La tienda Calzados Guelbenzu está situada en el número 29 de la calle del mismo nombre en el barrio de la Milagrosa en Pamplona. Es un pequeño local que sigue adelante en una calle donde casi ha desaparecido el comercio tradicional y solo abren nuevos establecimientos de alimentación.
Está muy cerca de otras tiendas que hemos conocido en esta sección de comercio local en Pamplona, como es el caso de la frutería Palacios en la avenida de Zaragoza o el conocido bar el Mochuelo en la misma calle Guelbenzu.
Calzados Guelbenzu abrió sus puertas en 1990: "Estaba mi suegra Gloria Arrieta Argote hasta 2002 cuando falleció. Luego estuvieron un tiempo sus hijos. Ahora estoy yo con mi marido (David) que viene alguna tarde a echar una mano. Seguimos adelante mientras se pueda con la clientela del barrio y con la gente nueva inmigrante", indica la dueña del establecimiento Elena Asiáin.
Cada vez hay menos tiendas en la calle: "Soy la excepción. Estaba todo lleno de tiendas y se ha ido cerrando todo poco a poco. Cada bajera era un comercio y repetido. Quedan las peluqueras, las carniceras, yo, los dos kebabs, y un establecimiento de fruta y carne. Todo ha cambiado".
"Mientras se pueda seguiremos. Igual un día me harto y me voy. Es todo gente conocida la clientela. Hay gente que viene de fuera porque el calzado que vendo se vende en pocos sitios. Son hormas especiales para pies delicados o para gente mayor", explica Asiáin sobre el público habitual.
Vende un tipo de calzado de señora mayor "que no lo encuentras en muchos sitios. Cada vez hay menos tiendas, aparte de algún comercio en la calle Mayor. Apenas quedan. Tengo hasta alpargatas de cáñamo para señora y caballero, zapato básico de niño, calzado para la calle y para casa", señala.
Sigue vendiendo calzado, pero no está para tirar cohetes: "Puedo seguir, pero de ahí a contenta... Para perder me voy. La bajera es mía, sino creo que no podría seguir. Son muchos gastos: el IRPF, los autónomos y cada año te lo ponen más difícil. No nos ayudan nada a los autónomos. Nos han subido la cuota otra vez. Me queda cada vez menos margen si quieres vender", indica la dueña de la zapatería.
Reconoce que es difícil dejarlo: "Nos gusta y nos da pena. Llevo muchos años aquí desde el 2002. Han ido pasando los años y no hay relevo. Mis hijos no quiero que estén aquí para nada. Esto tiene los días contados porque no podemos competir. La gente mira el precio y no le importa la calidad. Se les rompe la zapatilla a los dos días, pero les da igual. Es muy difícil.
Al final se queda la calle sin vida, sin tiendas: "Yo gracias que tengo una clientela desde hace tiempo que nos conoce. Hay que ir viendo. Cada vez es más difícil. Tengo cuatro luces y el ordenador y pago de luz como en mi casa. Conoces a la gente y te da pena dejarlo. Casi parecemos una labor social", asegura Elena Asiáin.
