A sus 85 años, con 86 a la vuelta de la esquina —los cumplirá el próximo 7 de julio—, Miguel Ángel Alústiza Zubiri sigue caminando con paso firme por las fiestas que han marcado su vida: los Sanfermines. “Vamos palante poco a poco, como dicen en mi pueblo”, bromea.
Aunque se jubiló en 2019, su vínculo con la Casa de Misericordia de Pamplona, la Meca, continúa muy vivo. Este año, como tantos otros, volverá a estar al pie del cañón el 7 de julio, dirigiendo el coro en la misa navarra a las 10:30 horas, con jota incluida al santo.
Nacido en Gallipienzo, casado y con dos hijos, se instaló en Pamplona hace décadas. Entró en la Meca con apenas 24 años, cuando aún funcionaba como internado. “Empecé como educador, cuando todavía había chicos allí”, recuerda. Después llegó su etapa más visible: coordinador sociocultural y relaciones públicas de la institución, un rol que ha mantenido durante más de cinco décadas, especialmente durante las fiestas.
Desde esa posición, se ha ocupado de organizar actividades culturales, impulsar nuevas propuestas y, sobre todo, darle voz al apartado de los toros, uno de los actos más singulares de los Sanfermines. “Fui el que inició el uso del micrófono en el apartado”, recuerda.
Día tras día, durante más de 40 años, ha presentado ante el público las ganaderías, los toreros, el pelaje de los toros, el hierro y ha narrado en directo el sorteo de los seis astados mediante las papeletas en el sombrero del mayoral. “Me ha dado muchas satisfacciones. Le tengo cariño”.
También fue pionero en el uso del micrófono durante los minutos previos al encierro, en el ruedo de la plaza, junto a la banda del maestro Bravo, que animaba la espera con música en directo. Recuerda especialmente una anécdota: “Un año llevé a San Fermín en la procesión y al acabar iba a llegar tarde al apartado por la cantidad de gente que había. Un policía municipal me acercó en moto hasta la plaza”, cuenta entre risas.
Miguel Ángel ha mantenido una estrecha relación con la peña Borussia, que acude a las fiestas desde hace 63 años. En 2024 lo nombraron hijo predilecto. “Tienen diez abonos reservados en la sobrepuerta del encierro y también algunas localidades para sus hijos, a los que llaman ‘cachorros’”. Esa fidelidad y ese cariño mutuo, dice, “son de las cosas bonitas que me ha dejado la Meca”.
Aunque ya no trabaja, sigue pagando sus propios abonos y asiste cada día a los toros. “Tengo tarjeta para entrar, pero prefiero sentarme en mi localidad de siempre. Me gustan los toros”, confiesa. Su mujer insiste cada año en que se tomen unas vacaciones en esas fechas. Él, firme, responde: “Me quedo todos los Sanfermines, casi por devoción. Por lo que he trabajado. No me los quiero perder”.
Su trayectoria ha estado marcada por la cercanía, la constancia y el entusiasmo. Pero también por momentos difíciles. El más duro, sin duda, lo vivió en 1978, en plena plaza de toros: “Me tocó anunciar por el micrófono, el 9 de julio, la suspensión de los Sanfermines y también de la Feria del Toro”. Aún lo recuerda con emoción. “Fue durísimo. Lo sentí muchísimo por los pamploneses y por lo que significaba para la Meca”.
Aquel año, escribió un artículo titulado Lloverá, pero escampará, convencido de que las fiestas volverían. Y así fue: en el San Fermín Txikito de ese mismo año, se recuperaron los actos. “Los Sanfermines son la riqueza del encuentro de los navarros y de los pamploneses. Nadie puede atentar contra nuestras fiestas”, afirma.
Y ahí sigue, firme como siempre, caminando hacia otro julio más. Uno que, como todos, vivirá desde dentro.