• sábado, 27 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Sevilla tiene un rojillo especial

Por Javier Ancín

Cada uno contará su historia como le plazca. La mía es que este fin de semana en Sevilla ha sido mejor incluso que Sanfermines. A las orillas del Guadalquivir estaba vibrando Navarra entera.

Aficionados rojillos por las calles de Sevilla el día de la final de la Copa del Rey entre Osasuna y el Real Madrid. IÑIGO ALZUGARAY
Aficionados rojillos por las calles de Sevilla el día de la final de la Copa del Rey entre Osasuna y el Real Madrid. IÑIGO ALZUGARAY

El partido ya lo visteis todos, así que tampoco hay mucho que añadir. Gritamos, cantamos y celebramos un gol, que para eso se va al fútbol a acompañar a tu equipo en una final, para subirte en una montaña rusa de emociones y dejarse ir sin mapa, sin conocer el recorrido ni los giros, bajadas y subidas que pueda tener el asunto.

De antes del partido, de todo lo que viví, mi única queja es contra la organización. No puedes pagar una entrada a precio de palco en el teatro de la ópera de Nueva York, 224 pavos la mía, que se dice pronto, y que para acceder al campo traten a las aficiones como ganado estabulado. Un asco. Una vergüenza. Sobre todo porque la inmensidad de la gente de ambas aficiones, que íbamos avanzando camisetas de los dos equipos mezcladas, a pedo burra, agobiados, claustrofobicos todos por el acceso estrecho que habían dispuesto, somos personas civilizadas.

No he querido leer nada. Sé que el partido de la eta compró unas vallas para poner su cagadica publicitaria fuera del campo y que les hicieran casito en las redes sociales, porque en la vida real no se enteró nadie. La realidad no es Twitter. También vi pasar a 100 boronos con alguna bengala y mucho insulto, escoltados por la policía que seguramente habrían llamado ellos para que los protegieran. Los miles de aficionados de Osasuna que estaban de cañas en las terrazas los veían como quien va a Cabarceno y está frente a la jaula de los monos, sin mayor interés.

Cada uno contará su historia como le plazca. La mía es que este fin de semana en Sevilla ha sido mejor incluso que Sanfermines. A las orillas del Guadalquivir estaba vibrando Navarra entera. Era doblar cualquier esquina y alguien conocía a alguien y pararse y saludarse y cantar y saltar y alegrarse y vivir. La euforia de vez en cuando hay que dejar que se desborde y estos dos días la hemos descorchado sin reparar en gastos, como si fuera champán del bueno un 6 de julio.

Dos aficiones mezcladas y no vi ni medio amago de problema, ni un grito de más entre nosotros, ni por supuesto ninguna pelea. Nada. Una educación exquisita. Dio gusto pasearse por Sevilla todo el fin de semana. Madridistas y osasunistas cada uno a lo suyo, en las mismas calles, en los mismos bares, y Dios en la de todos, que incluso nos saludábamos y confraternizábamos. El fútbol en realidad une mucho más de lo que separa, aunque venda más la bronca artificial que las miles de conversaciones amigables espontáneas.

Me invitaron a comer el sábado en un restaurante fino y taurino, con cuadrillas de los dos equipos y terminamos en los postres cada uno cantando nuestros himnos por turnos, aplaudiéndonos todos y compartiendo botellas de parcharán de mesa en mesa.

Nos deseamos suerte y salimos por el callejón de la calle Sierpes abrazados. Un paseíllo de lo más curioso.

El viernes, cuando aún todo era posible y te agarrabas a cualquier señal mística para confiar en la victoria, estando de copas por el Arenal, se nos apareció Roberto Torres en el garito en el que estábamos y aquello fue como si bajara el propio San Fermín a impartirnos la bendición.

Por cruzarme me crucé hasta con Txibite, tan insulsa como en la tele, escoltada por Coronalzorriz. Estábamos de vermú en las Teresas, una tasca del siglo XIX en pleno barrio de Santa Cruz, que es como decir en la calle Curia de Pamplona, y allí se nos presentó la plana mayor del PSN. Mira que hay bares...

El tipo es para verlo, es como un ángel del infiernico trucho ahí con sus tatuajes, que enseñaba a todo el mundo que se le acercaba a chotearse un poco de sus pintas, levantándose la camiseta hasta más allá del hombro, y con más metal en los nudillos que en la boca un adolescente. No me extraña que luego pierda aviones y se indigne por Twitter. Le habrían hecho quitarse todos esos anillos en el control policial y no habría llegado a tiempo a la puerta de embarque.

En fin. Un fin de semana al que solo le faltó que ganara Osasuna para que fuera aún más perfecto de lo perfecto que ya fue, pero como decía uno a la salida del estadio, mirando la luna inmensa que iluminaba la madrugada sevillana, después de dos días de farra, cansados y afónicos, más vale que no tenemos que celebrar nada porque ya no puedo con mi cuerpo. Nos vaciamos por completo, nos dejamos apoyando a nuestro Osasuna hasta el alma, alma y más alma. Y eso es todo.


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