Vale que la historia de Pulgarcito acaba bien, pero tenía todos los números de haber acabado como poco regular incluso si hubiera conseguido volver a casa, porque eso de volver al punto de salida no parece muy buena opción. Uno guarda la esperanza de que volver significa recuperar lo que se dejó atrás exactamente igual, y eso no es así. Lo que se deja atrás cambia, al igual que cambiamos nosotros Es mejor asumir que todo lo que vamos viviendo nos va transformando, que lo que nos queda no es lo que hemos hecho sino lo que hemos vivido.
Si marcamos nuestra vida, nuestro camino, en base a lo que hemos conseguido y no con lo que hemos vivido estaremos haciendo un Pulgarcito, al que le pareció buena idea ir dejando migas de pan y luego se sorprendió de que no estuvieran porque se las habían comido los pájaros y no pudo volver a casa. Lo que hacemos en la vida, lo que dejamos como rastro, una vez que lo soltamos deja de ser sólo nuestro y pasa a estar a disposición de otros, que pueden mejorarlo, empeorarlo, aprovecharse y hacerlo suyo o comérselo. Algunas veces nos reconoceremos en lo que queda y otras no. No sé ustedes, pero hay cosas que he hecho que casi es mejor olvidar… Habrá otras veces que por muy orgullosos que estemos no quedará rastro de nosotros en lo hecho, como en esas películas de superhéroes donde el bueno salva el mundo pero no puede decírselo a nadie, que puede ser una de esas o El día de la Bestia, que tiene un final parecido. Que también hay historias que no son bonitas pero acaban bien.
Damos mucho valor a lo que hemos conseguido y no al cómo lo hemos hecho, o a lo que hemos sentido, y así permitimos a los perfiles poco creativos que se aprovechen de nuestros logros. Lo que para nosotros es un fin, una meta lograda, para otros es un simple medio para seguir avanzando, y se van comiendo nuestras miguitas de pan, no para volver a ningún sitio sino para engordar, o porque hay quien no sabe hacerse un camino propio sin transitar el de otros. Y estará bien, cada uno que viva su vida como quiera, porque reclamar como propio lo ajeno es bastante triste, gris, por bien que te vaya. Además, insisto, sobre esto no tenemos control, sobre lo que quieran hacer otros, pero sobre lo que hacemos nosotros sí que lo tenemos. Sobre la forma en lo que lo hacemos y sobre todo en la que lo guardamos en la memoria sí tenemos el control total, y ahí es donde la vida se pone bonita.
A la memoria cuantos más estímulos le metemos, mejor funciona. Les voy a poner un ejemplo tonto. ¿Les ha pasado que han aparcado el coche y no recuerdan dónde? Pues eso es porque no han prestado atención seguramente, y no porque estén empezando un deterioro cognitivo irreparable, que son ustedes un poco dramas a veces. Prueben a decir en voz alta dónde han aparcado el coche, pero en voz alta de verdad, y si hacen algo divertido, algo ridículo, mejor. Digan en voz alta dónde está aparcado, den una palmada y establezcan alguna relación con algo que esté cerca, un anuncio, un cartel o algo así. ¿Que les van a mirar raro cuando les vean dar una palmada en el parking mientras dicen en voz alta “mi coche está en la planta tres, junto al anuncio de Schweppes, ho-hey”? Pues sí, lo harán. ¿Que van a saber dónde está el coche cuando se acuerden del numerito? También. A más estímulo, mayor recuerdo. Y no me digan que no es mucho más divertido que lo del sieso de Pulgarcito.
Pues algo así funciona la vida. Uno puede ir cumpliendo objetivos, obediente, y conseguir cumplir las expectativas, ajenas y propias espero, y conformarse con eso que no es mal plan, pero luego más que unas memorias lo que tiene es un curriculum, o decidir sacarle el máximo partido y llenarlo de recuerdos y huellas para poder volver cuando quiera a revivirlo. Es curioso, pero los amigos que me he llevado del mundo laboral son aquellos con los que, más allá de la relación profesional, me he reído más, y a partir de ahí hemos generado confianza y nos hemos acabado contando cosas, ¿no les pasa? Quizás ustedes tengan como amigos fuera del trabajo a los más ordenados, o más productivos, o a la que mejor hace tablas dinámicas en Excel, pero a mí no me ha pasado. Prefiero cenar con quien me río que con f(x)Promedio, que quieren que les diga.
Que está bien estar orgullosos de lo que hacemos, claro que sí, pero no hay que desperdiciar la oportunidad de vivir algo más, de sacar partido de la obligación. De hecho se vive mejor, y por lo tanto se trabaja mejor, se relaciona mejor, se lo-que-ustedes-crean mejor cuando intentamos vivir y no sobrevivir. No sé si han oído hablar del fenómeno de la Gran Renuncia que se está dando en Estados Unidos, donde la gente deja masivamente sus trabajos porque necesitan algo más que un sueldo. Algunas cosas buenas ha traído esta pandemia asquerosa, y una es poder reflexionar si lo que hacemos es lo que realmente queremos hacer, cómo hacerlo y para quién. Darnos cuenta de que igual estábamos demasiado pendientes de esas relaciones profesionales de mentira, donde estableces contacto virtual con gente a la que no conoces porque suena bien su cargo, y no sabes si te busca realmente o porque le ha dado sin querer al botón de contactar porque llevaba dos vinos… Igual nos hemos dado cuenta de que lo virtual es pasajero y que lo que queda es lo real, que un abrazo no puede ser virtual porque pierde todo el sentido al no tener brazos.
Es mejor volver sobre vivencias, aunque sean subjetivas o precisamente por eso, que sobre hechos. Sobre momentos compartidos, esos que cuando los recuerdas acaban con una media sonrisa involuntaria y diciendo que no suavemente con la cabeza, ¿saben cuales son, verdad? Pues eso. Y diría que ahora estamos sonriendo a la vez.
Porque ya saben que a la vida se viene a brillar, y a ser felices, y la única forma que conozco de conseguirlo es vivir, pero vivir a fuego. Nada de dejar miguitas para volver, mejor comerse el pan para coger fuerzas, porque vayan a saber ustedes si al final del camino quieren volver a casa o quedarse en algún rincón del camino por el que pasaron y que les hace sonreír, aunque igual no puedan contarlo demasiado.
Vuelvo a sonreír, esta vez diciendo que sí. Benditos rincones en los que estamos bien. Y eso es ahora, como dice la canción, que los días se nos van y las verdades se quedarán.
Sean buenos pero, sobre todo, sean felices.