• jueves, 12 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Txibite podría ser carterista en el metro de Barcelona

Por Javier Ancín

"Así gobierna Txibite, cada vez que no quiere contestar a la oposición, que es ya siempre, solo sabe gritar odio, odio, oido..., como mantra para escabullirse, para no responder de sus actos, comportándose como una vulgar ratera en el metro de Barcelona".

Barcelona_Metro.
Barcelona_Metro.

Hace años, en otra vida, iba con un amigo en el metro de Barcelona, charlando de nuestras cosas, un poco de forma exagerada, risas y tal, éramos jóvenes, nos hacía ilusión encontrarnos en ciudades que no eran las nuestras, como si hubieras conquistado nuevos territorios porque nos deportaron por curro allí unas semanas. Tonterías de llevar traje con menos de treinta pirulos y creer que eso es estar en la senda de los vencedores.

El caso es que viajábamos de pie, agarrados a una barra, y un tipo se nos puso al lado, muy cerca. Nada sospechoso en un metro que alguien se te adose. Es lo que hay. Las grandes ciudades son así y los transportes públicos un suplicio para los misántropos. Yo creo que el tipo creyó que estábamos mamados. Ojalá. Íbamos a prosaicas y absurdas reuniones.

No le di más importancia al asunto hasta que, sin venir a cuento, veo que se le ensombrece la cara a mi colega, como si se le apagaran las luces de golpe, se le endurecen los rasgos, en esa milésima de segundo le salió barba de tres días, cansado, y los ojos se le entornaron como los de un soldado repeliendo un asalto a su trinchera.

Se le clavó la mirada en la del tipo que se volvió blanco, de golpe, pálido como un cirio de todos los santos la víspera de ser prendido, pese a traer ese tostado Mediterráneo del otro lado del estrecho. Yo no entendía nada. Y cuando mi colega le preguntó muy sereno, frío, bajando la voz, masticando palabras, que qué hacía; aún entendí menos.

Mi colega es un tipo de esos grandes y tranquilos que es mejor tenerlo de tu parte en un bar a las cuatro de mañana, solo diré eso. El otro no dijo nada y yo ya no pude más y pregunté que qué pasaba.

Me señaló el lateral de su pantalón con un golpe de sien, sin dejar de perforarlo con los ojos, y vi que tenía agarrada la mano del tío dentro de su bolsillo. Fuerte, no le dejaba sacarla, aprisionada como la garra de un oso por un cepo. Suelta lo que has cogido ahora mismo, le dijo mi colega con la misma suavidad y frialdad. El otro debió de soltar la presa porque ya liberada, sacó la mano del pantalón de mi amigo a la misma velocidad que un latigazo dando un brinco hacia atrás. Aún dentro del vagón, mi amigo ya con la voz fuerte, señalándole, avisó a la gente: cuidado con este que es carterista y casi me birla el móvil del bolsillo.

Y entonces el tipo, rodeado, descubierto, señalado, observado por todos, se puso a gritar como un puto loco que éramos unos racistas. Son unos racistas, estos dos son unos racistas, unos racistas de mierda y así siguió hasta que llegamos a la siguiente estación, racistas, racistas, racistas... y salió corriendo sin dejar de gritar lo mismo, que éramos unos racistas, sí, ya, joder, calla ya, puto ladrón.

Racistas, racistas, racistas... que es exactamente lo que hizo ayer Txibite cuando, al preguntarle el Pepé en el Parlamento de Navarra si, por favor, nos podía desvelar los acuerdos secretos a los que ha llegado el PSOE con el partido de la Eta, para nombrar a Sánchez presidente y a ella presidenta, se puso a gritar como una energúmena que el Pepé construía odio. Rodeada, señalada, descubierta... acojonada, para intentar zafarse de esa situación, se puso a gritar odio, odio, odio, el Pepé es el partido del odio, como aquel carterista al que mi colega le pilló con la mano directamente en el bolsillo y nos llamó racistas, a grito pelado, para poder escabullirse como un gusano entre la gente, sin tener que responder en su caso ante la justicia.

Así gobierna Txibite, cada vez que no quiere contestar a la oposición, que es ya siempre, solo sabe gritar odio, odio, oido... odio, odio, odio, como mantra para escabullirse, para no responder de sus actos, comportándose como una vulgar ratera en el metro de Barcelona. Y eso es todo.

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