- martes, 10 de diciembre de 2024
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La cuestión del soberanismo catalán se sitúa en estos momentos entre la torpeza del Gobierno español, su deseo de salir del laberinto, el empecinamiento de los secesionistas y esa voluntad del Rey Felipe VI de ayudar al encuentro de una o unas fórmulas mediante las que el conflicto entre en una etapa clara de solución no traumática.
Como le ocurrirá al 90% de los españoles, me sigo preguntando cómo es posible que el PSOE haya acumulado ese caudal de errores y torpezas, algunas descomunales, que le han conducido a la situación que refleja el barómetro del CIS, con ese descenso a los infiernos del partido de no sé quién, pues vaya usted a saber con qué nombres podemos identificar ahora mismo al histórico partido fundado por Pablo Iglesias, el otro, hace ya camino del siglo y medio.
Es justo y saludable que los partidos se echen en cara unos a otros los problemas de corrupción de cada cual. Lo que ya no es tan saludable es que lo utilicen como coartada de los casos propios o que comparen de forma ridícula y fraudulenta la importancia de los ajenos con los propios cuando esa comparación da mucha risa.
En plena vorágine de la historia de la investidura y tras la muy reciente imputación del PP como partido por corrupción, irrumpe la Operación Taula en la Comunidad Valenciana, que de momento cosecha cerca de 30 detenidos, naturalmente también por presuntos delitos relacionados con la corrupción suprema.
En el PSOE están ofreciendo a los españoles un espectáculo que linda con el esperpento y que produce el insólito efecto, entre otros, de conseguir que casi nos olvidemos de la situación realmente agónica del PP, cuya salida es inexistente si no es con nuevas elecciones generales, de las que podría salir favorecido gracias a la estupidez socialista.