Jigoro Kano, creador del judo, dejó escrito que “no hay que ser mejor que otros, hay que ser mejor que ayer. Viniendo de un tipo como él, curioso, innovador y disciplinado, y en estos tiempos de comparación continua, quizás merezca la pena darle una vuelta, ¿no creen?
Puede sonar a conformismo esto de sólo trabajar por ser mejor que tú mismo hoy que todo es comparación con el resto, sin embargo parece lo más inteligente, y, además, no es para nada sencillo, ya que exige en primer lugar saber qué quieres ser. Pasamos por alto lo que queremos ser para asumir que lo correcto es aceptar el reto de qué es lo que los demás queremos que seamos, y eso es tóxico. ¿Se acuerdan de cuándo eran pequeños y les preguntaban qué querían ser de mayores?, ¿hace cuánto que no se lo preguntan? Porque lo de hacerse mayor es una carrera de fondo, siempre nos levantamos más mayores al día siguiente y la vida, supongo que las suyas también, cambia cuando le place y la mayoría de veces sin avisar, por lo que tiene sentido plantearse esa pregunta con más frecuencia. De hecho, estaría muy bien preguntarse qué quiero ser mañana, a la luz de lo que se ha conseguido hoy.
La vida de Jigoro Kano es curiosa. Viajó, fue economista, empresario, cargo público y alguna cosa más a finales del siglo XIX, pero la mayor parte de biografías lo reconocen como educador, que me parece precioso. Entendió que la mejor forma de mejorar era a través de la educación, de la capacitación de las generaciones futuras, que pudieran ser mejores, no mejores que nadie, sino mejores que lo que habían sido. Lo mejor de este planteamiento no es la exigencia personal que impone, sino la esperanza y la posibilidad de remontar cuando las cosas te vayan mal.
Hoy en día, cuando a uno le va bien, la tentación de contarlo y de darse bombo es grande, de hecho nos ciega poder contar algo extraordinario para poder ganar seguidores, adeptos, que suelen funcionar como las abejas con la luz. ¿Sabían que las abejas solo vuelan cuando hay luz?, pues eso. Nos encendemos y hay un montón de ruido y revuelo a nuestro alrededor. Nos apagamos y no queda cerca ni el Tato. Pero nos gusta ese ratico de fama. Nos enloquece, incluso. Y cuando nos va bien lo contamos a gritos e, incluso, hacemos ver que los demás son peores, en un gesto de arrogancia producto de creer que ese momento será eterno. Miren, no es el camino. En uno de mis primeros trabajos coincidí con una psiquiatra argentina que me decía: nene, no olvidés que todos los días se levanta alguien más listo que vos. Más de veinte años y todavía la recuerdo. Y tenía razón. A veces somos nosotros los listos, y otras no, por eso hay que aprender a ser humildes en el éxito, que se puede ser humilde y orgulloso, claro, pero no orgulloso y faltón, porque no sabemos dónde nos lleva la siguiente curva de la vida.
La vida te puede hacer un Márquez y tirarte de la moto, por ejemplo, y dejarte el cuerpo hecho unos zorros, y si tu único objetivo es ser mejor que el resto, pues lo tienes jodido… porque el resto compite en mejores condiciones y te costará volver a su nivel, si es que algún día vuelves. O te pasa un Federer, que habiendo sido el mejor, y el más elegante, llega un punto en que el resto es cada día mejor que su yo anterior, y son más jóvenes y más fuertes, y no podrás ganar como antes. Pero sí puedes ser mejor que tú mismo el día anterior y seguir siendo ejemplo e inspiración.
Ser mejor que nuestro yo implica un nivel de compromiso alto, y de exigencia, pero tiene también el lado bueno de que la evaluación es continua. Por ejemplo, cuando vienen esos días que no, en los que metemos la pata hasta el zancarrón, podemos empezar de nuevo e ir mejorando en la medida de nuestras posibilidades. Siempre es mejor progresar poco a poco que estancarse. Y, por supuesto, siempre es mejor progresar un poco por méritos propios, que hacer peor al resto para conservar el estatus. Eso, además de una soberbia y una falta de elegancia enorme, es pan para hoy y hambre para mañana. Como no sé cómo mejorar, hago ver que el resto es peor, ¿les suena? Así se corrompen la mayoría de las estructuras, capando el talento con una autoridad temporal, negando a otros la posibilidad de mejora y alabando al que está arriba el tiempo que esté, sin cuestionarnos por qué y cómo ha llegado.
Poner nuestros objetivos en manos de terceros es arriesgado, sobre todo porque ese tercero puede ser un imbécil del quince, es mucho mejor decidir ser mejores que lo que fuimos ayer, que no es fácil, y promover que los otros lo sean. Y preguntarse todas las noches qué queremos ser de mayores, no pierdan esa posibilidad de cambio y mejora, o de salto al vacío a veces, pero siempre personal. Hagan lo que crean que tienen que hacer por ustedes mismos, que no les impongan objetivos personales, ni desesperen por la comparativa con otros. Todos los líderes son temporales, todos. Nosotros a lo nuestro, que bastante tenemos. Cada uno a lo suyo.
¿Qué les parece una Sabatina blanda y de tipo autoayuda? Vale, intenten ser mejores que ayer cada día y luego me dicen lo fácil que es. La otra opción es criticar y no cuestionarse, pero es bueno también no olvidar que hay pedestales que se caen. Sonrío.
Sean buenos pero, sobre todo, sean felices.