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MUNDIAL 2018

Ganan en las gradas, pero aún sufren el machismo: la situación de las mujeres en el Mundial de Rusia

La evolución contrasta con el abuso y las actitudes machistas que se repiten en estos días de partidos en Rusia.

Aficionadas iraníes animan durante la transmisión del partido inaugural del Mundial de Rusia 2018 entre Rusia y Arabia Saudita. 14 de junio de 2018, en la Fan Fest en San Petersburgo (Rusia). EFE/Juan Herrero.
Aficionadas iraníes animan durante la transmisión del partido inaugural del Mundial de Rusia 2018 entre Rusia y Arabia Saudita. 14 de junio de 2018, en la Fan Fest en San Petersburgo (Rusia). EFE/Juan Herrero.

Ganadas las gradas, recuperado el césped y aún en franca minoría en los despachos, el globalizado negocio del Mundial de Fútbol tiene en las calles y las zonas de aficionados un espacio aún muy oscuro, hostil para la mujer, en el que el deporte rey es el machismo.

La historia del fútbol es terca, refleja la naturaleza de la sociedades en las que vivimos, y por ello corre paralela a la merma paulatina de los derechos femeninos que supuso la aciaga primera mitad del siglo XX, la de las dos guerras mundiales pero también la del alumbramiento de la carta de los derechos humanos.

Fotos y crónicas muestran que en los últimos años del siglo XIX, hombres y mujeres compartían sin rubor los flancos de los terrenos en los que el rudimentario deporte del balompié eclosionaba como un fenómeno social y, gracias a las apuestas, también económico.

Y que incluso las mujeres dejaban al lado sus amplios faldones de época y se enfundaban largos calzones y camisetas de estilo deportivo, como se puede observar en múltiples instantáneas y grabados de la época.

Los anales de la Federación Inglesa del fútbol (FA) -la que codificó y concedió a la batalla del balón redondo el aspecto y las reglas que hoy conocemos- cuentan que el primer partido oficial femenino se disputó el 23 de marzo de 1895 en el Crouch End Athletic Ground de Londres y atrajo a más de 10.000 espectadores.

Contienda que desató igualmente los primeros debates a favor y en contra de esta práctica. Narran esos mismos anales que al día siguiente del choque, diarios como el Bristol Mercury o el Daily Post sentenciaron que "las mujeres no pueden, ni nunca jugarán al fútbol como debe jugarse".

Aún así, el fútbol femenino creció y se desarrolló en paralelo al masculino hasta 1921, fecha en la que la propia federación inglesa de fútbol impuso un veto definitivo porque "no es un juego adecuado para féminas".

El año anterior, el famoso "Box Day" había enfrentado sin embargo al "Dick Kerrs Lady club" con el "Sant Helen Lady", y congregado a más de 53.000 espectadores en el Goodison Park, con miles más en el exterior de la cancha.

La FA no levantó la prohibición al fútbol femenino hasta 1971, y la FIFA tardó 28 años más en organizar el primer mundial para mujeres, disputado en China con una amplia afluencia de público y grandes audiencias planetarias.

Dos décadas más tarde, las mujeres han recuperado el césped, las gradas y la pasión con la que disfrutaban del fútbol a finales del siglo XIX, aunque aún siguen muy lejos de las cifras millonarias y el impacto que genera el marco masculino.

Un espacio propio al que asimismo ha contribuido este Mundial, que gracias a la presión mediática y al empuje por parte de la propia FIFA ha logrado que las mujeres iraníes hallan avanzado en su lucha por recobrar el derecho a entrar en un estadio que les hurta la cerrazón religiosa y política.

Igual de dura y penosa ha sido su batalla por escalar puestos en el patriarcal entramado directivo del fútbol, donde los techos de cristal están todavía protegidos por una densa malla de acerco con escasos orificios.

En marzo de 2018, la revista Forbes publicó la lista de las cien mujeres más influyentes del deporte internacional, y sus primeros puestos aparecían tres mujeres con cargos relevantes tanto en la FIFA como la UEFA.

La primera de ellas era Fatma Samba Diouf Samoura, una senegalesa de 54 años, antigua funcionaria de la ONU en zonas de conflicto, que ejerce de secretaria general de la FIFA, es decir, mano derecha y número dos del presidente, Gianni Infantino.

La brecha la había abierto en 2013 Lydia Nsekera, una economista nacida en Burundi que ese año se convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro del Comité Ejecutivo de la misma federación, que rige los designios del fútbol mundial.

En el mismo comité, pero de la UEFA, se sienta desde 2016 la francesa Florence Hardouin, mientras que otras, como la ecuatoriana María Sol Muñoz Altamirano, fue la primera mujer en representar la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) en el Consejo de la FIFA.

La evolución contrasta con el abuso y las actitudes machistas que se repiten en estos días de mundial en las calles, en las zonas de aficionados y el en acceso a los estadios de Rusia 2018, donde las mujeres sufren un grave y extendido acoso físico y verbal de parte de muchos seguidores.

No existen cifras oficiales de denuncias policiales interpuestas desde que arrancó el torneo ni otro tipo de estadísticas que permitan conocer la verdadera dimensión de un problema afónico en los medios de comunicación.

Es una tarea ciclópea, casi imposible. Las aficionadas se quejan de que no tienen dónde ni a quién acudir, ni un organismo del fútbol internacional que les atienda ni la propia policía rusa, que a la barrera del idioma añade la falta de formación adecuada a la hora de afrontar esta lacra.

"Sí, la verdad es que es muy desagradable. Te miran feo, te intentan tocar con la excusa de que cantamos y saltamos para animar a los equipos", explica a Efe Gabriela, una argentina que viaja acompañada de su novio.

"Te jalan por la cintura y te dicen cosas muy sucias. Te quieren tocar todo el rato", agrega Francisca mientras camina con su familia por los alrededores de la Plaza Roja de Moscú en espera de poder ver a su equipo.

Vídeos de aficionados como el que se ha hecho viral en internet de seguidores colombianos que humillaban a aficionadas japonesas han dejado entrever la situación, pero es solo una fracción del iceberg que se esconde bajo el fango machista que desgraciadamente también se genera junto a la fiesta del fútbol planetario.


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