Otilia es una monja gallega y a sus 85 años se ha convertido en una suerte de ángel de la guarda de los sintecho de la ciudad de Ourense, en especial en este año marcado por la dureza de la pandemia que amenaza con agravar todavía más la situación de esas personas que están en riesgo de exclusión social.
Cada mañana esta mujer sale a la calle con su hábito, dispuesta a aportar su grano de arena entre los más necesitados, haga sol o llueva, labor que no le resulta ajena después de década y media dando esperanza a los más pobres.
Basta acercarse cualquier mañana sobre las 11 por las calles del casco histórico para conocer la labor desinteresada que realiza esta monja franciscana que reparte las piezas de pan, fruta o cualquier otro alimento con la ayuda de su carrito, el cual empuja con tesón.
Todo ello en un año marcado por la crudeza de una crisis no sólo sanitaria; también económica y social.
“Reparto desde que estoy jubilada. La comida que sobra, fruta, pan, todo lo que hay la llevo al día siguiente para repartir”, explica Otilia, sabedora de que su labor es, si cabe, todavía más importante en este año de pandemia marcado por la crisis económica, sanitaria y social.
Haciendo suyo el dicho de que “con agua y pan no muere nadie”, regala en cada entrega un poco de conversación a estos ciudadanos, que se muestran agradecidos por ese pequeño gesto, que puede suponer comer ese día.
Uno de los beneficiarios, que prefiere no desvelar su nombre, ofrece su testimonio sobre estos convulsos tiempos. "En el año y medio” que lleva en la calle, este hombre, que era técnico de sonido, confiesa que vive de las ayudas que le prestan personas como Otilia y de entidades sociales como Cruz Roja.
VACAS FLACAS
Los efectos de las vacas flacas también se han dejado notar en las limosnas. “Hay días en que se saca muy poco. Si antes tenías bastante para pasar el día, ahora no llega”, apunta este varón.
Desde que comenzó la pandemia, las colas del hambre se han disparado en todo el país. Tan sólo en el último año, Cruz Roja ha atendido a más de tres millones de personas, más de 111.000 en el caso de Galicia.
El perfil de personas que acuden a estas entidades como Cáritas o Cruz Roja y grupos parroquiales ha cambiado y ya se estima que casi la mitad de personas que pasar por estas instalaciones “nunca” habían tenido que solicitar este tipo de ayudas.
El perfil que llega es similar, y a las personas vulnerables ahora se suman casos de familias que se han encontrado con esta situación “sobrevenida” y “sin capacidad de ahorro”, explica la coordinadora provincial de Cruz Roja Marisa Casero.
Trabajadores en ERTE, personas que se han quedado sin trabajo o con un empleo precario, son sólo algunos perfiles que han recibido en este año “complejo” donde se han multiplicado las necesidades básicas de alimentos o higiene, prosigue.
A estas problemáticas, la coordinadora suma la brecha digital. “Es gente que no tiene medios o que los tiene muy limitados”.
En la misma línea, Óscar Diéguez, coordinador del programa de acogida integral y empleo de Cáritas, coincide en que el perfil ha cambiado “bastante” por la covid-19.
En su caso, reconoce que cerca del “45%” de personas “nunca” habían tenido que recurrir a este tipo de ayudas. “Hay personas están trabajando o en ERTE y que están teniendo problemas para cobrar la prestación”, explica.
Entre los sectores especialmente castigados, hace especial hincapié en la difícil situación que atraviesan profesionales de la hostelería, así como servicio doméstico y pequeño comercio. Muchas de las personas que acuden son “parejas con hijos” (30%, concreta) y también familias monoparentales a las que no les llegan los ingresos.
Todo un desafío para estas entidades que redoblan esfuerzos para atender la elevada demanda, mediante el reparto de alimentos, ayudas para el pago de suministros y también a través de orientación laboral y formación para facilitar la búsqueda de empleo que les permita salir de la situación de precariedad.
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