En la psicología gestáltica la Ley de cierre es la que dice que nuestro cerebro tiende a completar las partes que faltan de una imagen de modo que adquieran una forma.
En la psicología gestáltica la Ley de cierre es la que dice que nuestro cerebro tiende a completar las partes que faltan de una imagen de modo que adquieran una forma.
Me lo decía Araujo en nuestra última comida, “el todo es siempre mayor que la suma de las partes”. Como entenderán no es matemático, ni se refería a la suma simple, sino a que la suma de inteligencias, de las capacidades de un equipo, es siempre mayor que la mera acumulación de capacidades. La fuerza del equipo, la suma de experiencias.
Lo apunté en mi libreta de notas, donde pongo a dormir lo que considero interesante, lo bonito, y ahí estaba durmiendo hasta que lo acompañó otra frase, esta vez de una canción cantada por Mercedes Sosa y Chavela Vargas entre otras, Las simples cosas, donde dice que uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.
Justo debajo apareció otra línea de esta semana que hablaba de la pandemia afectiva, de esa obligación social que impacta en lo personal y te confina de afectos y lugares comunes. Recordé la ley de cierre, y mi cerebro trazó unas preciosas líneas irregulares entre las tres frases.
Qué caprichosa es la memoria que por muy turbio que sea el recuerdo siempre se las apaña para dejar a flote algún resto de naufragio bonito, sólo algunas tablas bonitas de lo que fueron nuestros barcos, una amalgama de cachitos que al principio nos permiten seguir a flote y que luego vamos juntando hasta hacer un recuerdo bonito sobre el que poder navegar. Esa facilidad para ir olvidando a quien y el qué no nos aportó o aportándonos nos dolió, manteniendo viva la ilusión de volver a los sitios en los que fuimos felices. Una especie de melancolía de cierre, abriendo una nueva línea gestáltica.
Ese volver no suele ser físico, lo que dificulta el regreso, sino un recuerdo al que volvemos como refugio cuando vienen mal dadas, que en estos últimos dos años han venido con frecuencia. Volvemos a juegos de infancia, a noches largas sin dormir, a portales poco iluminados, a amaneceres en lugares desconocidos, a carreteras en coches pequeños, a las primeras o segundas veces, a momentos fugaces y a carcajadas largas, o a silencios largos. Volvemos a todos esos lugares que, como dice la canción, el tiempo quiere devorar.
Yo vuelvo en estas fechas a esas nochebuenas familiares bulliciosas, llenas a rebosar, donde no faltaba nadie ni se intuía. Esos días en los que nada hacía pensar que serían recuerdos a los que volver, cuando era inimaginable que la vida y sus puñales fueran a dejar huecos, y mucho menos que una pandemia mundial nos fuera a cerrar las puertas. Y ahora es cuando me hubiera gustado haberlo sabido para prestar más atención y fijar mejor los recuerdos, no dando por hecho que iban a ser infinitas. La despedida insensible de las pequeñas cosas de la canción, como un árbol en otoño dice, confiado en que volverá a brotar. Y qué cojones sabemos si vamos a brotar otra vez. Los otoños no suelen ser nuestros, la caída y pérdida, pero, ¿saben qué?, ¿les cuento un secreto?, las primaveras sí que lo son.
Tenemos dos opciones, una fácil y otra que exige más esfuerzo, como siempre. La primera es quedarnos encerrados en los lugares que ya creamos y lamentar que no volverán, lo que agriará nuestras raíces y nos separará cada vez más de la posibilidad real que nos tocaría vivir. La segunda es guardar como oro en paño esos lugares a los que sabemos que siempre podemos volver, como si fuera un chute de opiáceo, pero aprovechar al máximo las oportunidades que nos surjan de crear nuevos sitios a los que volver. Ahora ya hemos aprendido que no son eternos, así que por si acaso es mejor fijarlos a fuego. Cada uno decide qué hacer con su canción, y estará bien, pero siempre hay otra opción. A la primera la llamaré la opción Chavela, que la canta tan bonito como siempre pero con esa forma de cantar llorado (quién pudiera reír/como llora Chavela), y la segunda será la opción El Cigala, con ese flamenco que llora pero te empuja, con más esperanza.
Excusas vamos a encontrar siempre, pero no permitamos que nada ni nadie nos niegue la posibilidad de ser felices, de crear nuevos lugares donde amar la vida y que nos permitirán volver. Que nadie ni nada nos aleje de ese abrazo que te devuelve a la vida, de esa mirada alrededor encontrando a todos los que quieres cerca. Que nadie nos quite ese instante de dolor punzante por la ausencia que se cambia en sonrisa de agradecimiento por lo que nos dejaron. No convirtamos en algo menor esa posibilidad de vivir solo porque estemos acostumbrados, mejor vivir en primavera, que los otoños no son nuestros.
Y si nos van faltando elementos para tener la imagen completa, para eso está la inteligencia de cierre, para completarla con recuerdos bonitos, líneas irregulares y las personas que nos siguen quedando. Juntos es mejor, el todo es mayor que las partes. Araujo tenía, de nuevo, razón. Sonrío.
Feliz Navidad, queridas y queridos. Pocas cosas más bonitas que celebrar un nacimiento, que siempre es una oportunidad, y la oportunidad es esperanza, que nada ni nadie se la quite. Aunque no lo parezca, ahora mismo estamos en los lugares que luego echaremos de menos, disfrutemoslos.
Sean buenos pero, sobre todo, sean felices.