Ni con el peso de dos goles en contra bajó Osasuna la intensidad, pero el gesto de los jugadores no escondía la previsibilidad de perder ante un rival muy superior.
Trece partidos sin ganar y dos victorias consecutivas. A disfrutar. De aquí a la Europa League, dirán los forofos. Nada de eso. Estas victorias tienen una parte de merecimiento y muchas de moneda al aire.
El choque de trenes de dos equipos parecidos alumbró un partido físico, poco brillante, intenso, al ritmo del corazón y la necesidad, con tantas ganas como miedo. Al final, esta vez funcionaron los cambios y Osasuna sumó tres vidas.
Era un partido de cero-cero tras los fallos ante Joel, pero tras los cambios de Arrasate la pérdida de presencia arriba y de posesión de balón condenaron a la derrota
A Osasuna le tocó luchar contra los nazaríes de Diego Martínez, contra los árbitros de Rubiales, y contra sí mismo, sus angustias, urgencias y nervios. Tres meses después, por primera vez, pudo con todo.
El balón fue del Madrid, lógico, y el poco peligro lo puso Osasuna, prodigioso en defensa. El empate, justo, sabe mejor a los rojillos que a los blancos.
Enorme mérito de los rojillos, en inferioridad numérica casi todo el partido. Se rehacen, marcan, y solo ceden el empate en un injusto penalti que no fue ni falta.
Un punto de 21 posibles. Otra inapelable derrota en El Sadar, más colistas. El comisario político puede explicarlo en otra superproducción de su macro equipo, “Un ‘centenario’ triunfal”, de nuevo con el ‘factotum’ de protagonista estelar.