- sábado, 18 de enero de 2025
- Actualizado 20:14
Nunca me gustó hacer leña del árbol caído, pero, en este caso, releo cuanto he escrito desde finales de 2015 y reconozco, no sé si con legítimo orgullo, con falsa modestia o con algo de aprensión, que he opinado multitud de veces que Pedro Sánchez, aquel fallido e imposible candidato a presidir el Gobierno de España, se estaba suicidando políticamente con su 'no, no, no' a cualquier acuerdo con el Partido Popular, en general, y con Mariano Rajoy, en particular.
La famosa obra de John Reed, referente a la revolución rusa de octubre de 1917, 'diez días que cambiaron el mundo', me viene al pelo para titular este comentario, que piensa, precisamente, en la 'revolución' que, necesariamente, vamos a vivir en las estructuras políticas españolas desde este sábado, comité federal del PSOE, hasta que, el día 31, acabe el plazo para lograr una investidura y haya que convocar elecciones.
Comprendo que el hecho de que uno, que no es nadie, diga que no entiende a Pedro Sánchez, al secretario general del PSOE y candidato a lo mismo y a la presidencia del Gobierno de España, eso le importe un pito. Aunque, la verdad, seamos legión los que, desde posiciones que algún día fueron de simpatía hacia él, afirmamos ahora nuestra incapacidad de saber a qué diablos responden sus salidas.
En principio, y vistas las cosas desde un observatorio neutral, Madrid, aunque con esporádicas incursiones en Galicia y País Vasco, doy como bastante probable que los dos jefes de los respectivos gobiernos autonómicos, Núñez Feijóo y Urkullu, van a mantenerse en sus cargos tras las elecciones de este domingo.
Que, en un mismo día, coincidan la comparecencia de Francesc Homs, el portavoz de los nacionalistas catalanes en el Congreso, ante el Tribunal Supremo, una declaración del presidente europeo Juncker diciendo que "si España falla, no dudaremos en suspender los fondos" y un estudio periodístico evidenciando el desprestigio que la situación política española está provocando en toda América, resulta algo altamente preocupante.
Me preocupó bastante la sesión de la comisión de Economía celebrada el martes en el Congreso de los Diputados, en la que el ministro de Economía (y de no sé ya cuántas cosas más) en funciones, Luis de Guindos, fue severamente vapuleado por diputados de la oposición, a cuenta de sus explicaciones por el fallido nombramiento del ex ministro José Manuel Soria como director ejecutivo del Banco Mundial.
Pienso que, tras la fallida investidura de Mariano Rajoy, se extiende por toda España, más como chascarrillo que como verdadera convicción, la especie de que el país puede funcionar perfectamente sin Gobierno, o con un Gobierno en funciones, que es como tener un Ejecutivo con una mano atada a la espalda y la otra esposada a una farola.
Pues nada: vaya usted preparándose para ir a votar el 18 de diciembre, que es probablemente el único punto en el que habrá un acuerdo político por unanimidad en los próximos meses: en forzar las normas para que, en lugar de ir -o no ir, que sería lo que muchos elegiríamos_ a las urnas el día de Navidad, hacerlo una semana antes.
Parece que el gran contencioso ahora, tras las amenazas dando un plazo de 48, luego 24, horas para concluir el acuerdo entre el Partido Popular y Ciudadanos, es si Mariano Rajoy saldrá a rubricar el acuerdo para su investidura con Albert Rivera, para hacerse la foto, como quiere el primero, o más bien no, como desea el segundo.
Lo que está ocurriendo en la política española, al borde ya de la semana de la (no) investidura de Mariano Rajoy, es, simplemente, de no creer. Imposible ofrecer un espectáculo más completo de incompetencia, mala baba, rencillas cuarteleras y desdén por el pobre contribuyente/votante, que somos usted, yo y unos cuantos millones de españoles más.
Estoy un poco harto, la verdad, de ver las acreditadas piernas presidenciales subiendo y bajando la ruta da pedra e auga, algo que uno hizo tres años atrás, comprobando que hay que estar en bastante mejor forma de lo que uno está para trotar por la ruta de Ribadumia; o sea, que Rajoy está en forma o más que uno, al menos.
Increíble, pero cierto. Pedro Sánchez y Mariano Rajoy lograron mantener una reunión de casi una hora sin que el uno averiguase si el otro piensa someterse a una sesión de investidura y sin que el otro pudiese saber si el uno planea, si la investidura 'de las derechas' no sale, presentar un Gobierno alternativo 'de las izquierdas'.
Las próximas horas pueden consagrar la oportunidad de que España inicie la senda reformista más importante de su Historia desde 1976. O de regresar a los tiempos catastróficos de Amadeo de Saboya y de su sucesor Estanislao Figueras, cuya figura, huyendo de la España caótica desde la presidencia de la República, recuerdan ahora algunos avezados comentaristas.
La verdad es que uno, optimista inveterado, opinó en algunas tertulias radiofónicas y televisivas este fin de semana que hay bastantes probabilidades de que, a finales de este mes de agosto de teléfonos rojos, Mariano Rajoy haya logrado formar una mayoría minoritaria -sí, este es un país surrealista- que le sirva para gobernar en precario, contando con el 'sí, pero no', de Ciudadanos -surrealismo puro, ya digo-.
Entre las muchas especulaciones nacidas de la falta de una información sólida sobre conversaciones 'reservadas', contactos 'lejos de la indiscreción de la prensa' y hasta posibles pactos 'subterráneos', proliferan, claro, los rumores y las hipótesis acerca de lo que vaya a ocurrir(nos) en el marco del desmadre político que vivimos.
Cierto que el Parlamento español ha quedado en los últimos siete meses para lo que ha quedado: para que los líderes políticos se reúnan en algún salón 'privado' para, llegan a decir, negociar tranquilamente, lejos de los oídos indiscretos de los periodistas que son la conexión con los ciudadanos, y para, luego, ofrecer la versión pactada de sus encuentros a esos mismos periodistas, que se agolpan en la misma incómoda sala de prensa para escuchar más o menos lo mismo que ya llevan meses escuchando.
Al menos, el Brexit sirvió para dejar en segundo plano el increíble 'affaire' de la grabación de una conversación embarazosa en el despacho del señor ministro del Interior, aunque el mentado señor ministro no tuvo otra ocurrencia que mandar a la policía, parece que sin mandato judicial, a requisar las cintas en el diario digital que publicó la filtración de lo hablado entre él y el director de la agencia antifraude de la Generalitat catalana.