• sábado, 14 de diciembre de 2024
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SOCIEDAD

El barro lo cubre todo: así han sido los días más oscuros en la zona golpeada por la DANA de Valencia

El fotoperiodista Pablo Lasaosa se adentra durante tres días en los pueblos de Valencia que han sufrido de manera más grave los terribles efectos de la DANA.

Un hombre carga botellas de agua en Sedaví. PABLO LASAOSA
Un hombre carga botellas de agua en Sedaví. PABLO LASAOSA

Los vecinos de los pueblos arrasados por la DANA en Valencia lo tienen claro: las palabras que más se escuchan estos días son “gracias” y “necesitamos ayuda”. Más de 200 personas han perdido la vida, y cerca de 80 continúan desaparecidas, mientras los habitantes intentan sostenerse en medio de una escena de destrucción total.

Donde quiera que se mire, solo hay barro, coches volcados, escombros y voluntarios. La DANA ha dejado cada pueblo prácticamente igual al vecino, con parques infantiles destrozados, garajes inundados y calles cubiertas de barro. Los vecinos, resignados, han sacado a la calle sus objetos más íntimos, ahora plagados de suciedad, como si de un "museo del barro" se tratase, para desecharlos en escombreras improvisadas donde también se acumulan los coches retirados.

Un hombre camina con una maleta y una bolsa por las calles de Benetúser. PABLO LASAOSA
Un hombre camina con una maleta y una bolsa por las calles de Benetúser. PABLO LASAOSA

En Paiporta, Picaña, Catarroja, Sedaví, Alfafar, Massanasa y otros pueblos, el lodo ha invadido cada rincón. Al caminar entre los escombros, se distinguen las pisadas de los voluntarios y rescatistas en un terreno que parece no poder volver jamás a ser como fue hasta el 29 de octubre.

Desde que comenzaron las inundaciones, muchas personas no han podido abandonar sus casas, ya sea por la avanzada edad o porque sus entradas han quedado bloqueadas por vehículos arrastrados por el agua. La espera de agua, comida y medicinas a cargo de los voluntarios ha sido larga y dura, pero ha despertado un espíritu de solidaridad que reconforta en medio de tanto caos.

Una familia camina por las calles de Paiporta. PABLO LASAOSA
Una familia camina por las calles de Paiporta. PABLO LASAOSA

Para los habitantes de estos pueblos, la vida ha cambiado por completo. Adaptarse a esta nueva normalidad es la única opción. Cada día comienza con unas katiuskas en los pies para poder cruzar las calles inundadas y unirse a la ayuda comunitaria o conseguir algo de comida. Los olores, intensificados por el lodo y la basura acumulada, se han vuelto cotidianos, al igual que los montones de escombros frente a las viviendas y comercios.

Algunos lo han perdido todo; sus casas han quedado sumergidas bajo más de dos metros y medio de agua o completamente arrasadas por el lodo. Para estos vecinos, el lujo ahora es tener algún resto en la puerta de sus viviendas, pues algunos ya ni siquiera tienen casa. Las mascarillas han vuelto a cubrir los rostros, ahora no por una pandemia, sino para protegerse de infecciones generadas por el agua estancada y el barro.

Un hombre habla por teléfono debajo de una farola con un coche, en Sedaví. PABLO LASAOSA
Un hombre habla por teléfono debajo de una farola con un coche, en Sedaví. PABLO LASAOSA

La catástrofe ha atraído a miles de voluntarios de toda España. En los pueblos devastados, la pregunta "¿necesitáis ayuda?" se escucha una y otra vez. Aunque parece sencilla, para quienes la escuchan significa el mundo. Son manos solidarias que llegan cargadas de provisiones, palas, rastrillos y energía para intentar devolver la normalidad a los vecinos.

Desde el inicio, la ayuda no ha llegado solo de la ciudadanía. Bomberos, policías, rescatistas y servicios de emergencia se han desplegado en las zonas más afectadas, trabajando sin descanso para retirar escombros y asegurar que los vecinos cuenten con un mínimo de recursos básicos.

Equipos de rescate atienden a una mujer en silla de ruedas, en Paiporta. PABLO LASAOSA
Equipos de rescate atienden a una mujer en silla de ruedas, en Paiporta. PABLO LASAOSA

La situación en el Barranco del Poyo es especialmente devastadora. Este barranco, que atraviesa varias de las localidades más afectadas, se ha convertido en el epicentro de la tragedia. Aquí, los equipos de rescate, incluidos guías caninos, han trabajado sin tregua para encontrar a personas atrapadas en sus vehículos, algunos enterrados en el lodo con solo una rueda visible. Con palas, azadas y motosierras, los rescatistas han despejado el camino metro a metro, enfrentándose a la tensión de no saber si un coche atrapado guarda alguna esperanza de vida o una historia que ya ha llegado a su fin.

El barranco, que se tornó en un torrente furioso de barro, agua y árboles, arrasó con todo lo que encontró a su paso. Las imágenes de destrucción total y la incertidumbre aún marcan el trabajo de quienes están en la zona.

Pese al dolor y la destrucción, hay un mensaje de fortaleza y unidad que se alza entre la desesperación. Las calles cubiertas de barro y escombros también han sido testigos de una red solidaria tejida entre vecinos, voluntarios y servicios de emergencia. En medio de una de las catástrofes más grandes de España, cada gesto cuenta y cada mano tendida recuerda a los afectados que no están solos.

Este esfuerzo colectivo deja claro que, incluso en los tiempos más oscuros, la gente encuentra la manera de unirse y de seguir adelante. Aunque el barro cubra todo, debajo de esa capa permanece la esperanza de reconstruir lo perdido y salir adelante juntos.

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