Cojonudo, es decir, lo de siempre. 21 muertos abrasados, entre ellos 4 críos, les va bien para sus cosas de hacer países locoides y tal. Y no les falta razón, en Pamplona esa ideología gobierna la ciudad, y estoy convencido de que repetirá la próxima legislatura, y en la diputación no sé si gobiernan pero que recogen nueces, a puñados, lo saben hasta en Laponia.
¿Para qué iban a renegar de la violencia que les ha hecho ganar poder? Pues eso, que la muerte y la destrucción lejos de costarles votos se los dio. La violencia fue políticamente muy rentable. La enfermedad moral de gran parte de la sociedad es terrible, pero qué más da, se olvida todo rápido, pelillos a la mar, se corren un montón de cortinas de humo, que si Franco, que si no toleramos agresiones sexistas y a disfrutar del poder conseguido en los últimos 40 años. Cuarenta. XL. Casi medio siglo.
Luego, ojo, son los mismos que se preguntan, desde una absurda superioridad intelectual-moral, pobres aldeanos españoles dicen, y cosas así, que por qué los partidos asolados por la corrupción siguen sacando tantos votos, que esto solo puede pasar en un país atrasado como Españistan y que los votantes son bla-bla-bla...
Y yo entonces me despollo vivo, por no llorar, que a ratos también. Euskadistán y Navarristán dando lecciones de a qué partido hay que votar y por qué. Para mear y no echar gota. Es decir, para descojonarse y no parar hasta dar la vuelta al mundo de que un partido violento con votantes que toleran y han tolerado esa violencia, dejémoslo ahí, hoy me pillan benevolente, tengan los santos cojones de sentir superioridad moral hacia unos votantes de un partido corrupto. Superioridad moral la puedo tener yo hacia los votantes de los dos, que ni robo ni mato, copón, ¿pero ellos? Estamos locos. Si no comprenden los aberchándales que robar es menos grave que matar como para comprender que el siglo XXI un tren de alta velocidad es mejor que un puto motocarro.
Y así estamos, este es el ecosistema en el que nos movemos los que ya solo somos capaces de mirar a la realidad con ojos como platos, locos perdidos, de la miseria con la que hay que convivir desde hace décadas. Que por qué no me gusta Pamplona me dicen, pues un poco por todo esto. Y un poco por lo que puedo ir recordando sin mucho esfuerzo. ¿Qué, contamos historias? Vamos a contar algunas, sin rebuscar mucho. Lo que salga, ya habrá tiempo de más, que para eso me pagan.
Al hilo de los cartelitos que pusieron los batasunos de que Pamplona no tolerará agresiones sexistas, por ejemplo, me viene una historia de lo más esclarecedora. Recuerdos... es lo que tenemos los historiadores, que a recordar no nos gana ni san Pedro. Al grano.
Antecedentes, para las nuevas generaciones, que yo ya soy un protocuarentón y ya me las sé. Estos que nos gobiernan, los batasunos, a finales de los ochenta o principios de los noventa del milenio pasado, se encabronaron mucho contra Francia porque después de hacer la vista gorda durante muchos años, putos gabachos, empezaron a detener a asesinos nacionalistas vascos.
El caso es que como que un país detuviera a criminales nacionalistas vascos no lo veían bien, los aberchándales forraron todo de carteles en los que llamaban a boicotear a todo lo que oliera a francés. Nos llenaron las calles de logotipos que no teníamos que mirar bajo pena de hostia. Del sexo oral, del francés de toda la vida, no hizo falta, si un nacionalista no baila agarrado, doctrina Sabino, ojo, a mí que me registren, como para hablar de las cosas de la felación.
Sigamos. La cosa fue tan demencial que te señalaban hasta por comerte un Mikolápiz o un Mikopete, helados fascistas franceses de la época, o te ponían un bombazo que te destrozaban el negocio, en Iturrama debajo de mi casa sin ir más lejos, porque tenias un cartel fascista en el taller de barrio con la marca de ruedas Michelín como rótulo.
El nacionalismo vasco siempre me huele a quemado. De ese mundo vengo. Lo cuentas hoy en algunos círculos y no te creen. Pues espera, que ahora viene no “divertido”. Yo iba a un cole en el que se enseñaba francés y nos cayó la del pulpo, desde avisos de bomba creíbles, Hipercor estaba cerca, recuerden, hasta agresiones a los críos que allí estudiamos. Las agresiones en realidad fueron más a las crías, porque la falda del uniforme era inconfundible y las dejaba vendidas frente a los adultos animales aberchándales. Crías de diez años, doce, catorce, ocho... crías, niñas, insultadas y hasta esculpidas en las aceras por esa ideología que ha ganado y nos gobierna porque iban a un colegio en el que se daban algunas clases en francés.
La aberchandalada propició agresiones sexistas a niñas pero claro, hoy ya no lo recuerdan, hoy ponen cartelitos imbéciles e inútiles con el único objetivo de intentar blanquear su miserable historia violenta. En fin, podría seguir tres folios más, o mil, pero me da tanto asco todo esto que prefiero hoy dejarlo aquí. Por ahora... y eso es todo.