• martes, 30 de abril de 2024
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Opinión / Tribuna

La humillante villavesa sobre raíles en Navarra

Por Manuel Sarobe Oyarzun

El Viejo Reyno, cada vez más aislado y menos competitivo, continúa su inexorable regreso al pasado de la mano de los gobiernos del cambio, cuyo único logro ha sido vampirizarnos a impuestos. No es casual que el histórico bienestar que nos ha sumido en la autocomplacencia empiece a resquebrajarse.

El pasado mes de enero entró en servicio el tren Civia en la línea Pamplona-Zaragoza. Todo indica que nos han dado gato por liebre, pues lo más destacable del nuevo modelo es el considerable aumento de plazas disponibles … ¡todas ellas de pie! Y es que los Civia, como la propia Renfe informa, son trenes de Cercanías diseñados para satisfacer la movilidad de las grandes áreas metropolitanas, inidóneos, por tanto, para las distancias medias. Al operar sobre recorridos cortos con gran volumen de pasajeros, se asemejan al metro, lo cual minimiza la incomodidad de viajar de pie o de hacerlo en unos asientos antivandálicos insufriblemente duros, sin mesita y muy juntos, la mitad de los cuales se posiciona en sentido contrario a la marcha. O sea, una villavesa sobre raíles.

La línea C4, Alcobendas-Parla, por ejemplo, atraviesa de norte a sur el gran Madrid -7,3 millones de habitantes-, cubriendo en una hora los 47 kilómetros que separan ambas localidades. Hay tramos en los que circula un convoy cada seis minutos. Nada que ver con las hasta dos horas y veintisiete minutos que el Civia emplea en completar los 178 kilómetros que median entre Pamplona y Zaragoza, con tres insuficientes frecuencias diarias por sentido. Añádase que todas las estaciones intermedias de la C4 están ubicadas en zonas densamente pobladas, a diferencia de las existentes entre las capitales navarra y maña, obsoletas y con escaso uso. La mayor parte de los viajeros -estudiantes que, sobre todo los fines de semana, acaban tirados por los pasillos- completa la totalidad del recorrido. Es palmario que un mismo prototipo de tren no puede ser el óptimo para satisfacer adecuadamente necesidades tan distintas.

A pesar de ello, la presentación del Civia congregó en Pamplona a numerosos medios y autoridades. La estampa era berlanguiana. María Chivite ejerció de Pepe Isbert. Los prebostes posaron en un andén a la intemperie, con los desvencijados edificios auxiliares del apeadero iruindarra inaugurado en 1860 al fondo. La reseña que publica el Gobierno de Navarra es hilarante: “Durante el encuentro -leemos- se ha analizado el sistema ferroviario navarro para determinar sus fortalezas (¿no serán, más bien, sus “debilidades”?) y establecer sus posibles (¿no querrán decir “imperiosas”?) actuaciones de mejora”.

La situación actual es descorazonadora. Todavía no conocemos el trazado de nuestro futuro ferrocarril. Las perspectivas no son más halagüeñas. Óscar Puente, el bronco ministro de Transportes, no ha incluido el tren de altas prestaciones navarro entre sus prioridades de esta legislatura. Confío poco en el consejero foral de Cohesión del Territorio, carente de la solvencia de sus predecesores, que entró con mal pie en un Departamento en el que se han multiplicado los líos desde su llegada. Los sumisos concejales socialistas del Ayuntamiento pamplonés han puesto su particular chinita en el camino entregando la capital a Bildu, formación declaradamente contraria al TAP, lo cual no ayudará a implementar el bucle ferroviario que la nueva infraestructura precisa. Con estos mismos cavernícolas que añoran el Plazaola ha matrimoniado Chivite. Nada cabe esperar del todopoderoso -quizás por poco tiempo- Santós Cerdán, que andará por Zurich sirviendo a su amo, que no a sus votantes. El mal hacer de todos ellos quedará, no obstante, impune, pues no es esperable que la indolente sociedad navarra reaccione a esta humillante invitación a viajar de pie, como el ganado. Y es que aquí únicamente toman la calle quienes se oponen a modernizar el tren, autoproclamados, eso sí, progresistas.

Y mientras la decadente Navarra pierde fuelle, el resto de España espabila. El mes que viene el prototipo Avril reducirá todavía más la duración de los viajes a Galicia. De Madrid a A Coruña se tardarán menos tres horas y media, cuando en 2021 se precisaban cinco.

El Viejo Reyno, cada vez más aislado y menos competitivo, continúa su inexorable regreso al pasado de la mano de los gobiernos del cambio, cuyo único logro ha sido vampirizarnos a impuestos. No es casual que el histórico bienestar que nos ha sumido en la autocomplacencia empiece a resquebrajarse. Acabamos de saber que somos la comunidad donde más ha crecido el riesgo de pobreza y exclusión.

Lamentablemente, no se vislumbra fin a esta dinámica negativa. Seguimos confiando nuestro destino a quienes han dado sobradas muestras de no saber gestionar eficazmente nuestros intereses, lo cual les preocupa poco pues, llegadas las elecciones, les basta con aventar el miedo a las derechas para retener el voto. Aunque, en el caso que nos ocupa, la crítica es extensible a los gobiernos tanto autonómicos como nacionales de todos los colores, que llevan décadas prometiéndonos un ferrocarril digno que muchos de nosotros no conoceremos. Es triste que los navarros, cabizbajos de un tiempo a esta parte, solo nos pongamos de pie para viajar en tren, en lugar de para exigir el respeto que merecemos.


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La humillante villavesa sobre raíles en Navarra