• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

La delgada línea entre la brillantez y la estupidez

Por Fermín Mínguez

¿Tienen gatos? Y si no seguro que les han contado eso de que son super inteligentes porque no necesitan a nadie, y que no los tienes tú a ellos, sino ellos a tí. O que son muy independientes y ahí radica su encanto y su brillantez. 

Lo han escuchado seguro, ¿verdad? Con ese convencimiento propio del que sabe mucho de gatos y que no queda otro remedio que creerlo. Pues bien, llevo un tiempo conviviendo con gatos y hay otra opción que me ronda la cabeza… ¿puede ser que lo que pasa es que sean imbéciles? Algo limitados como especie, quiero decir. Que no les dé para más, vamos. Que no es que sean independientes y no te hagan caso, sino que repiten las cosas una y otra vez porque no se acuerdan, O que se caen de los sitios, las mesas, las cortinas (o lo que quede de ellas) no porque se reten a alcanzar nuevas metas y demostrarse que pueden ir más allá de sus límites, sino porque miden mal, no calculan y se estampan.

Que luego es cuando lo compensan tumbándose contigo y hace que se olvide todo, incluso las cortinas que han convertido en un escenario hawaiano: que igual ese momento de conexión es que están cansados de comportarse como tarados e igual les das tú que una batamanta, ojo. 

Miren, que yo les quiero un montón a los gatos, antes de que se me eche encima nadie, pero pensándolo bien, ¿no estaremos justificando su comportamiento, y positivizándolo, para así también justificar que estamos manteniendo a unos inútiles, graciosos y cariñosos, pero inútiles? Es que la mayoría de veces la línea que separa la genialidad de la majadería es tan fina que se traspasa muy fácilmente. 

Justificar se nos da bien, muy bien, sobre todo para defender lo que hacemos, lo que, o quien, nos gusta pero de vez en cuando viene bien objetivar y quitarnos las gafas de fan total para tener una visión más amplia, y decidir lo que queramos, pero con conocimiento.

Sigamos con los gatos. Dicen, decimos, que son super limpios porque se limpian solos, y no hay que sacarlos porque van a su arenero a hacer sus cosas, y no dependen de ti, (es que esto se pone siempre como súper valor). Y esto es cierto, pero, vamos a ver… Estamos diciendo que se meten en un cajón para hacer sus cosas y que, si no se limpia, eso se llena de más porquería que un narco piso, porquería que entierran con las patas que luego se chupan para limpiarse. Así, como definición de limpieza y autonomía me suena regulinchi, ¿no creen? Amantes de los gatos, por mucho que les queramos es indefendible, ni son tan limpios ni son tan independientes. “Pero es que los perros más”, más no, también, También son bastante inútiles. Una inutilidad no mejora ni empeora la otra: los animales domésticos en su mayoría son bastante zoquetes, seguramente porque no tienen por qué ganarse nada y les reímos las gracias.

A los gatos, por ejemplo, les valoramos esa forma de no hacernos caso, de que intenten hacer lo que quieran aunque les digamos que no, aunque oyen. A esa terquedad le llamamos criterio en lugar de incapacidad de aprender. “Oye, que algunos responden a su nombre y todo”, ojo al nivel de inteligencia: saben como se llaman, “y si no te hacen caso es porque no quieren”. Muy bien todo. Les mantengo, me ignoran y me destrozan la casa, pero como luego se duermen encima mía y me dan cariñicos, se me olvida todo. Sólo se acuerdan de mí cuando tienen hambre, sed, o hay que limpiar el arenero… pero ahí estamos, manteniéndolos, porque son inteligentes. Porque ha sido nuestra decisión tenerlos y no vamos a reconocer que estamos manteniendo imbéciles, ¿no? Qué iban a pensar los que tienen perros, esos cretinos sometidos que te traen las zapatillas.

Confundimos con frecuencia ser imbécil con ser brillante, esa idea de que el otro sabe algo que nosotros no sabemos y por eso actúa así. “Hay algo que se nos escapa, que ella o él tienen que saber”. Pues igual no. Igual es tonto del culo, (o tonta que aquí se reparte en positivo y en negativo), no tiene ni idea de adonde va y se va a descalabrar, y nosotros detrás por seguirle o mantenerle. Luego se puede justificar con una frase de esas de “mejor intentarlo que no saber lo que se siente”, o más romántica, “morir sin saber es como vivir sin, sin…”, yo que sé, sin lo que les brote, cuando la realidad es que hay ideas que de saque son malas, que sabemos que la caída será histórica, pero que queremos probar. Y estará muy bien, oigan, pero luego no vengamos con el cuento de que somos independientes, inteligentes y unas mentes preclaras. Miren, lo que somos la mayoría de veces es estúpidos. Y querrámonos así. De hecho, cuando piensan en esa metedura de pata gorda, sí, en esa, seguramente de noche, esa que luego les persiguió un tiempo, ¿se acuerdan?, ¿qué piensan?, en lo inteligentes, valientes y adelantados a su tiempo que fueron, o es algo más tipo “madre mía, mira que llegué a ser imbécil…” Pues eso, que generalmente justificar lo que hace es esconder miserias. 

Que hay personas a las que dotamos de cualidades fantásticas y pueden ser unos mediocres de tomo y lomo, que a fuerza de mantenerlos con nuestra dedicación y esfuerzo se creen por encima del bien y el mal, y nos llevan por caminos feos y a lugares que no queremos estar; a seguir haciendo cosas que los mantengan aunque nos cueste mucho,a veces incluso la vida. Personas a las que, si les retiramos nuestro apoyo, no serían nada. El problema es que parece que siempre habrá quien les dé de comer y les limpie el arenero cuando lo tengan a rebosar, mientras ellos salen a destrozar las cortinas de otros.

Porque, ¿estábamos hablando de gatos todo el rato, no?

Sonrío.

Sean buenos, y sean felices. Y sean también todo lo imbéciles que quieran, claro que sí, pero luego no se justifiquen. Ni hagan que otros limpien su arenero…


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