• sábado, 05 de octubre de 2024
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Opinión / Sabatinas

Sé fuerte, sé amable

Por Fermín Mínguez

Ya está bien de chantajes de sé bueno porque el otro tal o cual. Que no. Que hay que ser amable porque sí

Un hombre acerca la compra a casa a una señora. ARCHIVO
Un hombre acerca la compra a casa a una señora. ARCHIVO

Es la versión avanzada de “lo cortés no quita lo valiente”, pero no es algo menor. Ha sido uno de los mantras de Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda que deberíamos tener más en cuenta en lugar de optar por imponer decisiones avalados por nuestra situación o puesto. Mucho cinturón castigador en pantalones que no guardan nada de valor se ve últimamente, ¿no creen?

Jacinda ha sido un ejemplo de gestión en estos últimos años de pandemias, crisis y, en su caso, también atentados terroristas,  y así se lo han reconocido. Si la conocen lo sabrán, y, si no, les recomiendo poner su nombre en Google y leer algunos artículos o noticias, si logran evitar a vocingleros y a odiadores de red social que dirán barbaridades, verán que lo que se describe es a una mujer con un discurso bastante lógico, sencillo y empático. Y lo novedoso de esto es que es excepcional hacerlo desde un puesto de responsabilidad. Proponía medidas severas, pero cerraba recordando ser fuerte y amable, porque en la amabilidad está la clave.

Hay corrientes que hablan de la amabilidad como signo máximo de inteligencia, y tendría sentido, ¿no creen? Piensen cuándo se han dado sus peores reacciones en la vida, (supongo que ustedes no son de cometer excesos, que son encantadores, pero evitemos pensar en esas), seguramente muchas hayan venido precedidas de una falta, evitable, de amabilidad. Se han sentido maltratados, les han impuesto alguna decisión, les han hecho a menos, no han valorado su esfuerzo, y alguna más, ¿me equivoco? Muchas de esas situaciones, porque algunas otras las habrá provocado nuestro ego, ojo, (que son ustedes majos pero a algunos les veo venir…), se hubieran evitado con ser amables.

Que no es ser blando, ni consentir, ni, incluso ser empático. Ya les he dicho que ese rollo de la empatía lo hemos quemado a base de encumbrarlo, de formadores vestidos de modernos pidiéndonos ponernos en los zapatos del otro (que, insisto, me parece una marranada como concepto, a saber dónde han estado esos pies…). La empatía es necesaria, claro, pero no como cumbre, sino como normalidad. La amabilidad, además, sólo depende de nosotros, es proactiva, tiene impacto directo y evita conversaciones condescendientes del tipo “sé cómo te sientes y, por eso…te voy a dar la solución”. Estupenda empatía impositiva que no sirve de nada. Es mucho mejor ser amable. Uno puede enviar a hacer puñetas a alguien con una amabilidad extraordinaria, algo mejor nos iría si todas las decisiones difíciles las hiciéramos de forma amable.

Seguro que han recibido, y compartido con fondo floral, la frase esa de sé amable porque el otro está luchando nosequé batalla interior terrible, y tú no lo sabes y por eso hay que ser amable, ¿sí? Pues también me parece fatal. Ya está bien de chantajes de sé bueno porque el otro tal o cual. Que no. Que hay que ser amable porque sí. Y punto, como le gusta a Laporte. Los que han tenido un mal día, los que les cuesta, los que, jo, tío, mazo chungo todo, y los que vuelcan sus complejos a gritos, que se jodan, Así, clarito. Ni han de ser razón ni motivo para dejar de ser amables. Determinación y sonrisa, la versión sincera del “dientes, dientes” pantojil. Ser amable como opción personal, pero no como tarea, no, como opción.

Les contaré un secreto además, da superpoderes. Porque un día te encuentras con un superior, conocerán alguno seguro, de los que creen que el cargo les da autoridad y se pone directivo porque le dieron un curso de asertividad, y se dedica a imponer decisiones y valorar en vez de evaluar, ¿los conocen?, suelen hablar en primera persona de algo que no es suyo, angelicos. El superpoder es que siendo amable se desmontan, ni agresivo ni sumiso, amable. Estos perfiles no están acostumbrados al razonamiento sino a la obediencia, y cuando esta no se produce, su supuesta confianza se resquebraja. Necesitan que su objetivo sea el de todos para no cuestionarse, pero no hay que olvidar que la gente trabaja para ganar un sueldo y poder disfrutarlo, que tributa para tener mejores servicios públicos y que pertenece al lugar donde está lo que le hace feliz. Todo esto está lejos generalmente de los objetivos de quien dirige. Las razones personales son pequeñas y privadas, generalmente muy simples, pero por personales han de ser respetadas, por eso hay que ser amable, porque cuando pedimos un esfuerzo pequeño para nosotros, puede que estemos afectando los objetivos del otro.

También hay que ser amable y fuerte para empezar a quitarnos de encima a esa panda de imbéciles que vestidos de directivos totales son unos trepas de cuidado, y esto hay que hacerlo pronto, porque luego llegan a cargos de mucha responsabilidad, directores generales o, qué sé yo, ministros o presidentes de Rusia, y, como les hemos dejado ir pisando nuestras ilusiones poco a poco, aceptando su forma y tono, les hemos entrenado a imponer lo que les brota. Luego es más difícil, aunque  nunca tarde, salir de las decisiones que toman, desde económicas u operativas en empresa, políticas sociales públicas, o, imagínense, invadir un país. A veces hay que pelear, ser fuerte y amable, pero más fuerte, y decir que por aquí no. Ni así tampoco. Y no por razones grandes y ostentosas, no, sino por cosas menores pero importantes porque son nuestras.

Tengo una caja en casa de mi madre (si no ha acabado como cebo de chimenea…)  con recortes de prensa que guardaba de crío, y cartas de adolescente y esas cosas y una de los recortes era de un artículo de Pérez-Reverte que recuerdo casi de memoria. (Sí, ya sé que no se esperaban a Don Arturo, que en mi círculo provoca un abanico que va de la adoración a la repulsión, pasando por motes como El Vinagres o Pérez-Reyertas, quizás por eso leo todo lo que publica, porque no saber si vas a estar de acuerdo o no de antemano es algo poco frecuente hoy en día. Más seguidores y menos fans). La frase decía algo así, no entrecomillo porque no sé si es literal, que a veces no queda más remedio que ponerse en pie y pelear, no por ese abrevadero de miserables, que algunos envuelven en himnos y banderas y llaman patria, sino para demostrar que nadie pisotea impunemente una ilusión, una idea, o el humilde rincón de tierra donde has nacido. Les caerá mejor Arturo, pero tiene toda la razón. El problema no es lo grande, es lo pequeño. Yo no me veo ahora empuñando un rifle para defender mi patria, ya me disculparán, pero si alguien le revienta de un tiro en la cabeza a mi hija, me faltarán manos y razones para luchar, me temo. Es lo personal lo que mueve, y no lo hacemos notar en el día a día, tragando ofensas menores que se van haciendo bola por un lado, y reforzando a inútiles emocionales como gestores por el otro.

Mejor pelear desde ya por esa ilusión, por ese plan, siendo fuerte y amable. Claro que puede que no funcione, qué se creen, qué es fácil, pues no, pero de todos depende. Ya hay una presidenta de un gobierno que lo cree, no pierdan la esperanza. Sonrío.

Así que mejor ponerse en pie con más frecuencia que quejarse desde el sofá, los cambios siempre se producen en las calles, no en los índices de audiencia.

Sean buenos, y sean felices. Y fuertes. Y amables.

Cada vez les pido más cosas, ya perdonarán, gracias por escucharlas, y ojalá les puedan servir.

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