- sábado, 14 de diciembre de 2024
- Actualizado 09:17
Se han puesto a restaurar películas antiguas, de las primeras, retratos de vida, para darles la velocidad precisa, para entenderlas y que dejen de ser grotescos monigotes que desfilan por la pantalla. Son tan reales que todas son películas de terror. Ciudades frenéticas, que desfilan ante nuestros ojos, niños que miran a la cámara, que nos miran a nosotros, con unos ojos de ilusión y de tener toda la existencia por delante, que ya ninguno existe.
Observan desde sabe Dios ya dónde. Cuanto más las han ralentizado, de lo primero que te das cuenta, con esa sensación de presente que han adquirido, es de lo rápido que sucede esto de la vida, camino del mar que es el morir de Jorge Manrique. No hay peor cosa que suprimir esas capas de tiempo que hacían que su vida pareciera detenida, fuera del propio tiempo. Habitaban un espacio eterno, más que alejado del nuestro, uno diferente, donde podrían vivir para siempre sin miedo a envejecer, es decir, sin que tuvieran nada que ver con nosotros.
Aprovechando que el partido de la Eta y el de S. Cerdan quieren demoler el edificio de los Caídos, o parte de él o yo que sé, y ponerle a los restos el nombre de una niña asesinada durante la guerra civil, me dio por leer sobre los bombarderos republicanos que sufrió Navarra durante esa misma guerra. Bombardeos que nada tuvieron que ver con operaciones militares sino más bien con el joder por el joder, en los que murieron unas 40 personas, unas cuantas de ellas niños.
Niños fascistas, supongo, porque de esos niños no se ha acordado nadie. Los han condenado al sepia de las imágenes en plano general. No sabemos ni sus nombres, ni sus edades, ni sus circunstancias. Niños asesinados por los republicanos que no les interesan porque no pueden lanzarlos al otro lado del actual arco político.
Porque para eso exclusivamente quieren los muertos los del partido de la Eta y el PSOE -traerlos al presente, restaurarlos en color-, para lanzarlos como munición de catapulta contra gente que nada tiene que ver ni en sus asesinatos ni en esa guerra en la que ninguno estaba vivo.
En realidad al partido de la Eta le da igual Maravillas Lamberto, asesinada en 1936, es solo un peón que manosea en su macabra partida de ajedrez para intentar ganar una posición política presente. O peor, para intentar revestirse de una autoridad moral, con mil asesinatos sobre su chepa, que no tiene.
¿Alguien se acuerda del nombre del niño asesinado por el terrorismo nacionalista vasco en la pamplonesa bajada de Javier, allá por 1985? No, porque ese niño no pueden lanzarlo contra nadie porque es su asesinato. Uno es sacado de su tiempo, hacerlo presente aunque haya ocurrido 50 años antes que el del otro niño, al otro, el que no tiene ni nombre, hay que enterrarlo bajo capas de tiempo que hagan que nada tenga que ver con nosotros y nuestro mundo actual, como las películas aceleradas de las que hablábamos al principio. Y eso es todo.