• viernes, 06 de diciembre de 2024
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Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

De la niña de Rajoy a la abuela de Iglesias

Por Rafael Torres

De la niña de Rajoy a la abuela de Pablo Iglesias, pasando por aquella chica de Pedro Sánchez que le contaba sus problemas y que unas veces se llamaba Juana y otras Valeria o Verónica.

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno durante una comparecencia.
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno durante una comparecencia.

Todos los políticos recurren a ese interlocutor a medida que figura representar al ciudadano corriente, al pueblo, y que espera como agua de mayo el advenimiento de Mariano, de Pablo o de Pedro para conjurar los males que le afligen y ser, en consecuencia, más dichoso.

El Día de los Inocentes, y como para establecer y probar su inocencia en el aquelarre cainita de Podemos, a Pablo Iglesias se le ha aparecido, bien que en forma incorpórea y epistolar, una abuela llamada Teresa que, aunque deplora el fraticidio desatado en la formación juvenil, se reconoce incondicional del líder carismático. La misiva de la dicha abuela es la coartada, la percha, la palanca, de la respuesta que el nieto honorario propina seguidamente a las bases, una respuesta cursi, falsamente modesta, como de "spot" de refresco de cola o de redacción de un estudiante de Primaria, en la que pide perdón de aquella manera por el espectáculo que los gerifaltes de las distintas facciones de Podemos están dando.

La abuela Teresa, al parecer, es una persona real, pero Pablo Iglesias, no. Es real su ambición, su narcisismo, su palabrería, su leninismo, su coleta, su moto, su ignorancia y su título académico, pero él, no. No hay realidad alguna en el personaje que representa, el de soñador novísimo, hiperdemocrático, asambleario y apasionado, y cada uno de sus actos, astuta mezcla de improvisación y cálculo, la desmiente.

Rajoy necesitaba rescatar a una niña, en 2008, de las garras de Zapatero; Sánchez, en 2015, a una joven con trabajo precario de las garras de Rajoy, y Pablo Iglesias, en 2016, necesita a esa abuela para ofrecer un acto de contrición fácil que le permita, o eso cree, recuperar la imagen ficticia de tío sano que es víctima de la insania envidiosa y medio trotskista de quienes, como Errejón, le conocen y saben desnudarle de ella.

Iglesias, en puridad, en la práctica, no ha hecho otra cosa que servirle a Rajoy, cuando la voluntad mayoritaria de los españoles solicitaba otra cosa, una segunda legislatura. Pero oyéndole se diría que, pese a Teresa, no tiene abuela.

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