• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Por fin soy un señoro

Por Javier Ancín

Para qué anhelar ser un C. Tangana luciendo yate con pibas si puedes ser un Rolling Stones luciendo nietas con carrera y transgredir las prohibiciones, aunque solo sean las médicas.

Un señor se ajusta la corbata. ARCHIVO
Un señor se ajusta la corbata. ARCHIVO

Siempre hay una mesa que nadie ocupa, reservada para cuando haga falta. No es ni la mejor ni la peor. Discreta. Si entras, preguntas si hay sitio y no te la dan aunque seas buen cliente, aún eres joven. El día que le preguntas al camarero si tiene mesa y te la ofrece, te ha caído el viejazo encima, como dicen los argentinos. Ya te has convertido en un señoro.

Ser un señoro tiene sus ventajas. No todo va a ser que te llamen viejo las prototreinteañeras si les preguntas si se van ya a casa cuando te las cruzas en la puerta del bar de copas, cuando existían los bares de copas, y el camarero te empezaba a preparar el gintónic solo con alzarle las cejas. O los gintónics, cuando acompañabas el gesto mostrando un número con los dedos. Dos gintonics. O tres.

Cuando estudiaba la carrera de Historia siempre nos decían, cuidado, las fechas de los cambios de las edades son solo un convencionalismo. Uno no se acuesta medieval y el 12 de octubre, en realidad el 13, digo, de 1492 se levanta siendo un señoro del renacimiento inaugurando la modernidad.

Curiosamente en la vida estas rupturas de las etapas sí que son con un hachazo. Uno se duerme con pareja, incluso con la pareja de otro, por ejemplo, y al día siguiente se despierta y tiene un mensaje que dice, tenemos que hablar. O al final un día llegas a la barra con el local lleno, preguntas sin mucha esperanza por si tienen hueco pero para tu sorpresa te dan la mesa que siempre está reservada y solitaria. Podéis sentaros ahí si queréis. Saben que vais a consumir en abundancia, no armaréis jaleo, sois buenos clientes... Enhorabuena, habéis pasado de pantalla en la vida: el señoro es contigo.

Este verano ya me ha pasado dos veces. Por fin. En dos locales de Pamplona. Y no puedo estar más feliz. Dejar de querer ser, aparentar, sentirte joven... da igual el verbo, es una de las cosas que más serenidad produce en la vida. Pasar del, para ser joven estás muy cascado, al para ser un señoro no estás mal, puede hasta mejorar tu autoestima y aplacar la ansiedad vital que te perturba.

Romper con las cadenas de las pulseritas de cuero mentales de canallita que usan los Ramones cuarentones de la vida es una de las mejores decisiones que puedes tomar. Libérate, deja de meter tripa y vive. El pantalón pitillo, con ese pecho palomo que se te ha puesto y que nace desde la papada, ya no te conviene. Hace mucho que ya no te vistes, te disfrazas.

Para qué anhelar ser un C. Tangana luciendo yate con pibas si puedes ser un Rolling Stones luciendo nietas con carrera y transgredir las prohibiciones, aunque solo sean las médicas.

Llegar a señoro es como llegar al paraíso, ya no hace falta estar donde no quieres estar y puedes incluso hacer como Jep Gambardella, dejar a tu ligue que te ha puesto la cabeza como un bombo, empeñado en enseñarte las fotos de las vacaciones con la familia, en la cama y sin follartelo porque lo que te apetece es pasear hasta el amanecer fumando por las plazas de Roma vacías y silenciosas. Y eso es todo.


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Por fin soy un señoro