• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

No es la brecha digital, es la brecha afectiva

Por Fermín Mínguez

Habrán oído hablar esta semana de la campaña “Soy mayor, no idiota”, sobre el trato que reciben las personas mayores por parte de los bancos, y el debate que genera sobre la llamada brecha digital. Somos expertos en eufemismos, pero no tanto en soluciones.

Expertos en eufemismos y en campañas con firmas también, y en encumbrar a personas que lideran movimientos sociales, pero más por no sentirnos cuestionados que por militancia real. El problema no son los mayores, casi nunca lo son, pero ya nos viene bien como muleta o como justificación para un cambio menor.

Estando muy a favor el fondo de la campaña, supongo que influido porque desarrollo mi carrera profesional en atención a personas mayores, me chirría mucho la forma. Claro que los mayores no son idiotas, sólo faltaba, pero es más fácil poner el foco en un perfil determinado de usuario que en el modelo de propuesta que se hace. Es mejor decir que hay un colectivo, a poder ser pequeño, que no se adapta a la realidad general que asumir que lo que estamos proponiendo está mal pero que socialmente nos conviene.

¿Se imaginan propuestas similares en otros ámbitos de la vida? Del tipo, “no soy idiota, soy abogado”, o “soy tornero fresado, no imbécil”. Porque ese es el problema, que justificamos la necesidad de avanzar socialmente, o económicamente, para imponer cambios que sabemos que dejan fuera a terceros. Lo colectivizamos y les echamos la culpa de que no se adaptan. Y mayores hay muchos y variados, ningún colectivo es igual. 

Tengo la suerte de trabajar el sector de mayores como les he dicho, y colaborar con personas y entidades que se rompen la cabeza para poder cubrir las necesidades reales de un colectivo cada vez mayor y al que, en el mejor de los casos, todos perteneceremos algún día. Hablamos de los mayores en tercera persona siempre, como si no fuera con nosotros, como si nunca fuera a tocarnos a nosotros, convencidos de que entre fotos en redes sociales, videos haciéndonos los modernos en tik tok y chutes de botox fuéramos a vencer a la amenaza de la edad, cuando no hay cosa más bonita que hacerse mayor, aprender y disfrutar de lo vivido. 

No es un tema de capacidad, no, es un tema de voluntad. Uno de los proyectos en los que he participado de los que más orgulloso estoy, es el arranque del proyecto Vincles del Ajuntament de Barcelona. El objetivo era promover la socialización de personas que viven solas a través de la tecnología, El perfil mayoritario eran personas de más de ochenta años que no habían manejado una tablet en su vida.

La parte técnica proponía un acceso a una red social que consideraba sencillo, pero no acababa de funcionar, “es normal, son mayores” podía haber sido la justificación, pero tuvimos la suerte de contar con un equipo social radicalmente joven que entendió que lo que faltaba era entender para qué servía. No hubo ningún problema cuando a personas sin experiencia se les explicó cómo funcionaba la tecnología y qué beneficios tenía.

Quien lo vio beneficioso se quedó y quien no, se fue. Así de simple. Vamos, lo que viene siendo un proceso formativo basado en la necesidad del usuario, que es lo que hacemos todos cuando decidimos qué estudiar, en qué formarnos y a qué dedicarnos. Elegir una opción suele implicar descartar otras y, excepto si uno es tertuliano que sabe de todo, saber más de una cosa que del resto e incluso nada de las que no nos tocan a diario. Si durante sesenta años alguien se ha dedicado a trabajar, y para disponer de su dinero no necesitaba otra cosa que pedirlo en el banco, cambiar ahora a Dª Amparo o D. Fernando por un código QR se antoja complicado, ¿no creen? Y no es un tema de ser mayor o no, es un tema de la viabilidad de la propuesta. Claro que había un porcentaje que no se adapta, como en todo en la vida, pero ahí es donde hay que hacer otro esfuerzo. El problema es cuando el sistema no da respuesta a la mayoría del colectivo, que es lo que pasa ahora.

La condescendencia, que tiene más peligro que un mono con dos pistolas, acaba justificando que otros no puedan mientras nosotros sí que podemos. Pobres, pensamos, pero como nos va bien, seguimos. Si hacen mucho ruido firmamos una petición, pero poco más. Pocos nos plantamos en el banco a preguntar por qué no atienden al señor que está fuera perdido entre opciones del cajero, ni pedimos que parte de los beneficios generados se reinviertan en atención, o que en lugar de cerrar oficinas se habiliten servicios para personas con necesidades especiales.

La tecnología está para ayudar, para agilizar y facilitar la vida, no para sustituir la atención directa. Ahora habrá quien me llame boomer, retrógrado o abuelo cebolleta (este último me encanta), pero creo que es así. Asumo que a una generación que se nos da mejor lo digital, porque nos han enseñado a manejarlo, nos toca hacer gestiones digitales, y me parece estupendo porque esto dejará más tiempo disponible para atender a los no digitales, ¿no? Y los no digitales no tienen por qué ser mayores, ni colectivos de los que compadecernos, sino todos aquellos que no han tenido acceso a lo digital, o no tienen por qué tenerlo. Pero me temo que el aumento de lo digital ha llevado a un cálculo perverso que como resultado es que hace falta menos gente atendiendo, y deja fuera del sistema a quien más lo necesita. En este caso el mundo rural y las personas con dificultades digitales, donde se encuentra una parte del colectivo de mayores. Pero no pasa nada, pueden firmar la petición de la España vaciada, o Soy mayor, no idiota y ya estar tranquilos. Pueden celebrar como éxito que al responsable de la campaña lo reciba el Gobierno, como a una Greta Thunberg de la vejez, cuatro fotos, un “hemos escuchado al pueblo”, y luego  lo nuestro.

El problema no es la brecha digital, es la brecha analógica y afectiva. Nos preocupa que nuestros mayores no sepan adaptarse a nuestra nueva, y fría, realidad digital, pero no nos preocupa perder todo el conocimiento analógico que se va con ellos. Es curioso como nos parece malo lo viejo, pero nos sirve cuando queremos dar valor. Es decir, nadie compraría “Las croquetas del QR”, o elegiría de la carta de un restaurante los “canelones del instalador del 5G”, ¿no?, pedimos las croquetas caseras y los canelones de la abueli, ¿o no?

En este mundo digital, bueno y necesario, hay que dejar un espacio a lo y los analógicos por cuatro razones principales. 

La primera por un tema de autosuficiencia y evolución, es importante saber trabajar con las  manos, entender los porqués y los cómos de los procesos por si acaso. La semana pasada estuve sin red tres días por una avería, imaginen lo útil que fue mi conocimiento digital. La segunda es porque la evolución surge de la necesidad, sí, pero también de la reflexión y de la integración de otros conocimientos, y es bueno no perder de vista en el retrovisor de dónde venimos y por qué hacemos las cosas. 

La tercera es por previsión, o por egoísmo, como prefieran. Ahora estamos muy tranquilos en la zona de los que manejan bien lo digital, pero a saber cómo evoluciona esto y a ver si en veinte años nos vemos en las mismas, desfasados tecnológicamente por una generación que se ríe de nosotros porque queremos pagar algo con un obsoleto iPhone 15 con 7G, en vez de con la nueva tecnología de Trompitrones con Ziritione Candemor e-Plus. Que mientras no nos toque no la vemos venir, así de imbéciles somos como especie, piensen que la generación que se manejaba bien programando los novedosos videos VHS es la que empieza a tener problemas con alguna plataforma digital. Sonrío, todo es revival, cada tecnología mata a la anterior.

Y en cuarto lugar por respeto. Si hay quien no puede adaptarse, se le espera, que encima han sido quienes nos han traído hasta aquí. Respeto, qué poco se da ahora, será que no tiene código QR.

La brecha no es digital, quien puede, aprende, y a quien no puede se le tiene que ayudar, para eso queremos tecnología, no para ser más rentables y ganar más, sino para que cada vez haya menos brecha, mayor accesibilidad, más igualdad de oportunidades y bienestar. 

¿O no?

Sean buenos pero, sobre todo, sean felices. Digitales o no, pero felices.


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No es la brecha digital, es la brecha afectiva