• sábado, 01 de noviembre de 2025
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Opinión / A mí no me líe

El alikate deja arder Pamplona: el aberchandalatolos toma las calles y destruye la ciudad

Por Javier Ancín

"Ver arder el barrio donde fuiste niño, donde te hiciste adulto, provoca una sensación de irrealidad difícil de describir".

Disturbios en Pamplona frente al acto de Vito Quiles que finalmente ha sido cancelado. PABLO LASAOSA
Disturbios en Pamplona frente al acto de Vito Quiles que finalmente ha sido cancelado. PABLO LASAOSA

Pasé por Twitter para ver si el alikate Asirón decía algo. Pensé que al menos aprovecharía ese medio tan socorrido para condenar —aunque fuera con un tuit de compromiso— la destrucción de la ciudad que gobierna. Pero nada. Solo un silencio atronador. Sus últimos mensajes trataban de una conferencia sobre el siglo XIX y el surgimiento de su ideología nacionalista vasca, y de Franco, esa némesis eterna a la que recurren los aberchándales para el “y tú más”, sin comprender todavía que toda huida hacia adelante en nombre del “y tú más” lleva implícito un “y yo también”. La espiral mental de siempre del alikate.

En este caso siempre recurro al socialista Mitterrand, que explicó el asunto de maravilla: el nacionalismo es la guerra. Y la guerra la trajeron los aberchándales al burgo de Iturrama. Hordas de figuras que parecen salidas de las pinturas negras de Goya tomaron las calles, como si se hubiesen descolgado de las paredes de la Quinta del Sordo, para prender fuego a la ciudad. Un ejército de orcos pisoteando el jardín botánico que es el campus universitario, uno de los pocos remansos de paz que quedaban en Pamplona. A un periodista de El Español le destrozaron la cara en manada. Los vídeos son tremendos. Bendita era del móvil para verlo por ti mismo.

Ver arder el barrio donde fuiste niño, donde te hiciste adulto, provoca una sensación de irrealidad difícil de describir. Es como si alguien manoseara tus recuerdos con impunidad. “¿Esto está ocurriendo frente a la tienda de chuches donde iba con mi abuela a por un helado?” La pregunta se repite mientras los contenedores arden en las mismas calles donde jugabas al fútbol, montabas en bici o años después cruzabas el campus con una pila de libros para devolverlos a la biblioteca. Cuesta asumir que esa violencia, ese fuego, sean reales. Pero lo son.

Han tomado el barrio y le han dado fuego. Había visto bombas estallar cerca de mi casa infantil, incluso asesinatos, pero nunca una batalla campal así. Cuando los aberchándales asesinaban, aún pretendían convencerte de que lo hacían por ti, por tu liberación. Ahora, con el poder en las manos, destruyen tu barrio simplemente porque pueden. Porque ya es suyo. Te jodes.

Salía de una reunión —en una ciudad civilizada, lejos de Pamplona— dedicada a cosas de creatividad, de cultura, de arte… cuando un compañero me mostró, espantado, la pantalla de su móvil: “¿Has visto lo que está pasando en Pamplona?”

Durante años traté de sacar la cara por la ciudad, de justificarla: el aburrido “no, es una minoría, la ciudad no es así”. Pero ya no. Sería engañarme, y a cierta edad uno ya no está para hacer el gilipollas. La mayoría de la ciudad es así. Una ciudad no acaba teniendo un alikate del partido de ETA porque se oponga mayoritariamente al odio, a la violencia política y esté a favor de la paz y la convivencia. Lo que estamos viendo no lo provocan los antisistema: es el sistema. Este es el modelo de ciudad que quiere el PSOE y, sobre todo, sus votantes, que fueron quienes se la regalaron a los aberchándales. Pues a disfrutarlo.

Vista desde fuera, Pamplona produce una mezcla de asco, tristeza y risa. No os lo contarán, pero para quienes trabajamos en comunicación, la imagen nauseabunda que proyecta al mundo es un regalo. Nos facilita el trabajo. Pamplona hace tiempo que dejó de competir con nadie. Su propio sistema hace campaña en su contra. Cuando empecé, todos la miraban como posible competencia. Hoy ya no. Irroña tiene la imagen destruida. Enhorabuena.

Desde el punto de vista publicitario, el aberchandalato es una bendición para los que tendríamos que estar comiéndonos el coco para competir con Pamplona. Basta con dejar hablar a Pamplona para que cualquiera elija otro sitio. No hace falta invertir en publicidad: la ciudad se encarga sola de mostrar lo que no se debe ser.

Una campaña gratuita, permanente, en la que no tienes que desgastarte porque todo el mundo lo ve. ¿Para qué vas a gastar dinero en explicar que la lluvia moja? Menudo chollo: “No somos como Pamplona. Aquí no quemamos las calles de tu infancia, aquí puedes vivir en paz y desarrollarte sin miedo a que te abran la cabeza por pensar.” Este eslogan lo pagáis vosotros, habitantes de Pamplona.

Disfruten mucho de Irroña y de su aberchandalato. Les va de maravilla. Con el viejo dicho no puedo estar más de acuerdo: como en Pamplona no se vive en ningún sitio. Afortunadamente. Y eso es todo.

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