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Opinión / Sabatinas

La causa siempre gana

Por Fermín Mínguez

¿Pueden los criterios personales imponerse? Es curioso como las causas que crean las personas pueden acabar fagocitándolas, sometiendo las necesidades personales a los objetivos de la mayoría.

La frase del título la robo de un capítulo de The Boys, esa serie de superhéroes terrenales bastante quinquis, en la que una de las protagonistas la dice con cierto pesar cuando otra intenta cambiar las cosas. Algo así como que lo puede intentar, pero la causa es mayor que su voluntad de cambio, aunque el cambio sea a mejor. “La causa siempre gana”, la nombré en la última Sabatina del año. No deja de ser sorprendente cómo las estructuras que construimos las personas, cuando crecen, se imponen por encima de las necesidades de quienes las crearon.

Se supone que, como ser sociable que se supone que somos, nos juntamos en grupos para ser más fuertes, más seguros y más felices, ¿no? Sin embargo, cuanto más grande es el grupo, más castiga al individuo, ¿se han fijado? Cedemos libertades a cambio de seguridad, o de complacencia, de ser admitidos, (o no criticados), por sentir ese calor que da la compañía, que es el mismo calor que puede dar la lana de la oveja que tenemos al lado en el rebaño. Cuando más prietos, más calenticos, pero ¿es esto lo que queremos? No si hacemos caso a los mensajes que escribimos en las tazas motivacionales, (odio eterno). Ahí escribimos que somos lo más importante, que en nuestro interior radica la felicidad y el futuro y esas cosas. Igual es por esto que vivimos en esta distopía actual y no futura, en esta separación entre lo que queremos ser y lo que no podemos porque no nos lo permitimos. Decimos que no nos dejan, pero la realidad es que no nos dejamos.

Les pongo varios ejemplos. Los partidos políticos votan en bloque, hay incluso imágenes de cómo alguien levanta la mano marcando lo que hay que votar, sí o no, y todos votan lo mismo. Me da igual el partido en el que piensen, no empecemos tan pronto a poner excusas. Me parece imposible que en un grupo de más de diez personas estén todos de acuerdo, siempre y en todos los temas. Venga ya. Pero si quedamos a tomar el aperitivo y cuesta un mundo elegir si las bravas picantes o no, me van a decir que en temas de legislación no hay fisuras. Que no, que no es posible que no haya alguien que pueda estar de acuerdo en unas cosas pero no en otras. Sin embargo no se da. La disciplina de partido lo llaman, la causa siempre gana es lo que es.

Eso se traslada a nuestro día a día, y así va a ser muy difícil vivir tranquilos, incluso vivir. ¿Han visto Django desencadenado?, si no ya tardan. La pelicula va sobre un negro libre en época de la esclavitud, resumiendo mucho, aderezada con la delicadeza que suele acompañar a Tarantino. Pues bien, en esa película hay un sublime Samuel L. Jackson haciendo de esclavo esclavista, Stephen. (Créanme que no se si ya les he hablado de esto, quiéranme así…) Es un papelón, que visto desde fuera cuesta de entender, como un negro se vuelve contra sus iguales siendo más severo que sus esclavistas blancos. Eso sí, él vive bien.

Hay un diálogo que corre por las redes atribuido a Stephen en la que, cuando ve llegar a Django, negro también, a caballo donde pregunta a ver qué hace un negro a caballo, indignado, y su amo le contesta que a ver si quiere él un caballo; a lo que Stephen contesta que para qué quiere el un caballo, que lo que quiere es que el otro no lo tenga.

(He de decir que volví a ver la película para comprobar el diálogo y no aparece por ningún lado, a menos que esté en alguna edición con metraje extra. Avisados están, pero es que me viene muy bien el diálogo que seguramente alguien se inventó en Twitter, ese pozo de frases mal asignadas)

A veces tengo la sensación de que no criticamos porque pensemos que algo está mal, sino porque necesitamos que el contrario no tenga razón, por si acaso. Me da igual en política, en fútbol, en conflictos internacionales, en prejuicios básicos o en la forma de hacer la paella. Da igual que lo que defendamos esté por encima de lo que necesitamos, no importa. Aunque me perjudique. Aunque me duela.

Los míos son más importantes que yo.

Nos disolvemos en las necesidades de otros, sin pensar que, a veces, lo que creemos necesitar es lo que más daño nos hace.

Igual es por esto que aparecen palabras y conceptos como hipofrenia, que hacen referencia a un sentimiento de tristeza sin razón aparente. Y vamos por la vida hipofrénicos perdidos, cabizbajos y con tendencia al enfado. Pero, ojo, la tristeza tiene siempre una razón, siempre. A algo estamos renunciando que nos entristece. O, visto desde el otro lado, algo hacemos activamente que no nos hace felices. Igual de mal.

Si que la causa gane no nos hace felices, habrá que cambiar de causa, ¿no? O refundarla.

Por no cerrar tristes les diré que buscando acepciones de hipofrenia aparece una que me encanta: debilidad, retardo mental. Alguien ha escrito retardo mental en una web y no se la han cerrado, hay esperanza. Sonrío.

A ver si el problema va a ser que no estamos tristes, sino débiles y con cierto retardo.

A ver si el problema va a ser que hemos dejado demasiado espacio a los hipofrénicos de la segunda definición hacerse con las riendas, arrinconando el talento.

Eso se soluciona con frutas, vitaminas y algo de esfuerzo, ¿no?

Pues habrá que vitaminarse, comer sano, y buscar la causa de la alegría, que puestos a no saber qué nos pasa, mejor que sea positivo, que ya son ganas de flagelarse.

Sean buenos pero, sobre todo, sean felices. Y participen en causas que les hagan ganar, y no en las que les ganan. En las importantes, en las suyas.
 


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La causa siempre gana