• lunes, 02 de diciembre de 2024
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REPORTAJE

El duro relato de un policía local en Pamplona: "Saqué la pistola y lo encañoné, pero me apuñaló en el ojo"

El sindicato APF ha realizado esta semana un homenaje a dos compañeros heridos en actos de servicio coincidiendo con la celebración, este viernes, del día de San Miguel, patrón de los policías locales.

Juan Cadenas, el policía gaditano al que un delincuente le apuñaló el ojo izquierdo CEDIDA
Juan Cadenas, el policía gaditano al que un delincuente le apuñaló el ojo izquierdo CEDIDA

La vida le cambió dos días después de cumplir 31 años. El 17 de enero de 2015, la prometedora carrera profesional de Juan Cadenas, un joven policía local gaditano, se truncó para siempre.

En su camino, un conocido delincuente de la zona le arrebató no sólo su futuro. También se llevó con él parte de su vista.

Un cristal en el ojo, a pocos centímetros de la yugular, estuvo a punto de apagarle para siempre. No fue así.

Dos años después y con un parche que le recuerda a diario esa pesadilla que vivió en una precaria ‘comisaria’ en Puerto Serrano (Cádiz), ha recibido en Navarra junto a otro compañero, Ernesto Pérez, un pequeño homenaje por parte del sindicato APF.

‘Los Cachimba’ son esa familia de delincuentes a la que pocos quieren cruzársela en su camino y, sin embargo, para Juan Cadenas se han convertido ya en parte de su vida y su triste historia.

La detención de un miembro de ese clan familiar, famoso en la localidad gaditana por sus robos, altercados, tráfico de drogas y malos tratos constantes; fue el desencadenante que marcó un antes y un después aquella noche no tan fría del 17 de enero de 2015.

El joven policía local, Juan Cadenas, se encontraba patrullando la localidad cuando un coche, recuerda perfectamente ese Volkswagen, les adelantó “a toda pastilla”.

“Lo vi, sabía quién era y fuimos a por él a un local en el que se encontraba para llevarlo a comisaría”, relata Juan Cadenas.

Tras llegar a una antigua estación de autobuses, reconvertida en una jefatura policial ante la delicada situación económica del municipio, comenzaron los problemas. Un par de familiares del detenido se personaron frente al agente y su compañero para exigirles la puesta en libertad del delincuente. Obviamente no cedieron.

“La cita comenzó a complicarse cuando llegó un tercer miembro de la familia, el más agresivo”, añade Cadenas. Abrió la puerta como si de un vendaval se tratara y el agente rápidamente pensó que en sus manos portaría un arma de fuego. Se preparó para sacar su arma. Él o su vida, pensó. Se equivocó.

El peligroso miembro de la familia llevaba un cristal en su mano. “Me asaltaron las dudas sobre la proporcionalidad. Tuve miedo de dispararle. De matarle”, cuenta.

Así se inició un violento forcejeo en el que ambos agentes le intentaron reducir durante unos 25 eternos minutos. “En un momento en el que ya no podía más, él aprovechó y me apuñaló en el ojo izquierdo. Saqué de nuevo la pistola y lo encañoné, pero de nuevo no le disparé”.

Juan Cadenas fue consciente de que algo no iba bien cuando dejó de ver por uno de sus ojos. “Pensé que era una conmoción, pero empecé a ver mucha sangre en el traje y me asusté”. El joven agente consiguió zafarse de la situación y llegar hasta el centro de Salud. “No sentía nada por el estrés del momento y la adrenalina”, añade.

Allí le confirmaron los peores pronósticos. Había perdido un ojo y la herida había quedado a pocos centímetros de la yugular y podía haberle costado la vida. Había que intervenir rápido.

Pero Juan Cadenas cuenta que lo peor no son las heridas físicas. “Esas se curan”, dice. Las consecuencias económicas aún le persiguen en un cúmulo de desgracias. Aún le deben ocho nóminas, ha perdido su condición de agente y percibe tan sólo el 45 % de lo que cobraba cuando era policía. Además, sus agresores le ‘deben’ una indemnización de 360.000 euros que, probablemente, nunca llegará tras declararse insolventes.

Precisamente tras este hecho que marcó su vida, Juan Cadenas ha querido esta semana romper en Navarra con algunos de esos tabúes que aún siguen existiendo dentro de los propios agentes.

“Los tiroteos existen y no son cosas de película”, expone para denunciar la presión a la que se ven sometidos algunos policías que ante una situación violenta se ven obligados a apretar el gatillo. “Ojalá lo hubiera apretado yo”.

En este sentido, el joven destaca que si un policía dispara a alguien se abre un proceso. “Tiene que investigarse, pero es importante que los agentes locales sepan que si tienen que disparar, lo hagan aunque luego sean investigados”, dice a sus compañeros.

Si bien es cierto que la situación que se genera es complicada porque en España, asegura, “se penaliza al policía que cae en acto de servicio”, al contrario de lo que ocurre en otros lugares como, por ejemplo, en Estados Unidos, que son considerados héroes.

“Es preferible darle explicaciones a la túnica negra del juez, que a la del cura”, apunta el joven.

Además, Cadenas destaca ya no hace falta que los delincuentes porten grandes pistolas. “Con un cuchillo o un trozo de cristal la gente mata y quiero que el ojo que yo he cerrado pueda abrirse en mis compañeros”, matiza.

A pesar de la terrible situación que vivió a sus 31 años recién estrenados, él se siente un privilegiado. “Ese centímetro me salvó la vida y gracias a eso puedo disfrutar de mi familia” y también de una profesión que, aunque no porte el uniforme, aún lleva por dentro.

UN LIBRO LLENO DE CARRERAS TRUNCADAS

Ernesto Pérez (47 años) es otro superviviente y su historia no es menos dura que la de su compañero. Un coche, mientras realizaba un control rutinario el 30 de agosto de 2007, se lo llevó por delante en varias ocasiones. A su espalda, literalmente siete operaciones (todas ellas de columna) y una vida deportiva truncada por otro delincuente en la Línea de la Concepción, también en Cádiz.

El exagente Ernesto Pérez ha presentado antes sus compañeros de Navarra un libro que escribió en 2014, junto al psicólogo clínico Fernando Pérez Pacho, titulado ‘En la línea de fuego. La realidad de los enfrentamientos armados’.

A través de 22 relatos de otros policías españoles heridos en actos de servicio, cuenta cómo el miedo o la falta de preparación les impidieron disparar y no se defendieron correctamente provocando un cambio importante en sus vidas.

“Hay personas que no son capaces de reaccionar ante estas situaciones y más cuando el atacante lleva algo que no es una pistola”, en eso es lo que ahonda las páginas de este libro que busca arrojar un poco de luz entre tanta oscuridad, entre tantas heridas que aún quedan por cerrar.

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