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Opinión / Sabatinas

La comisión de El Dioni

Por Fermín Mínguez

¿Se acuerdan de El Dioni?, seguro que sí, aquel vigilante de seguridad que se llevó un furgón cargado con doscientos noventa y ocho millones de pesetas en 1989. Ahora habría quien lo llamaría comisión.

El Dioni. FOTO: Carmen Suárez / EL ESPAÑOL

Iba a llamar a esta Sabatina “No es el qué, es el cómo”, pero como ya nos vamos conociendo he pesado que igual citar al Dioni tenía más tirón, aunque quizás renuncie a los lectores sub-30 si no van a la Wikipedia a mirar quien era este tipo. Treinta y cinco años del robo del furgón ya.

La cuestión es que esta semana de noticias sobre comisiones y variables ha estado llena de opiniones encendidas sobre lo ético, lo moral, lo legal y lo que se tercie sobre el hecho de comisionar. Opiniones, además, con esa tendencia encendida de prender fuego a todo con tal de reforzar la propia idea. Estamos a dos tuits de proponer la quema pública de quien comisiona o cobra un variable y, si me permiten, el problema no está en el qué, comisionar, sino en el cómo y también en el cuando. Y en el enfoque que se hace, claro. Como con casi todo en la vida.

Comisionar es absolutamente legal y, es más, creo que necesario, (la fila de ofendidos pueden empezar a formarla a la derecha de sus pantallas, en orden, por favor). Que alguien gane dinero por promocionar el negocio de un tercero, por conseguir lo que otro necesita y no puede conseguir por sus medios, por facilitar la producción o por poner su experiencia al alcance de quien lo tiene es una opción tan válida como otra cualquiera. Tiene sentido que si alguien me busca por lo que sé, por lo que he aprendido con mi experiencia, o porque mis contactos profesionales pueden agilizar el crecimiento del negocio, pague por esa intervención. Y lo de cobrar una parte del negocio generado es algo que se lleva haciendo toda la vida y, además insisto, es saludable. Compartir parte del éxito o fracaso de la aventura es bueno, si se gana, ganan todos, si se pierde, pues también. Cuanto más se gane, más ganan todos, parece fácil. Cualquiera con dos dedos de frente estaría encantado de contar con un potenciador así en su negocio, ¿no creen? (¿Cómo va esa fila de ofendidos, ¿se mantiene?, ¿crece? Seguimos).

El problema surge cuando dos condiciones que aparecen en el párrafo anterior no se cumplen. La primera cambiar el verbo ganar por llevar, no, mejor por trincar. Que alguien trinque dinero  por una gestión no es lo mismo que ganar ese dinero, es decir, para ganar dinero hay que trabajar, sudarlo, como en Fama, y para trincar sólo hay que ser un listo. Y la segunda es compartir el riesgo, el win-win famoso que les ponen en los seminarios como ejemplo de matriz de éxito. Que hay que ser también listo para vender como teoría profesional que es mejor que ganen todos a sólo una parte, pero en fin, en ese momento social estamos. Cuando estas dos no se cumplen, hay que trabajar y hay que pensar en el otro, aparece el modelo de comisión de El Dioni: trinco el furgón y me lo llevo, y el que venga después que arree. Dionis hay mil, gente que comisiona en especia quiero decir, es más fácil llevarse los bolis o los folios del trabajo que llevarse un furgón, claro, pero es un tema de volúmen y repercusión. O esas comisiones a porteros en forma de billetico porque te deje pasar, o las cestas de Navidad y mil formas más. Lo que pasa es que es menor, no afecta mucho, y lo hemos interiorizado como normal. De hecho lo llamamos con nombres bonitos como propina o aguinaldo, pero al final es una comisión. Y no tiene por qué ser malo, ¿a que no? Cómo han trabajado ustedes bien, les comisionan con una cesta en Navidad. el problema con las cestas, de nuevo, es la intención pero no el objeto, como en toda comisión. Las cestas pueden ser por reconocimiento, mola, o para condicionar decisiones, regulinchi, pero estaremos de acuerdo que el hecho en sí de comisionar no es malo.

Además de estas dos condiciones objetivas, hay una tercera condición que hace referencia al momento en que se produce, y una cuarta sobre la necesidad de hacerlo. Si se dan estás dos también, el modelo El Dioni evoluciona al modelo Medina y Luceño: los presuntos. 

El momento es clave porque es lo que pervierte la oportunidad. Una situación de pandemia, con el número de muertes disparada, una alarma social importante y con la necesidad imperiosa de conseguir un material preventivo que parecía la única solución, (recuerden que íbamos a hacer la compra con los guantes de fregar puestos, ojo), es el caldo perfecto para que crezcan los miserables. Porque hay que ser miserable, sin presunción ninguna de inocencia en esto, para lucrarse a costa del miedo y el caos sanitario. ¿Se puede ganar dinero?, claro. Conseguir material que nadie consigue y ponerlo a disposición de quien lo necesita es un trabajo como otro cualquiera. Que de seis millones, cuatro se vayan en comisiones no es un trabajo, es una estafa.

La cuarta es la necesidad de hacerlo. Robar siempre está mal. Siempre, amiguitos. No roben, hagan el favor. Lo que está claro es que la motivación no será la misma en un vigilante de seguridad degradado que en un miembro de un Grande de España. La motivación no, la necesidad, porque en este caso ambos querían el dinero para fundirlo rápido, pero para uno era la única forma de conseguirlo, y los otros tienen oportunidades para hacerlo legalmente. Qué cosa la ambición que iguala al Dioni con la familia de un Duque, ¿que no? Personalmente la gente que roba sin hacerle falta me da un asco tremendo, el asco máximo, que aquí ni pongo palabrotas. Que tengas los medios para ganar dinero y bien vivir, una estructura social favorable y el riñón cubierto y decidas robar para tener más, y encima robar de lo público, es deleznable. Si hay sentencia firme y  pasan de presuntos culpables a ladrones miserables, respetemos la presunción, tendría que ser un agravante. “Robaste cuando te hacía falta”, dos años más; “trincaste de lo público”, otros tres, ¿qué les parece? En este caso añadiría también dos años por tener una imagen de delincuente de película, que es provocar, Luceño, que un tipo que va con trajes claros, perilla perfilada fina, rizos engominados y gafas sin montura es el malo retorcido y drogaíno en todas las pelis. Se veía a kilómetros que iba a acabar siendo un presunto, anda que no les falta calle a estos.

Y en qué se lo gasten debiera dar igual, lo malo es la forma en la que se consigue el dinero. Robar, o estafar. Que quien roba se lo gaste en un barco o en lo que le brote, da igual, aunque da pistas de las intenciones, claro, porque no es lo mismo cometer una ilegalidad para comprarte coches de lujo que para hacer la compra para comer, ahí se ve la necesidad. Que, ojo, igual estamos prejuzgando y estos pobres que no tienen dinero en la cuenta fueron al Mercadona a comprar humus, pan, gazpacho y unos delipluses para cubrir lo básico y no había carritos, que a veces pasa, y lo primero que encontraron fueron los maleteros de los coches deportivos y la bodega del barco, oigan, que criticar es muy fácil.

Lo que es cierto que si alguien quiere ganar dinero comisionando sin trabajar, sin pensar en que todos ganen, aprovechando un momento de debilidad y sin tener necesidad de hacerlo, las cuatro juntas, es que algo turbio está planeando. Por eso es importante ser bueno, porque estas cosas no las harían, en algún momento se pararían a pensar. Aunque, ojo, alguien que lleva ese traje verde botella con perilla perfilada además de malo igual también es imbécil.

Sean buenos, y sean felices. Y no permitan que se normalice robar como estilo de vida, porque siempre habrá quien se aproveche a lo grande.


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