No habré estado más de 5 o 6 veces en la Plaza del Ayuntamiento esperando el chupinazo. Si la gente no me gusta mucho, las aglomeraciones ya me producen un espanto atroz del que huyó como de la peste.
Los recuerdos son escasos porque poco es el oxígeno ahí metido y mucho el efluvio alcohólico que aunque no bebas, te impregna hasta las córneas. Por no recordar, no recuerdo ni el sonido del cohete al explotar sobre Pamplona porque en realidad no lo escuché nunca. Entre tanto jolgorio es imposible. Todo es pura intuición, instinto y exceso. Comienzan las fiestas porque crees que han comenzado y te anudas el pañuelo al cuello y saltas porque todos a tu alrededor saltan y se lo anudan, felices y desbocados.
Miraba hoy la tele y solo he podido pensar, entre trago y trago a una taza de té, con el mar del fondo en el balcón donde he presenciado el Chupinazo, en el grado de fanatismo demente que te puede llevar a meter pancartas a favor de las manadas vascas encarceladas, por asesinos, y demás banderas sectarias; desplegarlas sobre la gente durante más de una hora en mitad de mareas humanas y aguantar, prietas las filas, para que sobre la fiesta solo prevalezca su neura, su paranoia, su totalitarismo.
Secuestrar de esta forma a una ciudad, su imagen, proyectando hacia el exterior una realidad distorsionada, fea como un alcalde batasuno, como pamplonés en el feliz exilio, me entristece y me avergüenza. Hay cosas a las que no me acostumbraré nunca, por mucho que únicamente me acerque ya a los sanfermines de puntillas y solo los recuerde, sobre todo, por los lugares fuera de Pamplona en la que veo por la tele el chupinazo y los encierros.
Que una fiesta tan plástica, y en un momento único como su inicio, que podría dar las imágenes más bellas del mundo, sea violado de esta forma, justo en el momento del año donde más ojos están puestos en ella, politizándola hasta la náusea más desagradable, produce una melancolía enorme. Con lo que podría ser esta ciudad durante los sanfermines, capital mundial de la fotogenia, que lo que se fomente desde el ayuntamiento euskoñazo y sus feligreses solo sea la fealdad y la cutrez del plástico y la pintura de brocha gora y gorda es delirante.
Por no comentar también lo podrida tienes que tener el alma para, en el día donde todos los focos tendrían que iluminar exclusivamente al grupo musical Motxila 21, integrado por músicos con síndrome de Down, que han lanzado el cohete, les hayas robado el protagonismo para que recaiga total y totalitariamente en ese absurdo mástil vacío, al acecho, reservado para tu trapo ideológico imperialista y en esa plaza cubierta de pancartas.
En fin, que felices fiestas. Me voy a dar un baño para celebrarlas y para olvidar que, pudiendo ser las mejores fiestas del mundo, ya solo son el mejor escaparate para que los totalitarios y los criminales se hagan publicidad gratis, a costa de Pamplona entera. Pásenlo bien, si les dejan. Y eso es todo.