia a las órdenes del rey de Francia. La corona de Navarra sólo era un título con el que mantener su particular ascenso aristocrático.

En la reina Juana III se añade la cuestión religiosa, más allá de que mantuviera sus convicciones, las revueltas protestantes estaban siendo aprovechadas por numerosos príncipes y nobles para ascender al poder de sus territorios y debilitar el poder de los imperios que les constreñían.

De ahí que, al otro lado de los Pirineos, los presuntamente legítimos titulares del Reino de Navarra lo usaron como excusa para sus políticas particulares y, en concreto, al servicio de la causa de Francia frente a España. Navarra era un título para poder seguir formando parte de la corte francesa y, al final, lograr acceder al trono francés. Al igual que la religión no era más que un elemento de confrontación. En definitiva, ese título poco o casi nada tenía que ver con la realidad de los territorios navarros y de la población navarra. Algo así como el título de Rey de Jerusalén que, por la línea napolitana, mantiene actualmente Felipe VI entre sus títulos. Mantenían el título de reyes de Navarra pero sobre la realidad territorial y poblacional reinaban poco o casi nada.

Pero les sirve. Para su ficción nacionalista les sirve que el título rey de Navarra se mantuviera al margen del dominio español. No tienen ningún interés en tratar de entender la compleja situación política, institucional y social del siglo XVI. Les da igual agarrar la versión francesa de la historia, que tiene el mismo interés imperial que el relato castellano que se impuso a este lado de los Pirineos. ¿Alguien cree que la versión de Arnaud Oihenart sobre el origen de lo vasco no había un interés en considerarlo mucho más francés que español? ¿Y por qué los vizcaínos, contemporáneos de Oihenart, replicaron un origen cántabro alejando lo vasco de Francia y también de Navarra? Inocencias las justas. Durante los siglos XVI y XVII Navarra y el euskera, fueron sólo meras piezas de un tablero mucho más amplio.

Y, a pesar de ello, Navarra mantuvo sus instituciones, el euskera se siguió hablando y utilizando, y la identidad navarra sorteó versiones puramente españolistas, al igual que después ha superado versiones aranistas, panvasquistas y abertzales. Que no se crean que vienen a rescatar nada, todo lo contrario. Revuelven tanto o más que el Cardenal Cisneros o los planes franquistas de españolería.

En definitiva, ¿por qué la explicación político-social de los autoproclamados legitimistas debe tener mayor valor que la realidad sociopolítica que vivieron estos dos navarricos, Esteban y Juan, seguramente vasco parlantes? La respuesta es clara: la cuestión no es ser vasco, navarro o vasco-navarro, lo que quieren es su Euskal Herria particular, la que nunca existió sino en sus enfermizas ilusiones. Tenemos que ser lo qué y cómo ellos quieren. Y para eso no dudarán en tachar de españolazos a estos dos beaticos que nacieron navarros y murieron en barco portugués por ser católicos. Qué más les da. Por sus objetivos, terminarán ensalzando al cruel Jacques de Sourié como libertador navarro frente al imperio español. Qué más les da. Por sus objetivos, tan sólo nos quieren como paja para su fuego aniquilador.


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