- domingo, 27 de abril de 2025
- Actualizado 22:01
A mi compañero columnista de por aquí, Laporte, me consta que le jode que cuelgue fotos desde las terrazas en las que escribo bajo el título de “mi oficina”. No le voy a hacer ni puñetero caso, por chinchar, y voy a contar lo que veo, cervecita fresca en mano, desde esta en la que me encuentro, en pleno baluarte del Redín, esperando a los bárbaros.
Salvo honrosas excepciones, y suicidas, un par o tres de bares que adoro donde aún pelean por traer grupos en directo, el mejor lugar para la cultura musical en Pamplona es la estación de autobuses: coges un bus y en cinco horas te plantas, por ejemplo, en Madrid para ver los conciertos que quieras.
Cada uno tendrá su método para saber si un disco es bueno o no. El mío es tan sencillo como bajarme al coche, meter el cedé, subir el volumen a tope, tensar primero el aire del interior para después, abrir las ventanillas y esperar la reacción de los peatones en los pasos de cebra con el oxígeno inflamado que sale de dentro.
Bueno, pues ya está aquí, a la bandera del peneuve (micromachismo) ya le han abierto la puerta para que sea colocada y colocado, enchufada y enchufado, en todos y todas los balcones y balconas de los ayuntamientos y ayuntamientas de Navarra/varro (me pagan por palabras y por palabros, es lo que hay amados lectores y amadas lectoras).
Confieso que me divierte. Otra vez me ha llamado mi madre preocupada para decirme si el artículo de Logroño que escribí la semana pasada era mío.
Hacerse mayor es ir pasando de casi todo lo que te gustaba, como la última película de La Guerra de las Galaxias, por ejemplo, yo, un loco de la saga, de la verdadera, de los episodios IV-V-VI. Yo que fui Han Solo de pequeño me he ido desenganchando, decepcionado al ver en qué adefesio han convertido mi universo infantil.
Si quitamos los dos discos que son obra directa de Dios, los últimos de Cohen y Bowie, los que más me han gustado entre los mortales, sin hacer mucha memoria, que con estas cosas de los preferidos es mejor decir este y el otro, a bocajarro, pimpán, han sido el de Coque Malla, "El último hombre en la tierra" y el de Iván Ferreiro, "Casa".