Y uno anda con el corazón partido, deambulando entre la satisfacción y la indignación. Como periodista y como ciudadano.
Los últimos años han sido nefastos para el país, con minúsculas. Y la crisis económica que han vivido todas las empresas se ha solapado en los medios de comunicación con una crisis de modelo fruto de las exigencias que lo digital ha impuesto a los medios tradicionales. El balance ha sido catastrófico. Desde el año 2008 se han cerrado en España 375 medios de comunicación, han perdido su puesto de trabajo 12.200 profesionales, los que lo han mantenido han visto recortado su salario y las nuevas incorporaciones se realizan con frecuencia a precio de becario, según el Informe de la profesión periodística que anualmente elabora la Asociación de la Prensa de Madrid.
Este recorte es dramático y paradójico. Porque en este periodo los medios tradicionales han tenido que crear y alimentar sus versiones digitales. Doble trabajo con plantillas menguadas y vaciadas paulatinamente de los periodistas más veteranos, poco rentables para gestores más preocupados de la cuenta de resultados que de los propios resultados. Y aunque es verdad que en este tiempo se han creado nuevos medios digitales, una extraordinaria noticia, su nacimiento no ha servido para enjugar la sangría en la profesión.
Hace 40 años, la aparición de nuevos periódicos se consideró un elemento fundamental para la consolidación de una democracia recién nacida. Y resulta doloroso que cuatro décadas después estemos asistiendo al desmantelamiento o al adelgazamiento suicida de muchos de ellos.