Yo no voy a dar mi opinión, principalmente porque tengo la sensación de que todo el mundo ha llegado a una conclusión y tiene una opinión formada sobre el tema, por lo que entiendo que no aportaría luz.
Lo que más me ha llamado la atención de todo esto ha sido la confrontación “muerte digna” vs. “vida agónica”, como si no hubiera más opción. Es increíble esta tradición nacional de discutir en la dicotomía. O sí o no. O tú o yo. (Por favor, lean este artículo desde donde lo lean, y tengan la tendencia que tengan, siéntanse aludidos cuando digo “tradición nacional”, esto es un problema común)
He tenido la suerte en mi carrera profesional de poder trabajar en un centro de cuidados paliativos, con el navarro Javier Rocafort en la dirección médica, y he tenido la suerte de sentirme acogido por la comunidad paliativa dejándome incluso participar en su último congreso nacional. Siempre les estaré agradecido. Y si algo tengo claro es que el término “vida digna” gana por goleada al de “muerte digna”. La diferencia puede estar en que la que dan no es una respuesta dicotómica, al revés, es integral, global, holística. Aprendí, de la mano de Esther Martín, psicóloga al frente del equipo de atención psicosocial, de la importancia de la escucha. Pero de la escucha para entender, de la escucha como bálsamo, como desahogo, de escuchar sólo para que el otro se sienta escuchado. Curiosamente, en todas las escuelas y corrientes de liderazgo se habla de la escucha como factor principal para un liderazgo de éxito.
He visto como personas en sus últimos días, conscientes de que lo eran los aprovechaban al máximo; he visto como familias destrozadas por un desenlace inminente, eran capaces de agradecer la forma de afrontarlo.
La muerte siempre está ahí, esperando, y la única forma de superar su amenaza es cumpliéndola, así que por este lado poco podemos hacer, pero insistimos en hablar de elegir cuándo morir, en lugar de elegir cómo morir. Cuándo vuelve a ser una decisión cerrada, y el cómo exige un nivel mayor de decisión. Estoy casi seguro de que si el caso hubiera sido atendido por una unidad de paliativos pediátricos no hubiera siquiera trascendido, porque se habla del final mucho antes de que llegue, porque no se hace sólo una valoración médica, porque asumiendo lo inevitable se prepara el camino, porque además de curar, se puede cuidar, y porque se escucha. Pero sólo hay cuatro unidades paliativas pediátricas en España.
Cicely Saunders, a la que se reconoce como fundadora de los cuidados paliativos modernos, decía que cuando se pueda curar, hay que curar, pero cuando no se pueda curar hay que cuidar porque hay personas incurables, pero nadie es incuidable. Y aquí la dicotomía desaparece, ya no es vivir o morir, que es un debate baldío, porque se va a morir. Y aparece el debate sobre cómo morir, y qué hacer cuando ese momento llegue. Jamás he oído hablar más de vida como dentro de la comunidad paliativa. Y su fuerza es que escuchan. Este 10 de octubre se ha celebrado el día mundial de los Cuidados Paliativos, ojalá tengan el reconocimiento que se han ganado, ojalá la repercusión que merecen.
Escuchar para entender, no para opinar. Escuchar es dedicar atención, es centrarse en el otro, no en la necesidad de dar un veredicto, un diagnóstico o sentar cátedra. Escuchamos en modo tertulia, sólo para poder dar nuestra visión y confrontarla, cuando lo que puede que nos estén pidiendo no es un juicio, sino cobijo. Tiempo. Comprensión.
Vivimos en la dicotomía continua. Morir o vivir. Digno o no. Sería curioso saber cuántos de los que han opinado, diagnosticado o sentado cátedra sobre la vida y decisión de otros han hecho la reflexión sobre su propio fin. No es lo mismo predicar que dar grano.
Yo tengo claro cómo me gustaría despedirme, y cuando llegue el momento, que llegará, por favor, yo no querré opiniones, ni siquiera consejos, querré escucha y cobijo.
Como en esta preciosa versión de Merry Clayton (si pueden, hoy denle volumen).