• martes, 23 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El calor es vida

Por Javier Ancín

Está todo inventado. Hasta el calor. Nada es nuevo. Esos cansinos de "nunca había pasado" son una trola del que acota su existencia a tres calles de su barrio y cuatro meses de año. En verano ha hecho calor siempre. Mucho. Muchísimo calor. 

Una joven se abanica ante los episodios de calor. EFE/Abel Alonso
Una joven se abanica ante los episodios de calor. EFE/Abel Alonso

La chicharra canta, el horizonte se licúa, como la sangre napolitana de san Genaro, creando espejismos de agua a la que nunca consigues acercarte. 

Ese oasis que se te niega y los toboganes de aquellas carreteras nacionales peligrosas e infernales, son los dos recuerdos que conservo más nítidos de mis viajes veraniegos infantiles. Papá, acelera mucho subiendo que hace así, ay, como cosquillas en la tripa cuando bajamos. 

Y mi padre entonces, persona prudente, en vez de acelerar nos distraía con la historia de que en el pueblo donde vivían mis abuelos, Los Arcos, unas señoras se habían alquilado el taxi toda la tarde de un verano aburrido y tórrido para recorrerse la carretera que unía con Sansol, ida y vuelta, plagada de esos sube y baja, que tan divertiros me parecían. 

A mí aquello me parecía el colmo de la sofisticación, un viva la vida llevado al extremo. Aprovechemos todos los recursos de los que disponemos para hacer de nuestra existencia el mejor de los lugares posibles. Yo de mayor quiero ser como esas señoras, me dije, y a eso he dedicado y dedico mi vida, a pasarlo bien siempre, a veranear hasta en invierno.

Hoy hace calor como ayer hizo calor, como antes de ayer hizo calor y como siempre pegó Lorenzo. Mi primer recuerdo de Pamplona es ir buscando un julio de hace cuarenta años, también con mi padre, por todas las tiendas de electrodomésticos un ventilador para intentar sobrevivir a la ola de calor que inundaba de lava humeante aquella Pamplona ochentera. 

Al final lo encontramos en Burlada. Tuvimos que bajar en un coche sin aire acondicionado, la mayoría de vehículos de mi infancia no tenían aire acondicionado, al estar agotados en todos los comercios de la ciudad. 

¿Cómo podíamos viajar y cruzarnos sartenes incandescentes cada verano con aquellos coches en los que marcaba dentro -el típico termómetro, Recuerdo de Javier, pegado den el salpicadero- más de 40°C? Misterios. Hoy cruzas la meseta camino de las playas de Andalucía a 22°C y ni te enteras. Nos han quitado la épica, el calor ahora no llega ni a incordio. 

Hace 20 años, cuando era joven y lozano, me alquilé un verano con mi novia una buhardilla en la vía Cavour, mirando al coliseo. Roma ciudad eterna... y quien no conoce la chicharrera que es Roma en julio y agosto no conoce el infinito calor urbanita, que no se acaba nunca. Pero eso aún no lo sabíamos. Al entrar, la cama espaciosa e italiana, con mucha pompa, tenía tres ventiladores haciendo guardia contra las sábanas. 

Aquello nos pareció una exageración. Al irnos concluimos que hubiéramos necesitado un cuarto trasto moviendo el aire del dormitorio. Eso sí que fue pasar calor. Y tan felices. Quien no ha vivido y soñado un verano en Roma es que no conoce el calor. Tampoco conoce otras cosas, il dolce far niente, pero lo dejaremos para otro día. Y eso es todo. 


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