La izquierda cuqui, ese PSOE que piensa que por pactar con asesinos no se pringa de su sangre, nos vende eso como algo magnífico. Para el PSOE, que el inductor del asesinato político de un concejal de Pamplona por UPN como era Tomas Caballero esté en el parlamento de Navarra y pacte con ellos los presupuestos de la comunidad, mientras Tomas Caballero está hace décadas en el cementerio, es algo a celebrar.
Cuando vuelas, esa luz, esa belleza, esa tranquilidad, ese sosiego, esa paz que sientes allá arriba sabes que tarde o temprano se acaba y hay que descender, atravesar las nubes y las turbulencias cabronas, a veces incluso aterrizas entre lluvia y frío. Y esta vez no iba a ser menos.
Después de ascender a los cielos y gozarla, aterrizamos en el estercolero de siempre, rezumando olor a mierda fermentada. El partido de la eta, dicen las noticias, tiene a casi cincuenta asesinos condenados en sus listas electorales.
Esto no es ninguna novedad, esto ha ocurrido siempre. Lo novedoso en el momento putrefacto de nuestra historia en el que nos encontramos es que a la buenísima izquierda, al rojerío que piensa que mea colonia y suda olor a flores, los superiores morales, les parece bien. Es más, no solo les parece algo correcto, así a secas, un poco vergonzante, sin darle mucha publicidad, sino que sacan toda la fanfarria de clarines y timbales para anunciarnos orgullosos que les parece hasta un triunfo de la democracia, nada menos.
Es el nuevo mantra. Después de que Zetapé reconociera hace unos días que el partido de la eta es eta, para cerrar el absurdo debate -espero que ya nadie nos de la turra con lo contrario, que el partido de la eta no es eta-, nos ametrallan con la matraca de que eso lejos de ser malo es bueno. Sobre todo para los socialistas, que son sus socios de gobierno tanto en Madrid como en Irroña.
Les prometimos que si dejaban de matar podrían hacer política, nos dicen desde el PSOE, como si eta no hubiera dejado de hacer política ni un segundo en los últimos cincuenta años, como si cada asesinato no hubiera sido una acción política, como si asesinar a Ordóñez en San Sebastián cuando estaba a punto de conseguir la alcaldía o a Buesa en el exterior del parlamento vasco no tuviera nada que ver con la política. Como si cargarse a tus enemigos políticos no fuera política y fuera, yo qué sé, geología o gastronomía.
Los asesinos de eta no han dejado de hacer política ni un minuto en democracia, también desde las instituciones: el sanguinario Ternera nada menos que como miembro de la comisión de derechos humanos del parlamento de Vitoria -este desde dentro, mirando cómo reventaban de un bombazo Buesa y su escolta-, o en Navarra la toma de posesión como diputado foral del asesino del matrimonio sevillano Jiménez Becerril, dejando tres niños huérfanos de cuatro, siete y ocho años. El otro día cien de esos socios de los socialistas, camiseta roja de algodón sin distintivo de ningún club, esto no era fútbol era política, desfilaron a dos calles del lugar del asesinato.
La izquierda cuqui, ese PSOE que piensa que por pactar con asesinos no se pringa de su sangre, nos vende eso como algo magnífico. Para el PSOE, que el inductor del asesinato político de un concejal de Pamplona por UPN como era Tomas Caballero esté en el parlamento de Navarra y pacte con ellos los presupuestos de la comunidad, mientras Tomas Caballero está hace décadas en el cementerio, es algo a celebrar.
Dicho en su idioma absurdo, para el PSOE, que el asesino de una mujer entre en las listas electorales mientras la mujer está en la tumba es un triunfo de la democracia. Pues nada, que siga la fiesta sanguinaria con el apoyo del PSOE porque para qué queremos derrotas con semejantes victorias democráticas.
Cualquier día nos venden el pollino de que los violadores de mujeres que han salido a la calle con su ley del sí es sí están mejor en las instituciones que en la cárcel. Al tiempo. La víctima al hoyo, el PSOE al bollo. Lo de siempre. Y eso es todo.
