• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Yo también fui un antisistema, pero el sistema siempre gana

Por Javier Ancín

Mi primera bici fue una GAC roja con freno de tambor, o algo parecido, trasero. Mi padre le puso dos ruedines y me echó al mundo. Tenía creo cuatro años. Sacaba chispazos en las curvas por las aceras de Iturrama al no poder tumbarme para tomar las curvas.

Un vehículo quema rueda en la carretera
Un vehículo quema rueda en la carretera.

Las señoras mayores se asustaban y me gritaban. Ahí empezaron mis problemas con la justicia. Ahí crucé la línea y me hice antisistema. Unas semanas antes con un triciclo con el que derrapaba por los pasillos de casa me estampé contra un radiador afilado de los de antes y me hice un brechazo de los de salir corriendo al hospital. Hay que poner puntos, la frase de mi infancia.

Siempre he derrapado con todos los vehículos que he tenido. Luego también aprendí a hacerlo con las bicis y luego con los coches. Divertidísimo jugar con la física y aprender en cada chirriada la de fuerzas que interferían cuando aquello trompeaba: aceleraciones, deceleraciones, velocidad, coriolis, fuerzas centrífugas, centrípetas, vectores, trayectorias. Newton era mi copiloto. Los intelectuales somos así, necesitamos probarlo todo por nosotros mismos para luego poder escribirlo o para ganar al trivial, qué más da.

El antisistema que había en mí era de los de los gordos, ríete tú de aquellos niñatos que se dedicaban a cruzar coches en las manifas de etarrillas los sábados noche. Recuerdo que los miraba y escuchaba desde fuera de algún bar cigarro y cerveza en mano cómo toda la conversación era en castellano y en el momento del impulso cabestro, zas, cambiaban al euskera: bat, bi eta iru. Euuuuuu, coche cruzado en la calle Mayor o en Jarauta o en la calle Nueva.

Yo me partía el culo en silencio, porque en aquellos años no se podía uno reír de esas cosas, salvo que fueras de una cuadrilla de jesuitas que a veces pululaba detrás de ellos, con unos huevos como los del Castillo de Olite, que se dedicaban a descruzarlos. La intrahistoria de esta mierda que hemos vivido ha tenido episodios grandiosos. Las noches de Beirut eran un espectáculo para los que solo salíamos a emborracharnos tranquilamente por la Pamplona de los años noventa.

Aquellas noches también fueron mi primer teatro de operaciones como periodista porque en más de una bronca me acerqué a la línea del frente para saber de primera mano lo que había. Por aquel entonces salía Reverte en Bosnia y yo imitaba sus movimientos pegando el culo a las paredes. Territorio Comanche es de mis libros preferidos aún hoy. Éramos jóvenes y teníamos sueños profesionales y éramos unos gilipollas. Una vez me llevé un porrazo en los muslos, suave, poca cosa, acompañado de un vete a casa, chaval, por estar contra un portal mirando el sarao.

Otra me explotó un cohete lanzado por la etarrada por el suelo contra la policía y otra un cóctel molotov que tiró hacía mí un tarado mental casi me abrasa, rociando todo el suelo de fuego hasta mis pies, haciéndome saltar, sorteando otros que volaban, expuesto en la línea de su fuego como un palillo en un tiropichón sin importarles una mierda. Esto hoy lo cuentas por ahí y no te creen. El relato... toma relato del puto conflicto. En fin.

CADA UNO CON SUS NEURAS

Bueno, volvamos. Yo era un antisistema porque la velocidad la llevo en la sangre desde mi primer trasto con ruedas, que fue un andador con el que aceleraba como un burrico por el pasillo, como los Picapiedra, para luego levantar los pies y darme contra las puertas de casa con una violencia exagerada para un crío que no sabía ni andar. La velocidad me ha gustado siempre, qué le voy a hacer. A otros les gusta llevar cencerros en el culo y no pasa nada, cada uno con sus neuras.

Hasta que una vez me pararon los forales a 190km/h en la AP-15, camino de una reunión de curro en Zaragoza. Me bajé del coche, me encendí un cigarro, me apoyé en el capó y estuve manteniendo una charla filosófica sobre qué es el arte y qué es ir a toda hostia mientras me ponían el multón del siglo con un mes de retirada de carnet. Yo les dije que me daba igual llegar antes a los sitios pero que me gustaba llegar rápido.

Creo que no pillaron el matiz semántico/literario o sí y se picaron y por eso me hicieron abrir el coche para registrarlo. Solo encontraron 21 libros, 21 novelas, veintiuna, porque las contaron, que solía llevar para los ratos muertos donde tenía que hacer que trabajaba. ¿Por qué llevas tantos libros? Porque me gusta leer, y esa contestación aún me hizo más sospechoso y me pusieron contra el coche y me registraron el cuerpo de arriba abajo. Me sacaron un boli y una libreta de la cazadora pero ya no les dije que también me gustaba escribir por miedo a acabar en pelotas o en la comisaría.

Antes de irme bajé la ventanilla y les comenté que o su aparato estaba jodido o el cuentakilómetros de mi coche mentía porque marcaba en el momento de pasar junto al radar camuflado 210 km/h. Aceleré hasta el corte electrónico de la inyección del coche entre marchas y me clavé en los 120km/h por si salían detrás de mí después de la macarrada.

Éramos jóvenes y había que poner a prueba el sistema y era coche de empresa. No me persiguieron. Una semana después esa misma patrulla agazapada en la antigua entrada de la casa de los donantes de sangre en la recta Lanz, me cazó a 142km/h. Segundo hostión, a tomar viento el sueldo del mes. Ahí ya no abrí la boca. Me encendí otro cigarro y me comí el humo en cuatro caladones en completo silencio. Noté la nicotina entrar en mi cuerpo hasta la punta del dedo del pie.

El sistema gana siempre. Así lo comprendí yo y no volví a correr, bueno, casi nunca volví a correr porque en algún karting que he ido gano siempre. Aquello fue antes del actual carnet así que todo ha prescrito. Hoy tengo el máximo posible de puntos y ya ni fumo. Soy una persona respetable y rehabilitada. Mis amigos cuando vamos de viaje me piden que conduzca yo, supongo que porque no corro y porque conozco los límites, por el exterior de los límites, de los coches y no se me da mal el volante. Soy un ciudadano modélico y me alegro de que las leyes me frenaran porque en una de esas correrías antisistema podía haber acabado mal. Desintegrado.

Por eso me ha hecho gracia estos días escuchar los rebotes de los aberchándales vascos de segunda, o sea, navarros, y de los aberchándales catalanes contra las resoluciones judiciales que les han frenado los pies. El sistema gana siempre, colegas, y qué bien que sea así.

Yo también berreaba contra las leyes de tráfico que me impedían ir como un animal por el mundo. Menudos adolescentes estáis hechos. Ya maduraréis a la segunda o tercera inhabilitación, recurso perdido o lo que sea que tengáis que revertir: una norma, una ley, una beca, una escuela en inglés para niños que no quieren aprender euskera por cojones por haber sido abolida injustamente. Y si no, ya os desintegraréis. Y eso es todo.


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Yo también fui un antisistema, pero el sistema siempre gana