- domingo, 08 de diciembre de 2024
- Actualizado 20:45
Habrá quien se pregunte por qué los nacionalistas vascos tienen tanto interés en abrir el melón de la reforma de nuestra Ley de Amejoramiento. La respuesta se encuentra en el artículo 1 de dicho texto, según el cual “Navarra constituye una Comunidad Foral con régimen, autonomía e instituciones propias, indivisible, integrada en la Nación española y solidaria con todos sus pueblos”. No cabe imaginar nada que repugne más a quienes nos quieren reducidos a un herrialde más de una Euskadi independiente, a modo de aldea gala de Astérix, que una Navarra soberana, foral y española.
Así lo evidenciaron el PNV y Euskadiko Ezkerra votando en contra de la norma en la que se sustenta nuestro preciado autogobierno. El pasado Aberri Eguna, la bildutarra Laura Aznal se quejó amargamente de que hace 40 años “las élites aprobaron un Amejoramiento del Fuero robándonos la voz para decidir nuestro propio futuro”. Sepan que el jueves 11 de marzo de 1982, ni los batasunos ni los electos de Amaiur se dignaron asistir a la sesión plenaria en la que los legítimos representantes de los navarros aprobaron por abrumadora mayoría la ley más trascendental de nuestra historia democrática. Lo mismo los abertzales se fueron de juevintxo y no se enteraron de ese “robo”, como tampoco de los 41 asesinados a los que ETA robó su vida ese mismo año, el estellés Alberto Toca, padre de 7 hijos, entre ellos.
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Sorprende que, tantas décadas después, el nacionalismo siga empeñado en vendernos su mercancía averiada. Que perseveren sustentando sus sueños húmedos en una colosal estafa política, pues es delirante que su banderín de enganche siga siendo la soberanía cuando son precisamente ellos los únicos que amenazan la nuestra.
Y es que ya somos soberanos. Contamos -gracias a la LORAFNA- con un Parlamento que representa al pueblo navarro, ejerce la potestad legislativa, aprueba los Presupuestos y las Cuentas e impulsa y controla la acción de la Diputación Foral; un Gobierno y un Presidente. Y símbolos propios, claro. Insultan nuestra inteligencia quienes, invocando precisamente la soberanía, ansían convertirnos en súbditos de un lehendakari, cerrar nuestras Cortes a cambio de veinticinco escaños en el Parlamento de Vitoria, imponernos su bandera y completar el cuartel del escudo de Euskadi, hoy en rojo, con nuestras cadenas.
La argumentación es tan insostenible, que las costuras acaban saltando. En 2015 Uxue Barkos dijo que en un hipotético referéndum de anexión de Navarra a Euskadi votaría que sí, en coherencia con unas convicciones que nunca había ocultado. Lo cierto es que cuando presidió un Gobierno con mayoría parlamentaria para convocarlo -los partidos de izquierda computan como franquicias del nacionalismo- no lo hizo. La de Geroa ha ido evolucionando hasta olvidarse de la integración en Euskadi para pasar a defender “el federalismo de territorios forales”. Ya saben que a Uxue nunca le han faltado las palabras.
La empanada también alcanza a los abertzales. Uno ya no sabe qué ambiciona exactamente esta gente, que ha intentado doblarnos el pulso de todas las formas imaginables, balas y bombas incluidas. Han pasado así del “Nafarroa Euskadi da” a la Nación Vascona; la República Confederal Vasca; “Euskal Herria como patria, cuyo Estado es Navarra” (¿?) -Otegi dixit-…
Todas sus propuestas pasan por considerarnos incapaces de autogobernarnos, de ahí su obstinación en buscarnos allende la muga un hermano mayor que nos tutele. Los abertzales navarros padecen un patológico complejo de inferioridad, carente de toda base pues, mil años después, seguimos subsistiendo como sujeto político, hoy en forma de Comunidad Foral, antes como Reyno o Provincia Foral. No soportan que seamos dueños de nuestro futuro, que no hayamos de rendir pleitesía a nadie. Añádase a lo anterior que, según el Euskobarómetro, la pulsión independentista está en mínimos históricos. Viven encerrados en su particular metaverso.
El hecho es que la extrema debilidad de unos socialistas, con quienes los envalentonados nacionalistas juguetean como lo haría un gato con un ratón, ha despertado las exigencias más radicales de los secesionistas. Pero no son los cansinos independentistas, cuyas ensoñaciones conocemos sobradamente, quienes nos han de preocupar, sino unos socialistas veletas, dispuestos a renunciar a cuantos principios o a desdecirse de cuantas promesas haga falta con tal de alcanzar el poder. El otrora partido de Estado, garante de la estabilidad constitucional, se dispone a pagar las onerosísimas facturas que le van presentando al cobro quienes sueñan con acabar con el régimen del 78 que, aun con sus defectos, nos ha regalado el período de paz y prosperidad más largo de nuestra convulsa historia.
En el resto de España hay socialistas históricos que, con más o menos vehemencia, han levantado su voz contra la vergonzosa capitulación del PSOE ante el nacionalismo más radical. Alguno de ellos, como el bueno de Nicolás Redondo, ha sido expulsado del partido por defender aquello que el propio Sánchez y sus ministros sostenían hasta antes de ayer.
Aquí, en cambio, reina el silencio de los corderos, con la sola excepción del valiente de Federico Tajadura, al que lo mismo echan. Me pregunto si los demás comulgan con la ignominiosa bajada de pantalones ante ERC, Junts y PNV, y con el proceso de batasunización que los actuales dirigentes del PSN han puesto en marcha en Navarra. ¿Es posible que todos ellos se hayan travestido como lo hizo Maite Esporrín, que pasó de gritar con alborozo “Agur Asirón” a ser la alfombra del jatorra en el Ayuntamiento pamplonés? Ese entreguismo lo emula ahora Elma Saiz, a quien alguien debería dispensar un ansiolítico antes de que su indisimulada ansiedad por echar a la alcaldesa Ibarrola le acabe provocando un disgusto.
La aprobación de una ponencia para actualizar la LORAFNA a instancias del nacionalismo evidencia, una vez más, el abismo existente entre las preocupaciones de la ciudadanía, y los asuntos en los que la casta política emplea su tiempo y nuestro dinero. Díganme ustedes si lo que desasosiega a ese familiar, amigo o vecino con el que han cruzado sus últimas palabras es el apolillado “quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos”, o más bien, las listas de espera de una Sanidad pública cuyo interlocutor ya no es un médico sino un administrativo, la zozobra ante el incierto futuro de WV Landaben o de Siemens Gamesa, la pérdida de poder adquisitivo debida la alta inflación, el difícil acceso a la vivienda agravado por unos tipos de interés desbocados, la abusiva fiscalidad foral, el abandono de nuestras infraestructuras clave, la descapitalización profesional de una comunidad cuyos hijos más brillantes emigran a Madrid, los cada vez más visibles efectos del cambio climático, o los calamitosos arbitrajes de Martínez Munuera, si me apuran…
El PSN -tonto útil de Geroa Bai y EH Bildu- ha accedido a abrir en canal la Ley de Amejoramiento plegándose a las exigencias de unos nacionalistas que ya han advertido que no habrá líneas rojas. Sería bueno que los socialistas nos dijeran qué es exactamente lo que quieren cambiar, aunque el problema no radica tanto en lo que ellos tengan previsto hacer como en lo que finalmente acaben perpetrando forzados por unos socios que han olido sangre. Con Santos Cerdán -secretario de humillación del PSOE- de por medio, no descarten nada, habida cuenta del papelón del milagrés en las oprobiosas cesiones para hacer presidente a Sánchez.
No sé qué nos deparará el futuro, pero si en este momento me dan a elegir entre ser ciudadano de segunda de una república de cartón piedra presidida previsiblemente por un exterrorista, o pertenecer a una comunidad histórica, orgullosa de sí misma, integrada en el Reino de España, encabezado por Felipe VI -o su hija Leonor, princesa de Viana-, yo lo tengo claro. Clarísimo. Eso, si los socialistas de nueva generación, que han sacrificado el interés general del país por el particular de su temerario líder, no se llevan por delante la nación española ante la indolencia de una sociedad que únicamente parece reaccionar al espantajo, hábilmente aireado, de la temible llegada de la ultraderecha comeniños.