- martes, 10 de diciembre de 2024
- Actualizado 11:48
Que Navarra tiene infinitas bondades no solo lo apuntamos los de casa sino todos aquellos que hayan tenido oportunidad de visitar nuestra querida tierra.
Recorrer el Camino de Santiago, descubrir los innumerables tesoros artísticos y maravillarse ante el racimo de paisajes que se extienden de norte a sur de nuestra Comunidad Foral es alguno de los muchos ejemplos que hacen que nuestra región sea mirada y admirada por propios y “extraños”.
Pero Navarra despierta el interés por algo, diría yo, por encima de todo (salvando los Sanfermines) y es por su gastronomía.
Pochas, alcachofas con almejas, espárragos, trucha a la Navarra, cordero al chilindrón, ajoarriero, rabo de toro, chistorra (entre otras, por supuesto, la de Goikoa), queso del Roncal e Idiazabal, menestra, cardo, setas y hongos…
Que les voy a contar a ustedes que no sepan a estas alturas.
Llega Semana Santa y nuestra tierra recibe a miles de visitantes dispuestos a saborear nuestros guisos y, como diría aquél, a perder el reloj untando en el fondo del plato.
¡Ay, si es que la vida delante de un buen plato es maravillosa!
Pero si hay algo que a mi mujer y a mí nos pierde, queridos amig@s de Navarra.com, son los pinchos.
Yo no podría salir de casa. Viviría dentro de un bar - apunta mi mujer siempre que visitamos Navarra al estrellarse visual y físicamente con las vitrinas de pinchos que engalanan cada una de las barras de los bares.
A través de las distintas descripciones y las imágenes se advierten unas elaboraciones que quitan el sentido. Qué ganas tenemos de regresar a casa y degustar los pinchos ganadores, así como los presentados y los que no se presentaron.
Cuentan que el origen del pincho nació de un navarro o, mejor dicho, de un local de un navarro.
En 1942, Blás Vallés, natural de Olite (aprovechen y acudan a visitar la localidad con su precioso palacio) se trasladó a San Sebastián y montó un establecimiento de venta de vinos. Años después (1947), el local, hoy conocido por ‘Casa Vallés’, se convirtió, igualmente, en taberna.
Entre su clientela estaba un señor llamado Joaquín Aramburu que ensartó tres ingredientes (guindilla, aceituna y anchoa) que acompañaban por separado a la bebida. Estos productos ayudaban a pasar el trago y, del mismo modo, al ser salados, estimulaban a la clientela a seguir bebiendo. Cogió el bueno de Fernando, alias ‘Txepetxa’, un palillo y “ganó “ el primer concurso del mundo de pinchos sin saberlo.
Cuentan que aquel año de tan importante invento se estrenó en los cines la película, Gilda, protagonizada por Rita Hayworth y así, Txepetxa, bautizó su ingenioso pincho con ese nombre, ya que su Gilda también era verde, salada y un poco picante.
Sea como fuere, a mi mujer y a un servidor nos encanta irnos de pinchos por nuestra tierra y descubrir sabores y texturas nuevas condensadas en un pequeño, pero gran bocado.
Evidentemente, todos tenemos nuestros preferidos bien sea tirando por los clásicos de toda la vida como los más recientes e innovadores.
No me diga usted que no tiene ganas de echarse a la calle esta Semana Santa y probar y paladear nuestra tierra.
Al fin y al cabo, tenemos una tierra que está para comérsela.