Las elecciones autonómicas y locales del pasado domingo han dejado en Navarra una situación repleta de incertidumbre. UPN ha sido el partido más votado tanto en Pamplona y Navarra, pero el gobierno de ambas sigue en el aire.
En Navarra, Esparza, incluso con el apoyo de la derecha, sumaría menos que los socios del actual gobierno de Chivite, y la llave para gobernar podría volver a estar en Bildu. Pero el apoyo de Bildu tendrá una exigencia clara: la alcaldía de Pamplona. Con el apoyo esperado de GeroaBai y Contigo, los abertzales sumarían con los mismos apoyos que la suma de UPN y PP. En este caso, todo estará en manos de Elma Saiz, quien prometió votarse a sí misma. Sin embargo, no sorprendería a nadie que, a cambio del apoyo de Bildu a Chivite en Navarra, el PSN rompa su palabra y apoye a Asirón en Pamplona.
En consecuencia, las elecciones del pasado domingo dejan un resultado bastante amargo donde no solo el ejecutivo de Chivite volvería a gobernar con el apoyo de Bildu, sino donde también los abertzales salen reforzados y se instauran como un actor clave en la política navarra. Hecho que, además, violenta la voluntad mayoritaria de los navarros, quienes dieron mayor a apoyo a partidos no independentistas.
Sin embargo, cualquiera que haya mirado los números puede ver que esto no es necesariamente así. Tanto en Navarra como en Pamplona hay dos partidos que juntos obtendrían mayoría absoluta: UPN y PSN. La alianza entre Esparza y Chivite sumaría 26 escaños y la de Ibarrola y Sainz 14, ambas suficientes para lograr la presencia de Navarra y la alcaldía de Pamplona. Pero ¿por qué esto no sucede? ¿Por qué son incapaces el centro derecha y el centro izquierda navarros de lograr acuerdos entre sí? ¿Por qué, aunque estos acuerdos dejarían fuera de juego a las fuerzas independentistas, ambas formaciones se muestran contrarias a entenderse? Sin duda, detrás de esto se encuentra una mezcla de ansia de poder y enemistades personales.
La enemistad personal entre Chivite y Esparza es más que evidente. En los últimos cuatro años hemos podido ver ataques entre ambos sin cesar, y las tensiones entre ambos eran más que presentes en le debate electoral previo a las elecciones. Por ello, no fue de extrañar que, tras conocerse los resultados electorales, ambos se tirasen dardos mutuamente. Todo esto apunta a que una posible negociación entre ellos sea más que complicada.
Pero, por encima de todo, si algo parece encontrarse detrás de la intransigencia de ambos partidos para llegar a negociar entre ellos, es el afán de poder. Tanto Esparza como Chivite quieren ser presidentes de Navarra, y no parecen estar dispuestos a contentarse con el cargo de vicepresidente. En el caso de Chivite, está más que claro que está dispuesta a hacer lo que sea para llegar al poder, basta con ver cómo el PSN se ha plegado año tras año a Bildu con tal de aprobar los presupuestos. Pero Esparza no se ha quedado atrás. La expulsión de Sayas y Adanero de UPN, así como la decisión de romper Navarra Suma, muestran la voluntad de Esparza de mandar tanto en su partido como en Navarra.
Para reflejar el ansia de poder de Esparza, me gustaría poner el siguiente ejemplo. Imaginemos que UPN y PSN se sientan a negociar. Supongamos que en el proceso de negociación Chivite le proponga a UPN lo siguiente: Sainz apoyará a Ibarrola en Pamplona, pero a cambio, Esparza debe conformarse con ser vicepresidente en el gobierno de Chivite. “Pero Esparza es el candidato más votado”, podría decir alguien. Es verdad, pero sin el apoyo del PSN no le sirve de nada. Por tanto, Chivite podría aprovechar su situación de poder para relegar a Esparza a la vicepresidencia. Esta oferta no va a pasar. Pero imaginemos que pase. En este caso, la posibilidad de que Navarra y Pamplona consigan ser gobernadas por fuerzas no nacionalistas estaría en la mano Esparza. ¿Aceptaría Esparza la oferta?
Ojalá me equivoque, pero no lo creo. Y la razón es muy sencilla: Esparza quiere ser presidente de Navarra. Hecho que explica que Esparza se viese bastante contento en la rueda de prensa donde valoraba los resultados electorales, pese a la subida de Bildu y al hecho de que el centroderecha navarro ha perdido apoyos.
En conclusión, parece que, desgraciadamente, el nacionalismo va a decir el futuro de Navarra por los siguientes cuatro años, quién sabe si más. Y no porque no haya otras alternativas. La mayoría de los navarros han votado a partidos no independentistas, pero el ansia de poder y las enemistades personales impiden que la voluntad mayoritaria en Navarra sea escuchada.