• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Coronavirus, en manos del azar

Por Fermín Mínguez

Esta era la frase con la que cerrábamos las conversaciones cuando analizábamos algún proceso operacional, si eran profesionales, o cuando comentábamos algún chascarrillo, sobre todo de relaciones personales.

Dos turistas posan con mascarillas de protección frente al coronavirus en el Duomo de Milán. EUROPA PRESS
Dos turistas posan con mascarillas de protección frente al coronavirus en el Duomo de Milán. EUROPA PRESS

Bueno, para ser sincero la frase era “estamos en manos del puto azar” y es la primera que me ha venido a la mente con el coronavirus.

Del puto azar y del impacto de los medios de comunicación en la sociedad, exactamente del criterio y la intención de los medios y la necesidad social de creernos las cosas o de panicar a la mínima. Que es increíble lo que nos gusta exagerar y saber de todo, oigan.

Tengo un amigo que este pasado fin de semana fue a Milán de visita familiar. Para darle más emoción a la visita fue con su hija de seis años y su madre, dos grupos de riesgo en el pack porque aquí hemos venido a jugar.

De viernes a lunes estuvieron en el epicentro de la epidemia, de la desgracia, del inicio del Apocalipsis, del Armagedón, del principio del fin de los tiempos. Quiero decirles que, aunque este amigo es muy inteligente, (además de guapísimo, culto, atlético y con un exquisito gusto musical), no pudo intuir en noviembre (cuando compró los billetes) que esto iba a pasar. Lo digo por el aluvión de aquienseleocurre, perocómovaisconlaqueestácayendo, y el siempre iluminador sillegoaseryo, quienes curiosamente nunca son en primera persona, porque no suelen tener valor de casi nada, pero siempre saben lo que hubieran hecho, en fin. El primer round que tuvo que aguantar mi amigo querido fue el de los oráculos, todos esos Carlos Jesús, que ya lo vieron venir.

Luego está esa distancia entre la realidad y la retransmisión que, si me permiten el giro al refranero, sería un “de lo vivido a lo retransmitido hay un trecho” que no rima, pero se entiende. Le llegaban a mi amigo mensajes de “Milán, ciudad cerrada”, mejor en italiano que gana potencia “Milano, città chiusa”, con calles vacías e imágenes de los monumentos desiertos. Sólo faltaban las bolas esas del desierto pasando por delante del Duomo.

Terrible, ni Pamplona un quince de julio, oigan. Y sin embargo ellos estuvieron el sábado tan campantes por el centro, aguantando colas para entrar a los sitios, esperando turno para que adolescentes en chándal dejasen de hacerse fotos con la lengua fuera, delante de la puerta principal como si fuera la disco de Armani; sortear un jardín entero de aspirantes a modelos posando super profesionales para que les hicieran fotos con un móvil, y esquivar grupos de asiáticos que perseguían a guías con paraguas y a grupos de españoles con nuestro tono habitual de “hemos venido a que nos escuchéis” por todos los rincones.

Ojo a los preocupaditos, pero los asiáticos CIRCULABAN LIBREMENTE, ¡¡¡SIN NINGUNA PROTECCIÓN!!! Ni atados, ni bañados en Sanytol, ni con la cabeza metida en bolsas de congelación del IKEA, oigan, tan anchos. Miren, si eso era una città chiusa, cuando sea città aperta yo quiero volver, porque tiene que estar más animado que el seis de julio en Pamplona. Bueno, eso no, ahí me he pasado de frenada, más animado que El Pilar o las Fallas…

En serio, el sábado en los restaurantes había esperas de media hora a la hora de comer, transportes públicos llenos y un ambiente estupendo. SI se pretendía contener algo no daba la intención, a pesar de que en la televisión hablaban de confinamientos. Ya estaba el azar a los mandos.

Por la noche igual, bares llenos, restaurantes a ful y Glovos yendo y viniendo. Para que vean que es cierto lo que cuenta mi amigo, que ya les veo afilando cuchillos, en la Pizzería AM, en el 83 de Corso di Porta Romana, había una espera de hora y media para entrar, que los dueños amenizaban invitando a copas de prosecco a los que esperaban en la calle. Ni una máscara puesta en una clientela mayoritariamente italiana. Dos copas estupendas que se tomaron mientras socializaban con la gente y con la cajera, ecuatoriana de 27 años con familia en Mataró. Allí a dos metros de distancia para evitar contagio solo estaban las lámparas del techo.

El domingo se endureció el control según cuenta mi amigo, y solo tuvieron que preguntar en cinco restaurantes para poder comer antes de media hora en Navigli, precioso sitio donde se celebra todos los domingos un Mercatone dell’Antiquariato. Debe tener unos dos kilómetros de largo a ambos lados de un canal llenos de bares y restaurantes. Aquí había grupos de turistas con mascarilla que se la quitaban para hacerse fotos, que es bien seguro porque, así como las bacterias tardan cinco segundos en actuar sobre la comida si se cae al suelo, los virus se paralizan si ven el objetivo de una cámara. El azar llamando a su primo para que le eche una mano.

Les podría contar más cosas que me contó mi amigo, como lo de los supermercados vacíos en las noticias mientras ellos compraban tranquilamente en el Carrefour exprés de Corso di Porta Vigentina, lleno de productos frescos incluida comida precocinada, con unas croquetas de jamón que tanto valían para cenar como para reponer los adoquines de la calle. Mi amigo respondía a las fotos que les enviaban de supermercados vacíos con selfies con la carnicería y la carnicera con cara de “este tío es imbecile”, o con las aguas de fondo.

El lunes, día en el que ya había 3 muertos oficiales (que luego resultaron ser Matusalén y su hermana mayor con bronquitis y una paciente oncológica terminal, por poner los datos en perspectiva). A mi amigo lo despertaron los bocinazos de un atasco en la calle porque en la città chiusa habían cerrado colegios y organismos públicos, pero se ve que los que dependen de su nómina habían ido a trabajar. Panaderías llenas.

El aeropuerto sin ningún control de salida, que igual tiene sentido para que los virus se vayan y no se queden, pero ni una triste toma de temperatura, un médico vestido de astronauta o algo para darle emoción. Nada. Lo que sí había era un abanico enorme de medidas profilácticas, desde mascarillas a kleenex sujetos con gomas pasando por bufandas, pareos, caretas y cascos de storm trooper. También estaba el muchacho hipermusculado del asiento anterior a mi amigo que llevaba mascara profesional, pero olía a no haberse duchado desde enero, así que como protección no sé si sería útil, pero al menos no se olería a sí mismo el tío asqueroso. Además indicaba a su hija que tosiese dentro del plumier, que supongo que luego llevará al colegio, claro. Ahora sí en manos del puto azar, y es que por mucho que te esfuerces con estos mimbres es complicado…

No sé qué se imaginarán sobre las medidas en el aeropuerto al volver a España el mismo día en que las tertulias televisivas informaban de que íbamos morir todos y ponían imágenes de hospitales de campaña, pero mi amigo dice que podían haber entrado haciendo la conga tosiendo y estornudando alternativamente encabezados por el ébola en persona con dos pistolas colgando. Ni una toma de temperatura en un vuelo de unas doscientas personas con bastantes niños.

No les cuento esto que contaba mi amigo para meter miedo, al revés, lo cuento porque por mucho que compren mascarillas y agua y conservas como si esto fuera el fin de los tiempos, hay un porcentaje que va a escapar siempre a su control y que dominará el puto azar. Lo que podemos controlar son las medidas básicas de higiene, esas manos por favor bien limpicas, y extremar algunas precauciones, pero si creen que lo tienen bajo control olvídense. SI creen que por evitar a los chinos y a los que vinieron de Italia están a salvo, olvídense. En cualquier momento aparece una niña con un padre fornido a su lado, abre su plumier y se ha liado.

Así que hagan el favor de controlar histerias, dejen de ir por la calle como si trabajaran en el Área 51 y disfruten de cada día como merece, que tanto lo malo, como lo bueno, acabará por llegar. Hay señales más preocupantes sobre el final del mundo, como que expulsen a Sergio Ramos y le piten un penalti en contra al Madrid en un mismo partido.

Mi amigo está de lo más tranquilo, no sé yo qué haría en su lugar…


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