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Opinión / Sabatinas

El cuarto saber

Por Fermín Mínguez

Si han recibido algún curso en los últimos años seguro que les han contado lo de los tres “saberes”; el saber, saber hacer y saber ser. Sin embargo aquí falta un cuarto saber fundamental, el “para qué” saber. Cualquiera produce, pero no es tan fácil producir bien.

¿Se han parado a pensar para qué hacen lo que sea que hagan? No el por qué, ojo, sino el para qué. No el objetivo sino la razón. Es bastante curioso escuchar las respuestas cuando se hace esta pregunta a perfiles que parecen tenerlo claro, o a directivos, sobre todo de éxito. Las respuestas pueden dividirse en tres: los que lo tienen claro y no dudan, minoría, los que contestan el por qué, el objetivo, que tampoco son muchos y la mayoría lo maquillan; y los de la escuela Coelhista, hola Paulo, que en vez de una contestación de dan un speech emotivo hablando del corazón, de su abuela inspiradora o de los gatitos que mueren por la falta de empatía de la humanidad. Estos son muy peligrosos, porque suelen no tener más objetivos que ellos mismos, que está bien, pero les cuesta reconocerlo.

La teoría de los saberes, resumiendo mucho, dice que hay tres principales. El saber saber, que es el teórico, los conocimientos para hacer lo que uno quiere hacer. El saber hacer, que es el cómo se hace eso, cómo llevar a la práctica lo aprendido y hacerlo lo mejor posible. El último es el saber ser, que es la parte emocional, cómo se construye el perfil personal con todo lo aprendido y practicado. Parece que si uno sabe, sabe hacer y sabe ser el plan no tiene fisuras, chapó, bum, exitazo. Sin embargo aquí falta la razón de por qué se hacen las cosas, porque el objetivo puede pervertir, y pervierte, el resto del proceso.

Hemos hablado aquí de muchos ejemplos de esta perversión. Medina y Luceño, los Sonia y Selena del comisionismo), por ejemplo, sabían, sabían hacer y sabían ser perfectamente. El objetivo podría ser ayudar en tiempos de crisis, ganando dinero por activar sus conocimientos, pero la razón, el por qué hicieron eso, era porque vieron una oportunidad de chanchullo fácil. O presunto chanchullo o chanchullo en vías de investigación o como sea, pero en mi opinión estos tenían de bondad lo justico. Por eso es importante tener claro para qué se está donde se está. Lo que se hace no es baladí. Los tres saberes son insuficientes.

Luego pasa lo que pasa, que si uno no sabe sus razones, acaba justificando sus acciones. Y midiendo el éxito en términos de ajustes presupuestarios, o márgenes de beneficio. El objetivo supera a la razón. “Hemos superado una pandemia gracias a la gestión sanitaria”, bueno, y a base de reventar y llevar a la extenuación al personal sanitario, por ejemplo. “Hemos aumentado el número de personas atendidas desde servicios sociales”, a base de pagar menos y adelgazar la estructura de forma temeraria. Objetivo frente a razón. Igual hay que pararse a pensar que no hay que hacer tanto sino hacerlo mejor, y esto se hace antes de empezar, el primer saber es el para qué.

Si la razón es ser un campeón de la gestión va a dar igual dónde nos enfoquemos, y los criterios personales se van a imponer a los finales y esto aplica igual a las panaderías, a los hospitales y a las relaciones de pareja. Si no somos honestos con nosotros mismos es imposible serlo con los demás.. No es lo mismo querer ser panadero que querer ganar dinero con el pan, por eso hay pan que vale un euro tres barras, y barras que valen tres euros. No es lo mismo buscar pareja para no estar solo que para ser feliz, ¿no creen? Cualquiera es capaz de dormir a tu lado, pero no por eso tiene que hacerte feliz. No es lo mismo hacer rentable un hospital que hacerlo cuidando a los pacientes. No es lo mismo querer ser que ser lo que se pueda. No es lo mismo ser político para trabajar por los demás que para tener un cargo y un sillón.

Así qué, ¿para qué quieren ser lo que son?, o, más difícil todavía, ¿para quién quieren ser lo que son? Esta pregunta es definitiva, porque si no se contesta se acaba trabajando por lo que no se cree, diciendo por lo que no se debe o viviendo con quien no procede. Por eso es tan importante el para qué, la parte filosófica de la decisión, por que si no se acaba decidiendo en base a los por qués, y la vida, queridas y queridos, es experta en justificar los por qués, en convencernos de que hay cosas que se deben hacer para poder seguir adelante. Es el “no eres tú soy yo”, el “yo no quería pero la situación me obliga”, o el “lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo” de Sandro Giacobbe. Pero, ¿les cuento un secreto?, la vida no es de ninguna manera preconcebida, la vida es como cada uno la haga. Otra cosa es que nos falten agallas para asumirlo y tomar el control y, mientras tanto, dejemos que nos la gestionen imbéciles enfundados en teorías económicas y de rendimiento, que nos lo creamos y que los idealicemos como gestores exitosos.

Hay una forma de hacer bien las cosas pero exige tener claro para qué lo queremos hacer. Cualquier objetivo y razón será válida si es la nuestra, pero eso no significa que sea correcta ni buena. Ser productivo y viable es condición necesaria pero no suficiente, pero mucho me temo que nos educan para producir, no para cuestionar. Igual por eso va desapareciendo la filosofía del currículo escolar, porque los por qués se pueden imponer desde fuera, pero los para qués siempre son personales.

Si la respuesta primera a “¿para qué hacen lo que hacen?” no es para ser feliz, es posible que algo se rompa en algún momento, o les lleven a juicio por estafa a pesar de tener varios diplomas e ir vestidos con un traje verde botella. Porque, ¿saben qué?, a veces no todo vale.

El cuarto saber es más importante de lo que creemos, definir la razón de nuestras acciones impide que cualquiera decida por nosotros. Piensen que saber es poder, no renuncien a ser quienes quieran ser, que a la vida se viene a brillar, no a ser la bombilla de mediocres. Se puede perder, sí, pero hasta entonces hay que intentarlo, ¿juegan?

Sean buenos y sean felices.


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