• miércoles, 30 de julio de 2025
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Opinión / Tribuna

La ética precisa de la verdad

Por José Luis Díez Díaz

"El dictamen de la ponente del Tribunal Constitucional, para justificar la amnistía dice que “el legislador puede hacer todo lo que la Constitución no prohíba explícita o implícitamente” pero omite que no dice que este bien o sea bueno hacer lo que no prohíbe, por lo que ética/moral y la ley es evidente no coinciden".

Fotomontaje de Cándido Conde Pumpido sobre una foto del edificio del Tribunal Constitucional. OK DIARIO
Fotomontaje de Cándido Conde Pumpido sobre una foto del edificio del Tribunal Constitucional. OK DIARIO

La voz de la conciencia, decía el cardenal italiano y jesuita, Carlo M. Martini, es inmanente en cada hombre y establece la condición primera para que sea posible un diálogo moral entre hombres de razas, culturas o convicciones distintas. Todas las religiones aportan un potencial de vida, y no solo es injusto sino de irresponsables ególatras o soberbios ignorantes, obviar.

Las personas no han esperado al cristianismo para dotarse de una ética y plantearse problemas morales, lo que indica que la ética establece un elemento esencial de la condición humana, que a toda persona afecta dentro de su capacidad de discernimiento o formación.

El citado Carlo M. Martini, en su recapitulación del libro: “En qué creen los que no creen” publicado con Humberto Eco, marzo de 1996, proseguía: “Me gustaría invitar a la meditación sobre la dialéctica que es intrínseca a eso que se llama moral justa, sobre el movimiento interior del que se deriva un acto libre tan determinado. Esto ocurre en cualquier momento de la vida: cada acto libre es siempre el primero, original e imprevisible. Ello implica la decisión de no decir una mentira porque está mal y de decir la verdad porque está bien. Un acto justo, realizado porque es justo, conduce a una afirmación de trascendencia”.

En su discurso del pasado 12 de mayo, el Papa León XIV, confirmó su compromiso con la libertad de prensa y la dignidad informativa pidiendo la liberación de los periodistas encarcelados en el mundo por buscar y contar la verdad. Destacaba que la libertad de expresión y de prensa es un “bien precioso”, ya que solo los pueblos informados pueden tomar decisiones libres.

Asistimos con expectación y a veces incredulidad al bochornoso espectáculo mediático que ofrece España, con la riada, más que una DANA, de cruces de acusaciones entre políticos, con bulos, mentiras, amenazas de demandas y querellas y rizando el rizo, el reciente “mantra” del dictamen de la ponente del Tribunal Constitucional, para justificar la amnistía: “el legislador puede hacer todo lo que la Constitución no prohíba explícita o implícitamente” pero omite que no dice que este bien o sea bueno hacer lo que no prohíbe, por lo que ética/moral y la ley es evidente no coinciden.

Me cuestiono, como explicar que la docena de juristas del Tribunal Constitucional con gran formación y elegidos por sus conocimientos y experiencia, quizás la mayoría católicos, no sé si creyentes o no, previsiblemente ya tienen decidido el signo de su voto ante el dictamen de la ponente. Ojalá me equivoque, pero puede darse un resultado quizás de 6-4 a favor de los de casa. (Hay dos abstenciones).

Ignoro qué insalvables diferencias encuentran desde el punto de vista jurídico para llegar a ese tanteador. Se dice que en cualquier familia (unida) puede haber algún garbanzo negro pero en unos profesionales donde la ética debe primar no puede haber esa previsible diferencia de goles a favor y en contra.

Asímismo planteo, como se comprenden las declaraciones y comparecencias de miembros del Gobierno tras las conversaciones, videos, contubernios que se están publicando de presuntas actuaciones delictivas de corrupción, malversación de fondos públicos, extorsión y amenazas, incluso a una benemérita institución, (en su día podrán no ser delitos) pero que constituyen deleznables conductas de los citados y sus palmeros y sin que nadie de los presuntos responsables, aparte de esconderse, sean incapaces de mostrar una mínima dignidad y decencia política.

La democracia, con la excusa de la opinión mayoritaria, minusvalora y desvirtúa la ética, no diferencia lo que es justo de lo injusto, lo que es de salida una mentira, y solo precisamente una conciencia ética basada en la verdad (aunque pueda matizarse), evitaría la corrupción e hipocresía en todos los sentidos, del estado político que nos acorrala.

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