• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Osasuna tiene que echar a los ultras de El Sadar

Por Javier Ancín

Osasuna debería de echar del estadio a esos energúmenos que atentan contra el patrimonio del club.

Yo soy de Osasuna. Creo que es el último rasgo humano que me queda. He renegado a cualquier tipo de sentimiento de pertenencia tribal a la ciudad en la que nací pero el equipo de mi infancia me sigue importando. Intento ver los partidos, los sigo por la radio, busco los resultados, leo las crónicas. Tengo varias camisetas que me las pongo poco porque no quiero que se me estropeen. Manías. Yo qué sé. 

Osasuna es mi magdalena de Proust, el hilo que recoge las cuentas de mi vida desde mi niñez hasta el día de hoy. Tengo recuerdos con mi abuelo, con mi padre, mi tío, con mis amigos, que van ligados al club, al estadio, a los goles, a las alegrías, las tristezas, los orgullos y las decepciones. Es pensar en Osasuna y se me destapa el bote de la memoria. 

Cuando yo era un crío muy pequeño mi tío me regalaba las tarjetas de socio al final de la temporada y aquello para mí, en un tiempo donde era imposible conseguir merchandising porque no existía, tener impreso el escudo de Osasuna y poder mirarlo cuando quisiera, era un tesoro que me hacía inmensamente feliz... y poderoso. Soy de Osasuna, pertenezco a un club enorme.  

Recuerdo el primer día que entré al Sadar con mi padre, con cuatro o cinco años, un cuarto de hora antes de que finalizara el partido, y el momento justo que me alzó sobre el muro y pude ver el césped, agarrándome a la valla, de un verde tan intenso, con las torretas de luz haciéndolo brillar, que aún hoy me impacta ese color en mi retina.

Para mí Osasuna es parte de mi vida, en minúsculas, la cotidiana, la de verdad, la que importa. Es tan parte de mí como jugar con mis primos a fútbol en el patio del colegio que había debajo de mi edificio, con los balones Mikasa soñando que un día podría entrenar en Tajonar, o ir un domingo al campo de costillada infantil volviendo en el coche familiar con la emoción de escuchar los goles de Osasuna cantados por Martínez de Zúñiga, Chus Luengo o de Patxi Cervantes

Por todo esto, cuando ayer martes circuló un vídeo de los ultras de Osasuna insultando al Chimy Avila, que fue a celebrar a su lado el gol del empate frente al Barcelona, me pareció que ya bastaba, que es hora de tomar medidas, que no podía dejar el club ni un día más los recuerdos de las generaciones de niños futuros en la manos de esos impresentables. 


Osasuna debe de actuar contra ese antiosasunismo delirante que tiene dentro, que mostró todo su odio y su agresividad, caras desencajadas, ojos desorbitados de fantasmas fanáticos, insultos, cuando el Chimy Ávila fue a celebrar un gol marcado para ellos. 

Osasuna debería de echar del estadio a esos energúmenos que atentan contra el patrimonio del club, un jugador propio que acaba de marcar un gol contra un rival importante, ya, sin demora. Fuera. Si no los paran, van a conseguir la majadería extrema de que antiviolencia sancione a Osasuna porque algunos de sus supuestos aficionados agredan a un jugador propio. Al tiempo. Osasuna debería de hacer lo que se ha hecho en otros clubs. Echar a los ultras del campo y crear una grada de animación joven sin ningún tipo de símbolo político/ideológico y exclusivamente con camisetas rojas del equipo.

Es hora de que el club cambie de política con respecto a este grupo destructivo y dé un golpe de timón, es intolerable que sigamos dando esta imagen a los niños. Siempre me he preguntado cómo Pamplona que tiene unas fiestas mundiales más populares, podía ser el club tan antipático para esa misma gente que venía a Sanfermines a divertirse. Fácil, su imagen lleva secuestrada hace décadas por esos ultras. Si somos antipáticos es porque esa gentuza utiliza el club como munición para sus odios.

Osasuna si hubiera echado hace lustros a esos terroristas de las gradas y hubiera fomentado, apoyado en los Sanfermines, un lavado de imagen mostrando una cara más sana, con valores cívicos y deportivos, sin restar ni un gramo de la pasión que desprende el osasunismo, podía ser uno de los equipos que más camisetas vendieran entre los niños de todas las partes de España. O lo que es lo mismo, Osasuna podía jugar cada partido de fuera... en casa. Pero es lo que hay, es decir,  miedo y cobardía, lo de siempre por estos lares. Si no extirpamos pronto a esos violentos, esos violentos acabarán por conseguir que el club desaparezca, atacando como lo están atacando ya, desde dentro. Y eso es todo.


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Osasuna tiene que echar a los ultras de El Sadar