Es bonito —es una mierda, en realidad, porque sus cagadas pringan a otras— ver a los del partido de la ETA enfrentarse al mundo real. Estamparse, literalmente, contra él.
Después de décadas instalados en lo fácil —la consigna, la pancarta, la ensoñación majadera del pueblo oprimido, la comodidad de la protesta sin responsabilidad, el pimpampún—, después de años diciendo que la solución mágica a todos los problemas era poner una ikurriña, hablar en euskera y odiar a España, ahora que gobiernan, ahora que por fin pueden demostrar su eficacia, se descubre, por Juangoikoa (sic), que son unos absolutos inútiles para las cosas del día a día.
Ahí tienen al concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Pamplona, Endika Alonso, reconociendo en pleno municipal que sabía de la existencia de un asentamiento de alimañanas junto a la Carpa Universitaria —el mismo lugar donde se produjo una agresión sexual que ha acabado con cuatro personas encarceladas—, pero que, atención, no sabe si se reforzó la presencia policial en la zona. Lo sabía, pero no hizo nada. No preguntó, no revisó, no se interesó. “No lo sé”, dijo. Tres palabras que resumen a la perfección la gestión de toda la kuadrilla de Asirón: desconocimiento, dejadez y desprecio por las responsabilidades reales de gobierno. Están ahí para sus ikurriñas, no para evitar que violen mujeres.
Y mientras tanto, las jóvenes pamplonesas caminando solas de madrugada por una cuesta donde su concejal sabía que había una manada de depredadores esperándolas. Las abandonaron a su suerte, porque ellos a la política no han venido a planificar dispositivos de seguridad ni a garantizar que la gente pueda vivir tranquila en su ciudad. Han venido a colocar ikurriñas, a pelearse con edificios que ven como gigantes, a derribar estatuas, a inventarse agravios y a gritar “kanpora!” desde sus despachos y sus sueldazos.
Asirón, cada vez más, recuerda a Felipe V, aquel rey que, estando como un cencerro, intentaba subirse a los caballos de los tapices en el palacio de La Granja. Estatua que ve, estatua que quiere cabalgarla para desmontarla, borrarla, exorcizar la historia. Si tanto empeño tiene en montarse en algo, que pruebe con lo real: que deje el coche oficial, plante su soberano culo —eso sí que sería un decreto de nueva planta— en un sillín y recorra en bicicleta el delirante carril bici que ha sembrado por toda la ciudad. Un laberinto de giros absurdos, pasos imposibles y tramos que acaban en la nada. Una metáfora perfecta de su gestión. Eso sí, alguien lo está cobrando.
Mientras Pamplona se degrada, ellos se entretienen con el humo. Y cuando llega la realidad, cuando hay una violación, cuando las vecinas preguntan qué pasa en sus calles, el concejal de Seguridad —repito: de Seguridad— contesta con un “no lo sé”. Cojonudo, tío.
Quizá esa sea la frase que deberían grabar en el escudo del nuevo Ayuntamiento: “No lo sé”. La verdadera divisa de esta tropa de gobernantes aberchándales. No lo saben, ni quieren saberlo. Les basta con ondear su ikurriña, repetir sus consignas y creerse que gobernar es una prolongación de una manifa con pancartas y pedradas a los txakurras.
La realidad, como los lobos, muerde. Y lo malo es que nunca el bocado se lo llevan ellos, sino las mujeres inocentes a las que no son capaces de proteger. Y eso es todo.
