• martes, 23 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La nueva anormalidad del PNV de toda la vida

Por Javier Ancín

En Euskadi se han hecho viejos hasta los jóvenes, sin darse cuenta. Les ha pasado el presente por encima, con sus ridículas indumentarias veraniegas de otra época.

El mitin celebrado por Vox este mediodía en San Sebastián ha concluido con incidentes al ser increpado por radicales el secretario general de este partido, Javier Ortega Smith, y las personas que le acompañaban al término del acto, del que han salido escoltados por la Ertzaintza . EFE/Juan Herrero.
Incidentes en San Sebastián protagonizados por radicales de la izquierda abertzale ante un mitin celebrado por Vox, cuyos representantes han tenido que salir escoltados por la Ertzaintza . EFE/Juan Herrero.

Al final salimos. Podría reproducir, alguna noche de insomnio lo he hecho en la cama, a oscuras, sobre el techo negro, el trayecto completo: cada curva, cada recta donde darle cera. Me gusta conducir con el navegador en la pantalla del coche por una cuestión estética, como en  ese premio Goncourt que es 'El mapa y el territorio' donde los planos de Michelin son elevados a la categoría de obras de arte, para disfrutar de la línea roja que marca el trayecto, un círculo con una flecha que te indica el punto exacto de tu existencia, con los números que oscilan, kilómetros, minutos al destino... estimaciones que cambian cada segundo. Una performance digna de un museo de arte moderno. Un baile con sus ritmos y pasos perfectamente medidos y ejecutados.

Salí con tiempo y llegué incluso antes de lo ese esperaba. Cuatro meses sin coger un coche para nada más que no fuera ir al Carrefour y no se me había olvidado ni dónde estaban los radares ni el punto exacto por el que entrar en la curva para salir a la mayor velocidad posible. Hacia bastante que había dejado de disfrutar conduciendo. No hay como que te prohíban algo para desearlo con toda tu alma y recuperar el placer de golpe.

81 kilómetros. 54 minutos. A los 43 minutos exactos desde la salida del garaje de Pamplona llegaba a la barrera del parking de la Concha, en San Sebastián. El aparcamiento estaba medio vacío, lo que significaba que el jolgorio de fuera era la mayor parte producido por autóctonos.

La playa estaba que daba gusto verla. Desde la barandilla, se veían miles de personas con su distancia de seguridad activa, como cuando el radar del coche detecta otro vehículo delante y se frena solo, para mantenerse siempre a los metros adecuados para no estamparse, para no contagiarse.

Paseé hasta una terraza que hay en la trasera del ayuntamiento, a la sombra y a la brisa, a disfrutar de la primera cerveza dela temporada en libertad. Gritos de otra era geológica llegaban hasta mi mesa pero ni me molesté en levantarme e ir a mirar. Pillar terraza estaba caro y no era plan de desaprovechar el turno. Eché una ojeada en internet para ver qué pasaba. Lo de siempre. Qué novedad.

Primeras horas de libertad sin estado de alarma y en lo que piensan cien adolescentes subnormales es en ir a gritarle a alguna cincuentona como si fuera el mismísimo diablo, creyendo... ¿en qué creerán esos tarados con esas caras de odio fanático?

Se ve que había un mitin de Vox en los jardines de Alderdi Eder y la manada batasuna tenía que ir a reventarlo.

El aberchandalismo ha creado generaciones de imbéciles completamente integrales que por no tener no tienen ni enemigo contra el que ir. Una señora caminaba en un vídeo entre un pasillo de boronos de veinte, treinta, cuarenta años, todos iguales, que le escupían xenofobia a dos carrillos. Y así llevamos décadas.

En Euskadi se han hecho viejos hasta los jóvenes, sin darse cuenta. Les ha pasado el presente por encima, con sus ridículas indumentarias veraniegas de otra época: pantalones piratas, camisetas de tirantes, bolsito -bilduito, como lo llama un colega mío giputxi- cruzado al pecho como yo solo me cruzo el cinturón de seguridad en carretera. En los pies sandalias, ya convertido en hecho diferencial vasco desde hace unos lustros, enseñando mejillón.

Se oían los gritos al otro lado del edificio y esperábamos a los bárbaros para la tercera cerveza, como Coetze, pero nunca terminan de llegar porque son cuatro colgados, encapsulados por los txarainas.

Si en vez de su uniforme jujano de moderno de pueblo de los noventa hubieran llevado túnicas azafrán y crótalos, habrían pasado por Hare Krisna con acento del Goyerri. Unos iluminados, aunque con más mala hostia.

Y en eso que sale Aitor Esteban, un señoro al que no puedo dejar de imaginármelo desnudo con calcetines y el jersey peneuvero sobre los hombros al finalizar el día, justo antes de abotonarse la chaquetilla del pijama de raso azul, diciéndole a la mujer del vídeo, a todas las mujeres de todos los vídeos, que podría ser perfectamente por indumentaria y edad su propia mujer, que va buscando bronca, que es una peligrosa provocadora de la chavalería.

Es todo tan cutre...

Y aquí hemos vuelto, a la anormalidad de toda la vida, a esa anormalidad donde la mayoría disfruta de la playa y la minoría, una pena que sea la que corta el bacalao, regodeada en el pringue ideológico nacionalista del verso aquel del que siempre hablaba Juaristi: nuestros padres nos mintieron. Por eso seguimos aquí. Y eso es todo.


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La nueva anormalidad del PNV de toda la vida