- domingo, 08 de diciembre de 2024
- Actualizado 12:37
Yo, que me declaro taurino, respeto enormemente a quienes no lo son, y admito que pueda llegar el día en el que las corridas desaparezcan, no tanto por prohibición como por muerte natural. Bien es cierto que ello se antoja lejano, al menos en Pamplona, si tenemos en cuenta que frente al medio centenar de PETAs que el año pasado se manifestó pidiendo la abolición de la tauromaquia, el coso iruindarra -el de mayor aforo patrio, tras Las Ventas- ofreció el mejor dato de taquilla de España, con una ocupación media cercana al 100%. Lo cual, ojo, es tan cierto como que el 39% de los encuestados al hilo de dicha entrevista secundó unas fiestas sin astados. Quienes, como Rakel, no disfrutan de lo que sucede en el ruedo, deberían ahorrarse el mal rato y ceder las preciadas entradas a los amantes del arte de Cúchares.
Me pregunto, eso sí, cómo serían unos Sanfermines sin toros. Intuyo que del 7 al 14 de julio no cabría un pamplonés más … ¡en Salou! Y es que, confiesa Arjol que lo que más le gusta de la semana feriada es el vermut. A mí también me encanta aperitivear -Campari con Cinzano- pero claro, unas fiestas universales no se sostienen haciendo algo de lo que podemos gozar a diario en cualquiera de los 300.000 bares que hay en España.
En lo que Rakel yerra es en su creencia de que las peñas no tienen una línea ideológica marcada, cuando es sabido que la mayoría de ellas está controlada por los abertzales. Recordemos a esta joven presidenta algunos hechos que así lo acreditan.
A la politización del Chupinazo, los batasunos sumaron una cruzada contra el Riau-riau, uno de los actos sanfermineros más entrañables, que reventaron hasta borrarlo del programa oficial. Las peñas, que presumen de ser el ombligo de la fiesta, no hicieron nada por recuperarlo. Ni siquiera Muthiko Alaiak, en la que milita Rakel, fundada por el inolvidable Ignacio Baleztena, precursor de la Marcha a Vísperas. Tuvo que ser Mutilzarra, ajena a la Federación, quien rescatara exitosamente tan populoso evento.
Arjol apenas debía de tener 9 añitos cuando el 12 de julio de 1997 ETA mató a Miguel Ángel Blanco. Las peñas fueron las únicas que no suspendieron su programa festivo. Ajenos a la conmoción que sacudió España, se fueron a merendar a La Taconera, mientras miles de pamploneses colgaban sus pañuelicos en las puertas del Ayuntamiento en recuerdo al concejal ejecutado.
En 2020, Armonía Txantreana homenajeó en su pancarta a Patxi Ruiz, asesino de Tomás Caballero. La Federación mostró su apoyo a dicha peña, cuya conducta únicamente reprobaron Anaitasuna y Oberena, que fue amenazada por ello. El Parlamento condenó tamaña ignominia con la sola excepción de Bakartxo Ruiz, que, como recordarán, es la bildutarra que abandonó la vida pública sin aclarar si matar por razones políticas estuvo bien o mal.
Tampoco consta ningún reproche de la Federación de Peñas a la violencia que la manada abertzale acostumbra a desatar en la calle Curia.
A quienes todavía alberguen dudas sobre de qué pie cojean las peñas les invito a repasar sus pancartas, donde abundan símbolos foráneos y se empatiza con los terroristas presos, cuyas víctimas olvidan. En la página web del Ayuntamiento se dice que en tales pancartas se repasan en tono crítico y de humor los acontecimientos del año y se cuestiona la autoridad. “Salvo que sea nacionalista”, deberían añadir. Y es que, mientras que en las del año pasado, se brea, como corresponde, a Enrique Maya, en las de 2018, último mandato de Asirón, no encontrarán un solo reproche al jatorra.
El discurso de Arjol es, de hecho, el de Bildu; feminismo, euskera, sostenibilidad y fiestas populares “por y para la gente”. Me pregunto cuál de los 542 actos recogidos en el último programa no cumple con este requisito. Rakel bien podría empezar su cruzada instando al Muthiko a cambiar su nombre por el de “Neska-mutil alaiak”, por ejemplo.
Un último apunte; los anteriores responsables de la Federación cayeron por haber osado fotografiarse con Cristina Ibarrola.
El comentario de los lectores más valorado a la entrevista a Rakel Arjol fue uno que abogaba por unos Sanfermines sin peñas políticas. Estaría bien que este colectivo sirviera a la fiesta en lugar de servirse de ella. Solo a sus miembros corresponde decidir si desean liberarse de una vez de la bota ideológica que les oprime. De hacerlo, se ganarían el aplauso de una ciudad que merece disfrutar al menos de una semana al año sin tensiones políticas. No parece mucho pedir. Aunque si de Rakel Arjol depende, me da que antes desaparecerán, no ya los toros, sino el mismísimo San Fermín, que los abertzales aguafiestas.