- jueves, 12 de diciembre de 2024
- Actualizado 19:18
Otra opción es que si nos ponemos bajo la influencia de un líder de esos reconocidos, con miles de seguidores y que publican fotos con cara de levitar y frase impactante, evitamos la responsabilidad de cuidar de los otros. Al final acabamos utilizando una serie de frases de otros como consejo personal, como si fueran consecuencia de nuestra vida, y los otros tienen que ser inspiración, nunca razón de ser. Está muy bien citar frases de Elon Musk como incentivo de toma de decisiones y éxito, pero la verdad es que por cada triunfador social hay un millón de héroes que han fracasado, o que han tenido el éxito esperado y han sabido comedirlo, incluso hay quien ha tenido un éxito brutal pero prefiere ser discreto.
El liderazgo se ejerce en lo cotidiano, con el ejemplo, con acciones pequeñas pero constantes, como si fuera una siembra, lo que exige más compromiso porque te expones todos los días. No sé ustedes, pero a la mayoría de los librepensadores de red social me los imagino en bata y zapatillas, con un copazo en una mano y un puro en la otra escribiendo frases como “El sufrimiento es el camino hacia la fortuna”, o “la rebelión os hará libres”, justo antes de irse a dormir. Que igual me equivoco, pero creo que se está repitiendo esa estructura medieval en la que siempre iban al frente los mismos, los peones, mientras reyes y reinas se mantenían a salvo en un enroque permanente.
Este pertenecer a grandes causas diluye nuestro día a día, nos aleja de los verdaderos referentes y nos divide en dos, la persona real que somos y la que nos dicen que tenemos que ser, y esto, que quieren que les diga, tiene muy mala solución. Para tener flor hay que tener raíz, pero sobre todo hay que tener raíz para ser flor más de un día. A las raíces lo que mejor les va es un riego continuado y adaptado, no un cubo de motivación que te empapa y luego te deja en la estacada, y aquí, en el riego, la responsabilidad es de todos y cada uno de nosotros.
La gente de The Living Leader, de los que ya les he hablado alguna vez, dice que cada vez que tenemos la posibilidad de impactar en un individuo estamos liderando. Totalmente cierto, y lo tenemos que aprovechar para impactar, y no soltar una frase de Coelho (recuerden que estaba en batín y con copa). Todos necesitamos ejemplos, y todos lo somos en algún momento de nuestra vida, y da igual si quien nos ve es un amigo, un compañero de trabajo, un jefe o alguien a quien diriges, porque al final los cargos y las relaciones, todas, son temporales, y las personas son permanentes. Permanentes hasta que desaparecen, pero eternas si nos impactan. La persona te la llevas a casa cuando terminas de trabajar, o cuando rompes una relación, ¿o no? Por eso no tiene sentido separar por áreas, somos lo que proponemos, nos guste o no. Una unidad que hace diferentes cosas, que se mueve en varios ámbitos, pero la misma.
Les propongo un ejercicio de reflexión, si me permiten claro, y es que intenten recordar qué tipo de recuerdo aislado tienen de personas o conversaciones que les han marcado en algún momento. Es curioso. Los de la memoria visual podemos amargarnos el día, aviso, pero es interesante.
Empiezo yo, que siendo el menor de cinco hermanos, mis primeros referentes son familiares, claro, recuerdo conversaciones puntuales con todos ellos, desde la compostura en la mesa, la necesidad de ser honrado y mirar atrás con tranquilidad hasta como se usa correctamente el papel higiénico, ojo que esto es cierto, lo recuerdo. Y esto que parecen memeces conforman un tipo de comportamiento ante la vida, ellos me han dado referencias para construirme, que luego yo decido usar o no (que igual me hubiera ido mejor escuchando más, también se lo digo). Pero hay otros ejemplos menos obvios, y que impactan igual, seguramente sin saberlo. Recuerdo a Josetxo diciéndome que los conciertos no tienen que sonar como los discos, sino ofrecer algo diferente, y hasta hoy que estoy buscando electricidad en cualquiera al que pueda escuchar. Es más, recuerdo (Abuelo Cebolleta mode on), a una compañera de clase de inglés en Pamplona. Yo tendría doce años y ella catorce o quince, pelo alborotado, moderna de finales de los 80. No recuerdo su nombre, y ojalá me lea y se acuerde. También iba a mi colegio y que te salude una chica de dos cursos arriba con esa edad es top, ya saben. Recuerdo que tenía a Rober Smith en la carpeta, nos saludábamos con un Show me, show me, show me, y con frases como “flipas en colores” y “alucinas pepinillos”, y lo recuerdo perfectamente. Pero lo que más recuerdo es que un día le pasó algo serio y me la encontré como llorosa antes de entrar en clase, abrazada a Rober Smith, “da igual lo que te hagan, hay que cuidar a la gente a la que quieres”, dijo. Yo no entendí nada, obviamente, pero me dediqué a repetir la frase como si fuera un Coelho foral, creyendo que una frase de un mayor impactaría. Hasta que llegó un día en que la entendí. Y recordé el banco de la plaza de San Juan, y la carpeta, y el flequillo ese largo sobre una mitad de la cara. Y aquí estamos, querida, cuidando a quien quiero de la mejor forma posible.
Ese es liderazgo de verdad, el microliderazgo, el que refleja día a día a la gente que quiere brillar. El que te da herramientas para decidir, el que sirve de ejemplo. Por eso es tan importante ser cuidadosos con lo que decimos y hacemos con los demás, porque es posible que estemos dejando huella, dando herramientas de construcción futuras. Piensen que he puesto el ejemplo en positivo, pero si lo que trasmitimos es hijoputez, egoísmo, rencor y miedo pues ya saben lo que recogeremos: egoístas rencorosos metemiedos. Y lo otro, lo otro también recogeremos.
No podemos separar lo que somos de lo que queremos ser, y mucho menos replicar un modelo que ha funcionado en otros pensando que nos servirá, que va. Es mejor hacerlo bien, o al menos proponerlo, y confiar en que si a nosotros no nos sale del todo bien quizás a otros que nos han visto sí. En eso consiste liderar, en hacer más capaces a otros, no en enviarnos a morir a primera línea del riesgo mientras esperamos en la comodidad de la retaguardia.
Ese es nuestro reto, entender que impactamos y nos impactan por igual, y que somos responsables de lo que transmitimos. De que, independientemente de en que rol conozcamos a la gente (camareros, empleados, superiores, hijos, etc.) este va irremediablemente unido a la persona que lo sostiene. No desaprovechemos la oportunidad de impactar en positivo, no sabemos qué reflexiones futuras estamos creando con nuestros ejemplos de hoy, mejor hacerlo bien por si acaso.
Oigan, y si nos mandan al cuerno, piensen que los cruasanes tienen dos, y un cruasán casi siempre es una buena opción. Por eso es tan importante pensar en que somos una unidad, el cuerno así suena mejor, ¿no creen?
Sonrío