Mientras veía a Puigdemont pasearse por Barcelona, prófugo de la justicia con atril y focos y mucho jubilado creyente de público, en mitad del arco de triunfo -al lado del zoo, por cierto, los escenarios nunca son inocentes-, abrí un sobre de la DGT que acababa de recoger del buzón de casa.
Carta de amor: usted ha pasado tal día a tal hora por tal punto kilométrico de la autovía cual a 138km/h. Total de la declaración romántica: 100€ sin retirada de puntos. Si nos la pagas pronto y no das por saco con recursos y mierdas de esas que tampoco te vamos a aceptar son, precio amigo, 50€. Abro paréntesis. Si les gusta correr, sepan ustedes, amados lectores, que la velocidad óptima entre multa a precio asequible y ausencia de retirada de puntos del carnet son 149km/h en autovía y autopista. Si te cazan en ese intervalo son 50€ si la paga raudo y veloz. Cierro paréntesis.
El caso es que mientras veía la multa, con su foto y todo, ahí estaba mi coche, casi se me podía ver el cogote y la calva, y estaba metiendo la tarjeta visa en la web de la Dirección General de Tráfico, Puigdemont se les volatilizó, así, como si en vez de ser una mocho sesentón ya, fuera el mago Hudini.
Qué cosas... de cualquiera de nosotros el estado sabe todo: salta el radar, lee la matrícula, comprueban la titularidad del coche y se procede al envío de una carta al domicilio de esa persona, sin la intervención de ningún humano, que es todo un proceso automático; y a este tío no son capaces de detenerlo en Barcelona con decenas de policías y medios tecnológicos pendientes de él.
Mecachis, te dicen, se nos ha escapado el coche en el que se ha metido. No somos capaces de, con cientos de cámaras esparcidas por la ciudad que reconocen automáticamente matrículas, localizarlo. Y te montan un dispositivo analógico para hacerte creer que hacen algo, abriendo maleteros de coches aleatorios en controles tan absurdos como incómodos para la ciudadanía, tomada como rehén, una vez más, de los tejemanejes que se traen los políticos con ellos mismos.
Los munipas de Pamplona tienen un coche con cámaras en el techo que va recorriendo la ciudad para multar cómodamente a quien esta en doble fila, no tiene pasada la itv o el seguro lo lleva caducado. Qué les voy a decir de los contenedores de basura de Irroña, que saben de nosotros día y hora en los que los usamos. Hasta para tirar las cáscaras de las naranjas del zumo del desayuno estamos controlados.
El estado lo sabe todo de todos nosotros, pero todo, que por contar, una ciudad tan insignificante como Pamplona cuenta hasta con cámaras de reconocimiento facial. Más de 300 cámaras municipales nos miran cada día a los ciudadanos de Pamplona. Imagínense una ciudad como Barcelona, el grado de control que puede tener el personal.
Pues bien, en este teatro en el que vivimos en el que si yo no pago la multa me la embargan de mi cuenta, al estado se le escapa un tío prófugo de la justicia, tranquilamente, del centro de la segunda ciudad de España. Y no pasa nada, oiga. Nada de nada. La ley es solo para que la cumplamos los pobres, que el PSOE ha decidido hace tiempo que ellos y sus socios no tienen obligación de hacerlo, puede saltársela cuando quieran, que para eso tienen el poder. Y eso es todo.