Son un fastidio los tiempos modernos. No me libro de nosotros ni poniendo mil kilómetros de por medio. Estaba en mi retiro lisboeta, entre las obras de Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis, y la de Pessoa, El libro del desasosiego, bajo su sombrero en el café Martinho da Arcada, inmerso feliz en la lusofonía de la plaza del Comercio, cuando el móvil vibró y me recordó que era mortal. Pantallazo que me manda una amiga de un escrito del alikate en el Boletín Oficial del Noticias. ¡Teobaldo súbito!
—Toma, documentación para tu artículo del lunes.
—Mañana lo leo. Cuando me levante en el apartamento en el que paso estos días, después del ristretto y el primer cigarro. Hay que reservar los escritos para ser leídos en los sitios donde corresponde. Cada uno en su lugar, cada uno con su mística—. Concluyo con una ristra de jajas y emoticono de ojos birolos y lengua sacada a medio lado como bordón.
Visto en la distancia, el aberchandalato navarro en el que nos ha instalado el PSOE y su socio, el partido de la ETA, es un manicomio identitario y despótico, una ida de olla desquiciada y tiránica de no creer, como de otro universo.
Cuando salgo fuera y lo miro, siempre me pregunto lo mismo: ¿cómo coño podemos vivir en esa atmósfera irrespirable, siempre entre violenta, paranoica y esquizoide? Llevan una década gobernando España y Navarra, aberchandales y socialistas, pero se oprimen a sí mismos.
Vivimos en una sociedad eternamente tensionada. Hay manifas semanales nadie sabe ni para qué y cartelería sin reivindicación clara inundando las fachadas. Pancartas plásticas cuelgan en los puentes de las carreteras, con mensajes igualmente difusos, recordándote que vivimos en una especie de estado de excepción mental. Ya mandan ellos, copan todo el poder, pero no pueden culparse a sí mismos de nada de lo que aquí sucede. Necesitan un enemigo indefinido, etéreo, para dirigir su odio y mantener prietas a sus bases. Los aberchándales fabrican esta burbuja, pero quieren hacerte creer que son las primeras víctimas, mientras tú, ajeno al poder institucional, sin tocar los mecanismos económicos ni políticos de Navarra, que padeces sus decisiones de frenopático, eres su verdugo.
En fin, apremiado por el hecho biológico, cojo la viñetita del alikate y me siento a leerla. Blablablá, un poco más de blablablá, mucho blablablá y aparece el premio gordo: Asirón ha cantado nazi. Speer y Mengele, nada menos. A pares. Y se pone camapnudo el tío preguntándose si a esos dos nazis les dedicarían calles en Berlín. Calles no sé, lo que no les dejarían seguro es tomar diariamente las de Pamplona a los del partido de la ETA.
Lástima que al alikate siempre se le olvide la analogía nazi que le pilla más cerca, pienso. Ayer domingo, sin ir más lejos, se paseó por Irroña con el Amon Göth batasuno, homenajeando, por lo que leo en las crónicas, incluso a dos miembros de la SS de su ideología aberchándal.
¿No has visto La lista de Schindler, alikate? Yo te la cuento. Al que agasajaste en Irroña, el jefe de tu partido, el que abrazas en todas las fotos, fue condenado por lo mismo que se ve en la peli que hacía Amon Göth: tener secuestrada a gente en un campo de concentración, llámalo en vuestro idioma zulo.
Te refresco más escenas. ¿Te acuerdas cuando el nazi pone en el punto de mira de su rifle a inocentes que se pasean bajo su ventana? Pues lo mismo cuentan que tu jefe hacía con sus secuestrados. Se ponía a jugar con ellos a la ruleta rusa: mete un proyectil en el tambor del revólver, lo hace girar, lo apunta a la cabeza del secuestrado y clic, si no hay bala; pum, sesos esparcidos por toda la estancia si la hay.
A la niña del abrigo rojo del gueto de Cracovia, los terroristas nacionalistas vascos se la han cargado y mutilado decenas de veces.
Aplicando el mismo criterio que aplica a los demás, el último damnificado ha sido Eusa, Asirón nunca tendría que haber llegado a la alcaldía de Pamplona y su partido debería ser declarado ilegal de todos los callejeros y de todas las instituciones navarras. De natzi a natzi, takonatzo. Y eso es todo.
