• domingo, 08 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Cuando volví, Txibite aún seguía ahí

Por Javier Ancín

Ha sido un verano cojonudo. He viajado, de San Sebastián a Cádiz, de Portugal al Mediterráneo... 

María Chivite, Presidenta del Gobierno de Navarra, junto a Maiorga Ramirez (Eh Bildu) momentos previos al comienzo del pleno. MIGUEL OSÉS
María Chivite, Presidenta del Gobierno de Navarra, junto a Maiorga Ramirez (Eh Bildu) momentos previos al comienzo del pleno del pasado jueves. MIGUEL OSÉS

Me he comido todos los arroces del mundo y cuando me aburrí, me pasé a la fideuá. He bebido siempre el mismo gintónic de Martin Miller’s, brumoso y blanco, filtrando todos los azules del mar y el cielo que siempre estaba delante al alzar la copa, cerrando un ojo para mirar el horizonte. He reído como cuando estaba todo por hacer, sentado en el suelo de plazas de madrugada, con amigos, sobre piedras que sueltan el calor del día, haciendo de la noche sea un lugar tibio y esponjoso como un pan recién hecho.

No he destruido ningún país, ni he perdido el tiempo en construir otro y he conocido a gente de mil sitios que en realidad es el mismo, el ahora. He vivido, confieso, porque hace unos años decidí que los veranos, que no hay tantos en la vida, no están hechos para perder el tiempo no sandeces.

Aún queda tiempo, qué cojones, para que pasen cosas extraordinarias. A mi edad, por ejemplo, a Spielberg le faltaban aún unos años para rodar una de sus obras maestras, La lista de Schindler o a Ryan en Normandía. A mi edad, Uxue barkos aún presentaba informativos en la tele del PNV y no había empezado a cobrar dietas a mansalva por estar en dos o tres o no sé cuántos sitios a la vez. A mi edad, Koldo Martínez estaba como loco por irse a vivir a Madrid, sin conseguirlo, y yo ya había ido y vuelto de vivir en la mejor ciudad del mundo un par de veces.

Pero tocaba abrir los ojos... mierda puta. Cuando desperté, Txibite aún seguía ahí, gimoteando -¿siempre parece estar a punto de echarse a llorar esta de política?-, mientras manda a Navarra al estercolero del nacionalismo más repugnante.

En un bar de carretera situado en un punto irreal del mapa, donde se cruzan destinos, esperando un café en la barra, levanté los ojos y ahí estaba, Alsasua dando asco en la tele, mirada por personas de mil sitios con caras entre espanto y repugnancia, que estaban como yo, haciendo una pausa en el camino. Alsasua, como un parque temático del odio, disfrazada de xenofobia y cutrez, racismo y riñonera, expuesta al presente para que no quede nadie sin enterarse de que más arcadas no pueden dar.

La imagen que Navarra difunde al exterior en manos de esta gentuza cargadita de odio, pensé. Maravilloso.

Los partidos del gobierno de Navarra no condenaron esta bazofia, cómo van a condenar su ideología, y Txibite, gimoteando, valga la redundancia, empezó a decirnos cosas. Nos dijo que no podía hacer nada, por ejemplo.

¿La presidenta de Navarra, que tiene potestad -despótica- para no devolver la pasta de las retenciones cobradas ilegalmente de las bajas de maternidad, dice que no puede hacer nada con lo de Alsasua? Claro que puede hacer algo. Mucho. En primer lugar lo que podría hacer es exigir a sus aliados nacionalistas vascos que condenen ese Disneyworld de la xenofobia. Y si no lo condenan, romper ese infame gobierno de nacionalistas vascos que lidera como si no fuera con ella el asunto.

Y siguió diciéndonos cosas. Txibite continúa insistiendo en que no tiene un pacto con el partido de la eta. Y casi es peor creerla. ¿Tenemos que deducir entonces que las cesiones que les han hecho los socialistas al partido de la eta en la mesa del Parlamento, la alcaldía de Huarte, las maniobras para que siga un batasuno en la mancomunidad de Pamplona y lo que te rondaré, morena, son gratis?

‪Y que su gobierno es de centro también nos dijo. Del centro de la diana donde nos ponía el partido de la eta que la hizo presidenta, no me jodas.

‪Y hubo que abrir los ojos y despertar... meterse de nuevo en el coche, venciendo la pereza, para volver al puto invierno de Irroña. Y eso es todo.

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Cuando volví, Txibite aún seguía ahí