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FERIA DEL PILAR

Talavante impone su calidad en el duelo con López Simón

Una gran faena de Alejandro Talavante, rácanamente premiada con un trofeo pero que marcó la diferencia de calidad, la cota más brillante del mano a mano.

GRA274. ZARAGOZA, 17/10/2015.- El diestro Alejandro Talavante en la faena a su segundo toro, un sobrero de la ganadería del Puerto de San Lorenzo, durante la corrida de la Feria del Pilar de Zaragoza, un mano a mano con Alberto López Simón. EFE/Javier Cebollada
El diestro Alejandro Talavante en la faena a su segundo toro, un sobrero de la ganadería del Puerto de San Lorenzo, durante la corrida de la Feria del Pilar de Zaragoza, un mano a mano con Alberto López Simón. EFE/Javier Cebollada

Se lidiaron toros de distintas ganaderías: los de Talavante fueron sendos sobreros de El Pilar (1º) y Puerto de San Lorenzo (3º), justos de presencia y escasos de raza y fuerzas, que sustituyeron a sendos toros devueltos de Garcigrande, además de uno de Domingo Hernández (5º), basto y con noble movilidad. Los de López Simón, tres de Vellosino, con mayor volumen y seriedad, descastados pero manejables.

Alejandro Talavante: estocada desprendida (silencio); tres pinchazos, media estocada tendida y cuatro descabellos (silencio); estocada muy tendida y descabello (oreja, que no recogió, con fortísima petición de la segunda y dos vueltas al ruedo).

López Simón: pinchazo y estocada delantera (oreja); pinchazo hondo y estocada desprendida (ovación tras petición); estocada baja delantera y descabello (vuelta al ruedo tras petición de oreja).

Entre las cuadrillas, Domingo Siro y Juan José Trujillo saludaron tras cuajar excelentes tercios de banderillas ante segundo y quinto.

La plaza se cubrió en más de sus tres cuartas partes, en el séptimo festejo de la feria del Pilar.

CARISMA FRENTE A DETERMINACIÓN

A este atractivo mano a mano de fin de temporada entre una figura consolidada y un joven aspirante al trono le faltaron los toros, esos que cada torero se trajo por su cuenta dejando de lado el clásico y determinante azar del sorteo.

Ni los elegidos por el extremeño, pobres de todo, ni los que se trajo el madrileño, grandones y descastados, estuvieron a la altura de un pulso entre toreros en buen momento que casi volvió a llenar los tendidos de la plaza de la Misericordia de un público predispuesto al espectáculo.

Hasta la salida del quinto, la balanza se decantaba hacia el lado de López Simón, en tanto que Talavante no había podido más que intentar sostener con suavidad la endeblez y la poca raza de los dos sobreros que sustituyeron a los anunciados y devueltos de Garcigrande, uno de ellos por lesionarse en la larga cambiada con que lo recibió el extremeño.

En cambio, más serios y más fuertes que no más encastados, los dos primeros de López Simón al menos se sostuvieron en pie y, sin gran clase, se movieron tras una muleta que el madrileño manejó con acierto técnico y siempre en terrenos de cercanías.

Aunque su primero se apagó y perdió celo pronto, el torero de Barajas insistió con quietud en apurarlo hasta el final con absoluta determinación, con una fórmula que también aplicó con el cuarto, al que primero asentó y luego movió engarzándole medios pases ajustados.

Esos deseos de triunfo del joven espada le valieron la oreja que le adelantó en el marcador hasta que el quinto, bastote de hechuras pero con buena movilidad, le sirvió a Talavante para marcar las diferencias.

La faena de muleta del extremeño, abierta con una asombrosa y escalofriante arrucina por la espalda en el mismo centro del ruedo, fue un clamoroso alarde de inspiración y de carisma, usando su soltura de brazos y su dulzura de muñecas para encelar aún más al animal, mientras se dejaba ir con el pecho tras cada una de sus embestidas.

El clamor de la plaza fue en aumento en cada largo natural, en los hondos pases de pecho, en los adornos improvisados y en un final de obra por hondos ayudados por bajo antes de que el de Badajoz se tirara a matar en férrea rectitud, saliendo tropezado y trompicado para dejar una estocada muy tendida.

Ese único defecto, más de colocación de la espada que de ejecución de la suerte, pudo ser el que llevó al presidente a negarle una segunda oreja pedida por abrumadora mayoría y que hubiera hecho suficiente justicia.

Pero, más allá de esa oreja que se negó a recoger del alguacilillo, Talavante se dio todo un baño de multitudes en las dos apoteósicas vueltas al ruedo que hubo de dar ante un público rendido y volcado ante la evidencia de su calidad. 


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