• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Verano fatal

Por Fermín Mínguez

Ya estamos de vuelta. Espero que sigan ustedes ahí si es que no han ardido, ni se han electrocutado, ni se han derretido, ni les ha arrastrado alguna lluvia torrencial en este verano fatal del que salimos en breve.

Y es que hay que ver el verano que hemos tenido, amenaza tras amenaza, algo más terrible que lo anterior acechando a la vuelta de la esquina, de forma que uno no sabe ya qué parte es real y cual es parte de esta vida de agoreros en la que nos toca vivir. Lo peor de todo es que no aprendemos, en general en la vida, y esto nos condena a repetir los mismos errores una y otra vez. Vivimos de susto en susto, salvándonos por los pelos y dando por hecho que mientras no nos toque a nosotros, irá bien. Hay quien ha aprendido esto y en lugar de buscar soluciones, busca conflictos que resolver en el corto plazo para ir tirando. No sé si ustedes son de ver Los Simpsons, pero me recuerda mucho a esa turba que se monta de vez en cuando y que va cambiando de objetivo a quien linchar, porque lo importante es linchar, no resolver el conflicto.

Con la luz disparada de precio, por ejemplo, las medidas a tomar han sido cortoplacistas a más no poder, y todas sobre los hombros de nosotros, los ciudadanos. Lo de subir la temperatura del aire y quitarse la corbata está muy bien, oiga, sobre todo para toda esa gente que trabaja sin corbata siempre en cadenas de producción o en hamburgueserías de cara al público, que habrán celebrado con júbilo las medidas, pero, digo yo, que soy de letras y no entiendo mucho de esto, que en el país con más horas de sol en Europa y con unos vientos tales que les ponemos hasta nombre según la zona en la que se produzcan, igual, y solo igual, desarrollar una política valiente de energía renovable ayudaba más a la resolución del problema.

Hablaba con el chatarrero el otro día, que de esto entiende, de la posibilidad de que los pueblos pequeños de este país fueran autosuficientes energéticamente hablando. Más de un millón de personas viven en pueblos de menos de 2.000 habitantes, vale que no llega al 3% de la población, pero no me digan que no sería una medida con más sentido. Se invierte en la España despoblada, se libera consumo energético y se potencian medidas ambientales, tres en uno. Pero no. Mejor lo de la corbata y el abanico. Yo no sé lo que habrá costado la estación del AVE de Puertollano, pero un pueblo con más de 30.000 horas de sol al año, y un viento de los que vuelve loca a la gente de Castilla, como decía Penélope Cruz en Volver, bien podría ser ejemplo y prueba de un modelo sostenible. Que digo Puertollano por razones que no les puedo contar, pero elijan ustedes su preferido.

Con los incendios tres cuartos de lo mismo. Tengan cuidado, ustedes, ciudadanos, que si no arderemos, pero no tengo mucha fe en que cuando pase el riesgo nadie vaya a dedicarse a desarrollar una política de prevención para el año que viene, limpiando campos, reforzando recursos y plantillas o en la forma en que sea mejor. No, me temo que la única acción será cruzar los dedos a partir de junio del año que viene para que no pase nada, poner un par de velas, espero que LED por aquello del riesgo, y buscar responsables si, como será lógico, vuelve a arder media España porque nadie ha hecho nada.

Ojalá me equivoque, pero es posible que, si seguimos todos aquí, pueda utilizar este mismo artículo para septiembre del año que viene, y no cambiaría mucho.

Que está bien eso del esfuerzo colectivo, de que juntos podemos, de que saldremos mejores, de que el futuro es nuestro y demás, que es preciosa la fuerza del colectivo y el valor del individuo, muy bien, aunque igual están forzando demasiado esa confianza y ya empiezan a abusar.

Miren, no se ustedes, pero yo ya empiezo a estar un poco harto de ser el cubo que va apagando los fuegos, de urgencia en urgencia y de crisis en crisis. De fin del mundo en fin del mundo. Me agota ese discurso del “disfruta pero poco”, de la amenaza con las consecuencias de mis actos, ¿no les pasa a ustedes? Porque en este correr para salvar la vida, trabajar para pagar facturas, ahorrar para vivir luego dejamos de hacer un montón de cosas que no son de provecho social, pero sí personal.

Decía Javier Marías que nuestra vida también es lo que no nos hemos atrevido a hacer. Me encantó la frase, porque es verdad que lo que no hemos hecho nos ha conformado como la persona que somos ahora, y eso no tiene porque verse en negativo, tiene la misma validez lo que no hemos hecho, incluso a veces más, que lo que decidimos hacer.

Lo peligroso es que dejemos de hacer algo no por voluntad, o por indecisión, sino porque estemos imbuidos en emergencias que suelen ser ajenas y casi siempre pasajeras. Seamos lo que sea que decidamos hacer y no hacer, siendo conscientes que después de tantos fuegos y tantas lluvias, sólo nos quedarán los recuerdos y las posibilidades y, según se avanza, hay más de los primeros que de las segundas. Así que hagamos el favor de hacer las cosas bien, pero sin renunciar a lo que queremos. Creo que sé cómo decir eso en una sola frase, a ver qué les parece:

Sean buenos pero, sobre todo, sean felices.

Sonrío.

Bienvenidos de nuevo.


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Verano fatal