Al final, todo se acaba, hasta los Sanfermines, que se van poco a poco: primero el vallado, después los gigantes, luego los pañuelos, las velas y por último el humo.
- lunes, 09 de diciembre de 2024
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Al final, todo se acaba, hasta los Sanfermines, que se van poco a poco: primero el vallado, después los gigantes, luego los pañuelos, las velas y por último el humo.
Sabes que todo ha terminado cuando, después de ir a ver el encierro, (sobrio, que nos conocemos putos Torkemadas), con las gafas de sol puestas, frente a la barrera de salida del parking de la plaza del Castillo, -ese que nadie iba a usar y que los que primero solicitaron plaza eterna fueron los escindidos del Peneuve-, coges el mando a distancia del garaje de casa y le das. Mierda, se han debido de acabar las pilas porque esto no abre... joder. Aún a riesgo de que me oiga un foral y me detenga, suelto un “que abras, coño”. Pero no abre, por mucho que dé la chapa. Hasta aquí llegó la riada. Pobre de mí, de ti, de todos... copón, estoy dormido. ¿Dónde he dejado el ticket?
Da gusto cruzarse con la Pamplona clandestina. Esa que se esconde del oficialismo rancio presidido por el alcalde villano de Batman (con blusón en los toros estaba para que lo fiche Warner) y sus secuaces, se me acercó en una esquina, de espaldas, y con voz de speakeasy, me dijo: oye, siete de la mañana en tal portal de Mercaderes (omito el número para preservar la identidad del confidente), veremos el encierro en un balcón de la curva de la Estafeta. Luego comeremos churros de la Mañueta y nos ciscaremos en los aberchándales en todo el proceso. Estoy en el ajo, le dije. No me pierdo las rosa. Es una oferta que no puedo rechazar. Viva Navarra. Viva y libre.
La Pamplona secreta es un primor. Al final hemos concluido lo de siempre, que ninguna peña haya pintado en su pancarta al alcalde como si fuera el doble de Danny DeVito haciendo de Pingüino dice poco de ellas. Con lo a huevo que lo tenían. O dice mucho, mucho sobre su falta de humor, su falta de mordiente, su falta de capacidad satírica y su completo sectarismo. Cuando gobernaban los otros, hostias a los otros porque mandaban, decían, y cuando mandan los suyos, también, hostias a los otros, porque... pues porque sí y punto, que para eso son la oposición. Y a callar. Son tan previsibles como aburridos. Solo saben engordar, anquilosadas hasta el infarto, con las mamandurrias que el poder de los suyos les riega.
14 de julio, última carrera de los sanfermines. Y ha sido espectacular ver a los Miura alisar adoquines con cada martillo neumático por pezuña. Plano cenital de la torada y la Pamplona infinita allá al fondo, picando para arriba la Estafeta. Los balcones repletos, la carrera lanzada como por un arco tenso invisible. El tiempo un instante eterno, fugaz como una vida veloz a cámara lenta, hasta que se pierden camino del callejón ya restauradas todas las leyes de la física, corredores como una estela de un cometa bello.
Es precioso el encierro. La violencia delicada de todo el baile que se produce, de todas las trayectorias, de todas las órbitas que pueden darse en 10 metros de calle. Un sistema planetario diferente cada mañana, una constelación de Tauro embistiendo de una manera nueva cada segundo, un laberinto del minotauro al que le protegen a Teseo para poder salir de ahí con vida el hilo de Ariadna y el capotico de San Fermín.
Al final todo acaba, hasta los sanfermines. Es triste el final, melancólico, una agonía lenta. No es un hachazo, sino que se va poco a poco, primero el vallado, después los gigantes, después los fuegos, después los pañuelos, las velas y por último el humo... hasta que no quede nada, sólo el recuerdo y la ilusión de que quizás, el año que viene volvamos a encontrarnos. La esperanza es lo último que se pierde.
Amados lectores, ya falta menos... y eso es todo.